La sentencia a Lula y la continuidad del golpe

Por Gabriel Esteban Merino (CEFIPES La Plata)

La confirmación de la sentencia a Lula era algo previsible.
Casi todos los análisis consideraban dicha decisión como el escenario más probable, a pesar de la extrema debilidad de la sentencia del hipermediático juez Moro. Señalo lo de la «extrema debilidad» porque ante la inexistencia absoluta de pruebas de que a Lula le habrían dado un departamento como regalo por beneficiar a una empresa en un contrato, lo condenaron igual. Nunca se comprobó que el departamento esté en manos de Lula, ni de algún familiar. No hay ni un solo papel ni nada. La única «prueba» es una delación premiada (cuando alguien acusa o «canta» para que le mejoren la condena o para eximirse de prisión) del directivo de la empresa investigada.

Pero esto resulta anecdótico. Tampoco Dilma estuvo acusada de corrupción y sin embargo fue destituida. Y los que tienen enormes denuncias de corrupción y cuentas en paraísos fiscales descubiertas está actualmente gobernando Brasil. En realidad, la discusión no es judicial ni sobre la corrupción. La cuestión es fundamentalmente política.
Cómo observé en un artículo unos meses atrás, lo que está en juego es la continuidad o no del golpe en términos programáticos. Lula es el político con más intención de voto en la actualidad y que ganaría en cualquier escenario de balotaje (según datafolha, contraria a Lula). La «derecha» o las fuerzas conservadoras y neoliberales conducidas por el capital financiero, parte de la burguesía paulista, grandes terratenientes y O Globo no logran unificarse en torno a un candidato y ninguno de sus candidatos le gana a Lula.

Por lo tanto, la solución que intentan imponer es debilitar electoralmente las fuerzas populares en Brasil impidiendo a Lula presentarse. La proscripción, puesta en práctica mediante los métodos menos escandalosos de la justicia, permitiría que gane algún candidato que, más allá de sus matices discursivos, legitime el programa del núcleo de las clases dominantes en Brasil que comenzó Temer.

El programa de Temer y del entramado Financiero Neoliberal es claro y harto conocido –como lo son sus consecuencias sociales que ya engrosaron la cantidad de desocupados al 13% (insólito para Brasil), 22 millones de hogares no cuenta con ingresos laborales de ningún tipo y vuelve a crecer la pobreza y la desigualdad:

  • 1) El increíble congelamiento de la inversión pública por 20 años que ata de pies y manos al Estado;
  • 2) la recientemente votada ley de flexibilización laboral que avanza junto al ajuste para reestablecer en todo su esplendor las condiciones de superexplotación de la fuerza de trabajo;
  • 3) el programa de privatizaciones que va desde aeropuertos hasta la gigante Electrobras y la joya más preciada y apetecida, Petrobrás, junto con la enorme riqueza del Presal;
  • 4) el remate de reservas naturales de la Amazonía, entregando el patrimonio nacional;
  • 5) Mantener y profundizar una estructura tributaria ultra-regresiva en donde el capital concentrado no paga impuestos a las ganancias.
  • 6) El alineamiento geopolítico con los poderes dominantes de «Occidente» y los Estados Unidos, que se consolidó a través de un conjunto de acuerdos para poner el complejo industrial-militar de Brasil bajo el ala del Pentágono y reducir sus niveles irritantes de autonomía;
  • 7) el abandono progresivo de la estrategia de regionalismo autónomo (MERCOSUR, UNASUR, CELAC y BRICS), para avanzar en el paradigma de regionalismo abierto, que no cuestiona el lugar de periferia y el papel subordinado en la división internacional del trabajo, busca estrategias de adaptación al capitalismo mundial, plantea una alianza estratégica con los Estados Unidos y, en términos más amplios, con Occidente, y está centrado en el libre mercado y en la integración de las cadenas globales de valor dominadas por el capital transnacional.

Frente a este escenario y con el proceso de rearticulación que se viene dando de las fuerzas populares hay que ver si es posible que se inicie una profunda y extendida lucha en las calles que modifique las relaciones de fuerzas existentes. Dicha reacción no existió frente a la destitución de Dilma.

El lulismo fue posible , en buena medida , porque buena parte de la burguesía industrial de Brasil y de las élites neodesarrollistas convergieron en una articulación contradictoria con las clases populares y sectores de izquierda frente al derrumbe neoliberal de fines de los 90′. En un contexto de crecimiento , en donde «todos ganan», ello fue más fácil. Tampoco la resistencia del poder económico concentrado fue tan fuerte frente a un lulismo que mejoraba las condiciones de vida de las mayorías populares sin pisar los cayos del capital concentrado. Incluso desde Estados Unidos y el Norte Global hasta el 2011 no llegaban demasiadas presiones en medio de disputas profundas al interior de occidente y el estallido de la crisis.

La cuestión es que ahora el escenario es otro y todo depende en mayor medida de la capacidad, fortaleza y unidad de las fuerzas populares para cambiar el curso de los acontecimientos. Veremos cuál es la reacción.

 

Gabriel Merino
merinogabriel@yahoo.com.ar