La reducción de la jornada laboral y la lucha de clases

«Aquel día paseaba por Manchester con cierto personaje de la pequeña burguesía. Le hablé de los desgraciados y pobres barrios bajos y llamé su atención hacia las terribles condiciones de la parte de la ciudad en la que viven los obreros de las fábricas […] Me escuchó pacientemente y en la esquina de la calle en que nos despedimos, comentó: y, sin embargo, se gana mucho dinero en ella. ¡Buenos días!«.

Federico Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra.

Prácticamente han transcurrido dos siglos de hegemonía del modo capitalista de producción y poco ha cambiado en relación al grado de enajenación de la clase obrera. Se modificaron contextos, se diversificaron los métodos, el Imperialismo se mudó de continente y llegó la revolución tecnológica pero el látigo en el lomo duele más que antes. Tampoco se ha modificado el estándar de vida que se sufre en los barrios bajos. De Manchester a cualquier pueblito de casas de rodantes de la Norteamérica profunda, millones de personas alrededor del mundo se alimentan chupando los huesitos que sobran del asado de las castas dominantes. Ni hablar de las colonias o las semicolonias. El África y los países de la América balcanizada configuran el barrio bajo del primer mundo. Es historia vieja. El barro podrido de siempre. Al subsuelo del mundo sublevado sólo le toca en suerte recibir la exportación de las crisis de las metrópolis, cultura satélite en las dosis necesarias para inocular a las masas contra la memoria y la identidad y las taras financieras suficientes para no desviar ninguna colonia de su «destino manifiesto»; acumular capital para alimentar al imperialismo y sus oligarquías, mientras sus hijos se mueran de hambre.

En ese marco puede parecer paradójico que un candidato a diputado de un país como Argentina, con más del 42% de su población por debajo de la línea de pobreza, proponga discutir la reducción de la jornada laboral. Es cierto que la discusión se da post pandemia, con las implicancias económicas nefastas que generó, y que el gobierno nacional, aunque conservador e irresoluto, no deja de ser una expresión del campo popular y necesita al menos huir hacia adelante si no puede avanzar. No obstante, más allá de esa coyuntura, la lucha de clases vuelve a ponerse a la vanguardia en las semicolonias. Allí dónde la Patria no está lograda, el desarrollo desigual y combinado de la cuestión social y la cuestión nacional pone por delante la disputa por una conducción clasista, obrera y popular del Movimiento Nacional.

Palazzo proviene de un gremio de la pequeña burguesía, de hecho dos de los tres candidatos a diputados de la Corriente Federal, Palazzo y Siley, provienen de gremios de esa extracción social (Bancarios y Judiciales, respectivamente) y el restante, Correa, representa a los obreros curtidores.

Bienvenida sea esa pequeña gragea de alianza plebeya para avanzar, bienvenido sea que el movimiento obrero se vea representado entre tantos políticos profesionales en una Argentina donde el Salario Mínimo, Vital y Móvil está por debajo de la canasta básica, donde se hizo costumbre vivir con más del 10% de desocupación y donde según el mismo Indec, la cantidad de puestos de trabajo ocupados asciende a 20,5 millones de los cuales un 15% se encuentra subocupado trabajando menos de 35 horas con disponibilidad para hacerlo más tiempo, un 74% son asalariados, un 26%, es cuentapropista, y de la masa asalariada un 30% trabaja en negro, sin derechos sociales y bajo el régimen de semi esclavitud capitalista.

El empresariado se dedicó durante todos los Aspos y Dispos que pasaron los trabajadores, a motorizar la “uberización” del trabajo. Florecieron los deliverys, las apps sin regularizar y se fueron por la alcantarilla de la urgencia por comer los sueños de obra social y cobertura de millares de jóvenes.

Plantear la reducción de la jornada laboral sin reducir los salarios es igualar hacia arriba después de décadas de hacerlo hacia abajo. Es bajar la desocupación, la tercerización y el subempleo.

 Pasó mucho tiempo desde aquella tarde en el estadio de River, cuando Hugo Moyano proyectó un obrero en la presidencia y la Dra. Fernández le contestó que ella también era una trabajadora. Fue una respuesta de clase. Es la esencia del posibilismo. La pequeña burguesía aún sojuzgada por la oligarquía sigue siendo incapaz de darse una dirección política propia y salir de su oscilante ir venir del campo nacional al antinacional. El estado argentino, fortalecido por la presencia de la clase obrera, la única clase capaz de llevar la Patria hasta las últimas consecuencias, es la herramienta precisa para garantizar empleos dignos y seguridad social a partir de un programa de recuperación de las palancas económicas fundamentales y los recursos naturales.

En Argentina ya hubo pleno empleo, ya se puso el capital en función del trabajo en detrimento de la especulación, y durante el peronismo la soberanía política no era una utopía. Es hora de volver. Menos que eso, este pueblo, no se merece.

Sebastián Jiménez
sebastianjimenez@huellas-suburbanas.info