La Problemática de la Tierra en Argentina. (1ra parte)

Dentro de la estructura agraria, conceptualizada como el conjunto de elementos agroecológicos y socioeconómicos que se relacionan, condicionan y son interdependientes en los territorios y en la producción agrícola y pecuaria, la tierra es el bien común más importante y no solo porque se requiere de tierra para establecer a los cultivos, más allá de pocas experiencias de producir sin tierra, sino por el vínculo que podemos establecer desde nuestras relaciones, concepciones y visiones.

Es probable que para cada persona la noción de “tierra” implique o evoque diferentes situaciones, percepciones, elementos y cuestiones. La problemática de la tierra en la Argentina en la actualidad posee varias dimensiones y es atravesada por diferentes procesos. Entre las dimensiones a destacar sobresalen; la cosmovisión sobre su entidad y esencia, las posibilidades de utilización de manera sustentable, el vínculo establecido y el acceso legal y continuo a fin de garantizar las posibilidades de producir bajo diferentes modos o estrategias productivas. Para la mayoría de las personas que habitan ámbitos urbanos la tierra o suelo es lo que pisamos cuando nos trasladamos de un lugar hacia otro, pero para los diferentes actores agrarios es algo más complejo, aunque para ellos puede poseer diferentes significados y valoraciones según el tipo de productor. Para los productores empresariales, y los inversionistas, la tierra, al igual que para los economistas clásicos, es un factor de producción que se transa en el mercado y dentro del circuito económico es ofrecido por sus poseedores, obteniendo una remuneración llamada “renta”. Dentro de este ejemplo, la remuneración obtenida variará según la escasez de este bien, de su calidad (aspecto relacionado con los rendimientos productivos), de la proximidad a los centros de acopio y consumo, etc.  Ahora bien, para una gran fracción de los productores familiares la tierra es mucho más que un bien de producción que posibilita la obtención de otros bienes de consumo por ejemplo alimentos; representa el origen y destino de la vida, la Pachamama de la cual todos los seres provenimos y a la cual, después de algunos giros de la tierra, como planeta, volveremos.

Debemos observar que a partir de estas cosmovisiones acerca de qué es la tierra, derivarán luego los lazos y relaciones establecidas y desde allí las estrategias, prácticas de manejo y tecnologías utilizadas en las fases productivas. De esta manera, cuando los productores inversionistas planifican la utilización de la tierra, prima una agricultura de tipo “industrial” donde la tierra es un “factor de producción” y desde allí se procura obtener máximos rendimientos económico / productivos sin atender a los ciclos, relaciones y procesos naturales que se registran entre todos los componentes del suelo, los vivos y los inertes. Se trata de un modo de producir denominado “extractivista” o “minero”, ya que se tomó a la tierra como un recipiente en la cual   se pueden colocar fertilizantes y plaguicidas, sembrar, seguir echando plaguicidas hasta que llega el tiempo de cosechar. Una agricultura de tipo industrial donde se concibe al suelo como una línea de montaje, en la cual se colocan “insumos” hasta obtener un “producto”, poco importa aquí la riqueza de la tierra, los seres que la habitan, su fertilidad, el mantenimiento de las relaciones y los procesos naturales.

Tradicionalmente subsistió una idea entre los productores familiares, aquellos donde la familia trabaja en el predio y son ellos quienes deciden y planifican las actividades productivas, que se combinan con las de tipo doméstico, una visión en la cual la tierra se consideraba un bien que se debía legar a las generaciones futuras. Esta cosmovisión implicó una cierta necesidad de mantener sus características físicas, químicas y biológicas a fin de conservar su capacidad productiva y su valor real. Se establecían Rotaciones de cultivos, y con las actividades ganaderas, con la idea de generar sustentabilidad.  El (re)cambio generacional, la urbanización de la familia que se dedica a las tareas agrícolas, la expansión de los monocultivos y su paquete tecnológico asociado, la aparición de nuevos cultivos y tecnologías, la fragmentación de los territorios, y conocimientos, fueron dando paso a una visión instrumental y cortoplacista de la función y relación establecida con los bienes naturales, que, como la tierra, pasan a ser factores de producción.

En forma paralela a los actores y procesos descriptos, y a veces cohabitando el mismo territorio, existen productores/as capaces de establecer, desde otro vínculo con la tierra, diferentes modos de originar alimentos, en la cual se combinan los objetivos productivos actuales con la sustentabilidad de los bienes comunes naturales. Es decir, producir enriqueciendo los componentes y la vida en el suelo aspecto que implica un mayor grado de relaciones y con ello tanto de nutrientes (comida para las plantas) como de salud en el ecosistema, haciendo a la agricultura menos dependiente de plaguicidas y fertilizantes; suelo sanos que procrean plantas sanas que alimentarán a personas que vivirán sanas. Como pudimos relatar los modos de hacer agricultura no son ajenos a nuestra cosmovisión sobre el origen de estos bienes y desde allí al vínculo real que establecemos. Si verdaderamente creemos que los seres humanos somos “Tierra que Anda” deberíamos tratarla a ésta y cuidarla como lo que es, una matriz engendradora de vida.

Ahora bien, respecto al acceso y vínculo legal establecido con la tierra la situación también es muy compleja, y lo trataremos en sucesivos números de Huellas Suburbanas.

A pesar de que no aflore en las discusiones políticas y económicas, por lo menos con la intensidad necesaria, la problemática relacionada con el acceso y posesión de la tierra en nuestro país es un tema de suma importancia y que se vincula con otros procesos como el de las migraciones rural – urbanas, la soberanía alimentaria, las problemáticas ambientales y la extranjerización de los bienes naturales.  El problema de la tierra se inicia con la llegada de los conquistadores y el reparto del botín, se agudiza con la Ley de Enfiteusis de Rivadavia, se agrava con el reparto posterior a la Conquista del sur de nuestro país hasta llegar a la situación actual de concentración y extranjerización. Históricamente, aunque se buscó mitigar el acaparamiento y la concentración de tierras a partir de establecer planes de colonización, la creación de instituciones como el Consejo Agrario Nacional o el establecimiento de políticas específicas como la ley de congelamiento de los arrendamientos, durante el primer gobierno de Perón, no se llegó detener dicho proceso; muy por el contrario, se ha agravado en los últimos años

Javier Souza Casadinho
javier@huellas-suburbanas.info