La nueva ola progresista y un mar más peligroso

Cuando se habla de oleadas, la mayoría de los analistas prefieren arrancar el análisis desde el proceso abierto por el triunfo electoral de Hugo Chávez en Venezuela en 1998, como punto de partida de una primera ola progresista.

Otros observadores parten de la revolución cubana como un disparador que generó una articulación en clave marxista de procesos ya existentes. Si vamos más atrás podríamos hablar de una oleada de luchas populares en los años 30 del siglo pasado, o arrancar con las rebeliones con mayoría campesina cuya máxima expresión fue el México insurgente de Zapata y Villa, que en nuestro país tuvo como reflejo el “Grito de Alcorta”. Está claro que no es lo mismo la guerra civil desatada en México entre los años 1910 y 1917 con la lucha social de los campesinos argentinos reunidos en Alcorta en 1912. Y esto es lo importante: las oleadas no están integradas por fenómenos gemelos sino por concatenaciones y articulaciones varias. Y si queremos encontrar un punto de encuentro y de nacimiento de estos procesos, este año se cumplen 200 años del abrazo de Guayaquil entre San Martin y Bolívar. En cada época y en cada región los avances populares tuvieron su propio ritmo, pero de una u otra forma en América Latina se articulan y se manifiestan en la misma temporalidad.

Motores y frenos

 Las fuerzas populares lógicamente no fueron las mismas ni tampoco sus adversarios; en tiempos de las luchas por la independencia un gigantesco motor fue el ideario de la revolución francesa y el liberalismo español, por supuesto que a esto hay que agregarle la resistencia originaria y en muchos casos las rebeliones de los negros esclavos. Y como freno, obviamente, la política colonial española y portuguesa.

Luego habría que sumar a los adversarios: el neocolonialismo británico que en un principio aportó a la independencia para luego querer quedarse con la supremacía económica, frenando cualquier desarrollo autónomo.

La hegemonía británica fue cediendo al dominio imperialista norteamericano y este logra lo que las anteriores dominaciones no habían logrado, y es convertir a nuestros países en auténticos “patios traseros”, cooptando en cada país a un sector amplio de la burguesía, convirtiéndola en una burguesía pro imperialista, produciendo en la práctica la desaparición de la llamada “burguesía nacional” y sus proyectos con autonomía relativa de las metrópolis.

Entre los motores que se suman o se integran al ideario rebelde latinoamericano, habría que considerar que a medida que se desarrollan nuestros países va apareciendo la “Clase obrera” y con ella el ideario anarquista, socialista y comunista. El punto bisagra o clave de esta influencia es la revolución cubana, que le da cuerpo al influjo que ya tenía la revolución rusa.

La revolución cubana, y principalmente el pensamiento del “Che” Guevara, van a ser vitales para las luchas populares que se generarían en la década del 60 y 70 que no lograrían afirmarse en gobiernos populares duraderos, interrumpidos casi siempre por golpes militares inspirados por una embajada por todos conocida.

Recién en 1979 con la revolución nicaragüense se comenzaría un nuevo ciclo de gobiernos populares que va a plancharse en los 90 para volver a iniciarse con el gobierno chavista en 1998.

Límites, críticas y otras yerbas

 Según un analista muy “progresista” como José Natanson, en Nodal[1], los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua no integrarían esta oleada por su deriva autoritaria, y vierte una serie de falsedades sobre las violaciones a los DDHH en esos países, que son las mismas que utiliza EEUU para bloquearlos y promover cosas tan democráticas como invasiones y golpes de estado. Decir: “que hoy son los únicos países latinoamericanos con presos políticos y dirigentes opositores encarcelados, que celebran elecciones sin verificación internacional”. Es totalmente falso porque personalmente podría hacer una lista de distintos verificadores internacionales de los comicios de Venezuela y Nicaragua.

Aram Aharonian[2] señala que: “Hubo un centrado esfuerzo en deshacer las rutinas y legitimidades de la estructura económica latinoamericana, pero el evolucionismo progresista quedó en crisis, sin expectativas más allá de las configuraciones y promesas que disponía el mercado”

El expresidente ecuatoriano Rafael Correa señala que el progresismo “es ahora una izquierda más light, que habla menos claro. Se está evitando la confrontación y para remediar realidades tan injustas como las de América Latina, tienes que confrontar la democracia del consenso”.

Las afirmaciones de Aharonian, como las de Correa, son difíciles de rebatir más con una derecha cada vez más intolerante, y si quieren una muestra de esto, tenemos lo sucedido en Argentina en el último período que va desde una causa judicial “truchísima” a un intento de magnicidio. Evidentemente, si se quiere avanzar en transformaciones populares hay que confrontar y rebasar los límites del mercado, y esto no siempre se cumple, pero justamente se trata de procesos complejos que ahora esperan resultados positivos en Chile (bastante difíciles) y en Brasil con el enfrentamiento Lula-Bolsonaro.

El cofundador de Pink Floyd y leyenda del rock británico, Roger Waters, cree que en América Latina hay una «revolución en marcha» que puede frenar la hegemonía estadounidense. ¿Será muy optimista?

[1]https://www.nodal.am/2022/08/la-nueva-nueva-izquierda-por-jose-natanson-

[2]*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur

Gabriel Sarfati
gabriel.sarfati@huellas-suburbanas.info