La moderna responsabilidad juvenil

Por: Felipe Melicchio

Las palabras responsabilidad y juventud parecen ser contrarias. Lo responsable se encuentra más situado en el territorio de la adultez, donde los imperativos sociales toman casi por completo al hombre y a la mujer. Los y las jóvenes, por una cuestión etaria, vamos tanteando el campo de las responsabilidades cautelosamente; pero hoy, la cautela se disipa en una brusca responsabilidad que nos convoca: nos toca deconstruir. Ayer, millones de jóvenes tenían la responsabilidad de ir a combatir, inexpertos, hacia el frío de una isla; hoy nos toca desarmar la trinchera mental de aquel viejo joven inocente. Ayer, las mujeres tenían las responsabilidades domésticas; hoy, es indiferente el aparato reproductor que habita en el cuerpo de uno para el lavado de los platos.

Nuestra misión se asemeja a la quema regulada que se realiza en los bosques. Debemos provocar un fuego en la cabeza del adulto, de tal manera que se incineren los combustibles antiguos depositados en la superficie. Combustibles que el tiempo fue colocando, como verdades, como estructuras, añejas, que peligran el progreso y la apertura de la mente. Pequeñas ramitas de machismo depositadas en el sotobosque o tumultos de hojas marrones y crujientes de sentimientos reprimidos son combustibles muy vulnerables a la llamarada. El fuego que generemos debe ser supervisado, debe llevarse también las marañas narcóticas, esas frases, por ejemplo, que adormecen la reflexión: “mirá la pollera que se pone, es de trola” y “si se pinta las uñas es puto”. Lo que se debe quemar es muy visible porque, a diferencia de otras vegetaciones que crecen en la mente como el amor, la solidaridad o el compromiso, que tienden a ser inmensos y formidables, el machismo y el fascismo no crece en altura. Entonces, cuando ingresemos en la cabeza del adulto diferenciaremos inmediatamente nuestro objetivo.

A pesar de tener un trasfondo sanador, nuestra responsabilidad se transita de una forma agresiva, ya que, al caminar, dentro de la mente forestal, nos encontraremos con varios protectores de la maleza: como las serpientes del Miedo y los osos del Orgullo, que querrán alejarnos de nuestra tarea.

Nuestro objetivo es el de evitar futuros incendios masivos; si somos cómplices por no hacer nada, la cabeza del afectado o afectada estará repleta de vegetación vulnerable a la evolución humana, entonces el primer encuentro con una chispa ajena incendiará todo. El progreso humano continuará su camino y la mente boreal que no ha sido curtida, por una quema prescrita, tendrá la terrible posibilidad de sufrir un incendio incontrolable, una crisis insalvable. Si no se reduce la cantidad de combustible depositado todo arderá. Un hombre o una mujer que no ha sido deconstruido/a seguirá repitiendo un lenguaje machista y misógino hasta que alguien lo/la frene; si no es uno con paciencia, con charla, será otro, con insultos, que no tiene nuestra sutileza. Porque el comentario “sos mujer, tenés que cocinar”, que aún existe en algunas personas, incita a la agresividad por ser una idea muy lejana a nuestra evolución.

Un factor esencial es la meteorología. No es lo mismo arrancar la quema arriba de un auto, mientras el adulto conduce concentrado, vulnerable a las imprudencias de la calle, que, sentados en un bar, relajados, con un café en mano. Hay que ser inteligentes. Teniendo al objetivo sentado o sentada frente a nosotros con calma, predispuesto a escuchar, es el escenario con más condiciones favorables.

Durante la quema, la meteorología puede variar; por ejemplo, si el adulto se enoja, aumentan los kilómetros por hora del viento de su mente, y el fuego se nos puede descontrolar. Hasta podemos salir lastimados nosotros. Si se larga a llorar, la lluvia apagará el fuego, tendremos que contener al afectado y no podremos continuar nuestro trabajo hasta que se seque el terreno.

¿Cómo ingresar? No hay fuego, ni tampoco hay voz, sin oxígeno. Hay que respirar profundamente y largar, con mucha fuerza, varias palabras encadenadas para que ingresen por los oídos del oyente; las palabras conocerán el camino hacía el cerebro. Es imprescindible decir dos palabras juntas así, cuando caigan en la mente, chasquearan entre sí, cual pedernal, e iniciaran la ignición. En el proceso de la charla uno tiene que estar pendiente en que el fuego no se acabe, hay que alimentarlo con más y más palabras. Una frase para arrancar la tarea puede ser: “¿no te parece raro que vos no limpies y mamá sí?” o “¿por qué ser adulto hace que lo que digas sea incuestionable?” Entonces, gracias a nuestra pregunta, el pensamiento, que es uno de los componentes del fuego, comenzará a avanzar en su cabeza; si durante la quema el oyente se queda en silencio ese silencio es, en su cabeza, el más ruidoso crepitar. El crepitar de la reflexión.

En eso consiste nuestra responsabilidad; tenemos el peso en la espalda porque transportamos las herramientas. Nacimos en un momento donde se están desnaturalizando muchas cosas que se sujetaban, ignorantes, en lo “natural”. No es natural que la mujer únicamente limpie, planche y cocine, ni es contra natura que el hombre llore; la naturaleza nos ordena. Pero, ¿qué es específicamente? La naturaleza es el patriarcado y la heterónoma, escondidos entre helechos, que nos dirigen para que no nos desbordemos del embudo que se conecta a la picadora de carne; sí, la misma que aparece en el tema Another Brick in the Wall de Pink Floyd. Lo único que se puede aparentar a la naturaleza, por su relación arcaica, es la necesidad humana de unirnos. El humano tuvo que unirse para sobrevivir. Pero parece que los tiempos fueron desforestando esta cualidad primitiva, procesándola y produciendo un sentido contrario: el individualismo.

Debemos cumplir con nuestra responsabilidad. Quememos controladamente, deconstruyamos, salvemos las mentes boreales de su peligroso final para que puedan disfrutar de una cultura que avanza hacia la igualdad; de un patriarcado que cae.

Colaboradores diversos Huellas Suburbanas
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