La especialidad de la casa

Los condimentos dan el sabor adecuado. Los distintos elementos que conforman el menú, están prolijamente adobados y en proceso de horneado a fuego lento. Desde el amplio salón comedor, una multitud de nerviosos comensales experimentan, cuales caninos hambrientos, la saliva que resbala por la comisura de sus labios, de sólo olisquear el inconfundible aroma que sólo se percibe durante las escasas ocasiones en las que los dueños del gran restaurante bajan a preparar la especialidad de la casa.

La curiosa característica de dicha ceremonia radica en que, los poderosos y autoproclamados dueños del lugar, permiten durante algún tiempo que la citada construcción funcione con la normalidad esperable dentro de las reglas creadas e impuestas por ese mismo reducido grupo de “propietarios”. Por allí desfilan chef, maestros reposteros, cocineros, minuteros, bacheros, asistentes varios, camareros y personal de limpieza. En distintos períodos y con diferentes matices de color y sabor en sus preparaciones.

Muchos parroquianos se muestran favorables a cierto estilo de preparación de las comidas y la estructura general del lugar. Otros se manifiestan más cercanos a la mano y la sapiencia de otro equipo.

Así transcurre el tiempo bajo cierto equilibrio entre las preferencias culinarias. Y un sector mayoritario aguarda siempre afuera del restaurante, ocultos y expectantes, escondidos en un callejón para no “afear” el paisaje. Ellos son los que ni siquiera pueden sentarse a la mesa del citado lugar. En algunas etapas, ciertos equipos a cargo del restaurante, acceden a llevarles las sobras frías en buen estado, o armar alguna comida barata pero contundente en términos calóricos, para conformar a esas pobres almas muertas de frío y de abandono.  Pero también se alterna esa escena con la de los equipos de conducción más viles, que dejan a esas personas libradas a su suerte, aunque ello les acarree la muerte o una multiplicación de distintas formas de violencia.

Todo eso, y un poco más también, es vigilado y aceptado por las normativas impuestas por ese grupo de poderosos, que mayormente no se dejan ver por el común de los mortales.

Hasta que por distintas razones, ya sea una profunda desconfianza hacia los chef más solidarios con los que aguardan en el callejón por las sobras del sistema; ya sea por una incontrolable voracidad de querer acaparar más y mayor poder de decisión sobre la vida y la muerte del resto; ya sea por mera genuflexión hacia inspectores superiores en relevancia a ellos mismos, lo cierto es que cada tanto, estos personajes deciden bajar de sus alturas para preparar “la especialidad de la casa”.

Aclaremos: A muchos comensales no les agrada, incluso les repugna dicho menú. Los del callejón ni siquiera llegan a saborearlo, o en el peor de los casos, mueren víctima de envenenamiento. Pero un sector, que se renueva de generación en generación, de comensales bien ubicados en el salón principal, se desviven y hasta manifiestan raptos de histeria y ansiedad por probar ese platillo tan poco habitual.

Claro está que la especialidad de la casa precisa un largo proceso de elaboración, e implica generar las condiciones para barrer del peor modo a todo el equipo de cocina y administración del restaurante, comensales en discrepancia y miserables del callejón, para reconfigurar un restaurante para unos pocos, conducido por sus propios dueños.

Varias veces, en los últimos 90 años, hemos asistido a dicha escena, que viene de la mano de un gran sufrimiento para las grandes mayorías, y una concentración de poder ya ilimitadamente abusiva a manos de unos pocos. Esencialmente, los mismos de siempre.

Hay quienes sostienen que la especialidad de la casa ya se está cocinando a fuego lento, y varios de los comensales, enterados de la novedad, fuerzan las condiciones para apurar el banquete, mientras afilan sus dientes para hincar y desgarrar esa carne tan deseada como sangrienta.

Pero también están los que afirman que esta administración y equipo de chef, que se vienen desempeñando al frente de una etapa muy difícil para el restaurante, estarían mejor preparados y pertrechados de lo que aparentan estar. Y esta vez, tendrían la capacidad para desbaratar la sofisticada intentona de esos grupos acompañados por minorías desbordadas de antivalores y desprecio por la vida ajena…

Ojalá los que aseveran el éxito de los actuales cocineros, estén en lo cierto, por el bien de la gran mayoría.

Pero lo que no se puede ocultar, es el humo que  brota en las alturas de las lujosas parrillas, ya encendidas, de los poderosos en su obstinada obsesión por volver a degustar su particular plato favorito.

Daniel Chaves
dafachaves@gmail.com