
05 May La crítica realidad en la pandemia
Darnos cuenta y actuar en consecuencia, sobre las causas y no solo palear las consecuencias
Pareciera ser a que los argentinos, y me incluyo, nos cuesta darnos cuenta de “las cosas” digo de los procesos, situaciones, acciones que nos circunscriben, oprimen y cercenan nuestra capacidad de decisión. Situaciones de orden social, ambiental u económica como de las políticas. Escenarios que muchas veces provocamos, directa o indirectamente, y que sólo “vemos” “las sentimos” cuando nos estallan en las manos. Pero… una vez que pasa “el problema”, nos olvidamos y así seguimos hasta que nos detona otra situación en nuestras narices.
La pandemia del coronavirus y su consecuente necesidad de resguardo nos ponen de frente a diversos problemas; La carencia de infraestructura sanitaria, las dificultades en los barrios y asentamientos precarios o populares, el hacinamiento en las cárceles y así muchos más. Se ensayan algunas soluciones, tiramos los cambios de fondo para más adelante hasta que la nueva crisis aparezca, donde nuevamente nos conmoveremos, y nos tratamos de explicar las causas, ensayamos respuestas de corto plazo, acciones sobre las consecuencias y así hasta…
Ni la pobreza, ni la precariedad sanitaria en el conurbano, ni el hacinamiento en las cárceles son problemas nuevos, así como sus múltiples causas y consecuencias para todos y cada uno de nosotros/as. Ahora bien ¿por qué nos pasa? ¿Vivimos en la inmediatez permanente? ¿No tenemos capacidad crítica? ¿Es mejor mirar para el costado, como a los caballos a los que les ponemos anteojeras? ¿Siempre tenemos a alguien para echarle la culpa? ¿Actuamos sobre las consecuencias y no sobre las causas?. Estaría bueno darnos cuenta, asumir nuestros errores, me incluyo en ese Nos, y de una vez por todas hacernos cargo como sociedad, en tanto comunidad, ciudadanos que no hay soluciones mágicas, que los cambios deben ser de fondo, sin esperar a que los realicen otros por nosotros. Ojo, cuando digo de fondo, no digo ajustes, más hambre o miseria, que son las consecuencias de la inacción, de tapar las causas, de no ver el fondo de las cosas como el robo permanente realizado por diferentes gobernantes en los últimos años.
Ese no querer darnos cuenta seguramente es antiguo. Te cuento, si sos muy joven, que al finalizar la guerra de Malvinas “nos dimos” cuenta, no sólo de que “íbamos perdiendo”, sino de que el país estaba desguazado, herido, mutilado, pero que además éramos un país de Latinoamérica, algo que nos habían ocultado, y quizás negado durante años. En la escuela nos enseñaban que éramos un país diferente a Bolivia o Paraguay, que teníamos más capacidad productiva, más ciencia, más futuro. Nos llamábamos país en “vías del desarrollo”, pero en aquel momento nos dimos cuenta de que éramos iguales, en historia y en futuro, a cualquier país de Latinoamérica, con las mismas carencias, potencialidades, luchas y dolores.
Más acá en el tiempo, en 1995, nos dimos cuenta de que el aparato productivo estaba quebrado, que la “revolución productiva” no había llegado, que la desocupación rozaba casi al 20% de la población activa, y pese a ello Carlos Menem ganó las elecciones con casi el 50% de los votos, sin necesidad de segunda vuelta. Allí ensayamos discusiones sobre la convertibilidad, la recesión, el cierre de fábricas, el desempleo, el hambre, la salud a cuenta gotas pero… a pesar de todo, Menem volvió a ganar en el 2003 en la primer vuelta.
Podríamos ensayar varias cuestiones acerca del no darnos cuenta, por ejemplo en los temas ambientales. Muchas personas, no todas, se dieron cuenta de la deforestación, el alto uso de plaguicidas, la contaminación del agua, del aire, de nuestros alimentos con plaguicidas, las muertes y enfermedades vinculadas a la minería, los agronegocios cuando “el problema” estalló en el patio de sus casas. De nuevo ensayamos respuestas, pero nunca vamos al fondo, a modificar un sistema productivo insustentable, excluyente y explotador que requiere el aporte permanente de energía externa costosa y contaminantes como el petróleo y sus derivados.
Otro “darnos cuenta” es la Masacre de Once, para muchos, y con énfasis en los tomadores de decisión, fue una novedad acerca del estado de los trenes, el hacinamiento, las condiciones de las vías, no para aquellos que diariamente tomábamos el Sarmiento puesto que todos sabíamos que podía pasar una tragedia, y pasó, y claro, se le echó la culpa al maquinista, a la fatalidad y “si hubiese sido ayer hubiera sido una cosa mucho menor” como dijo el secretario de transporte Schiavi, a quien muchos quieren ver fuera de la cárcel.
Ahora redescubrimos la pobreza que con toda crueldad nos increpa a cada uno de nosotros, el acceso al alimento cercenado ya por la falta de ingresos relacionados con crisis estructurales de empleo, la dificultad de llegar a los comedores, el alto precio alcanzado, ya por especulación de los oligopolios alimentarios como por la dificultad en el acceso a los bienes naturales, así como por nuestra propia incapacidad de producir por lo menos una parte de nuestros propios alimentos. Circunstancias que seguramente reconocen muchas causas que debemos desentrañar.
Lo mismo con el sistema de salud: ahora descubrimos la crisis en el conurbano, pero, ¿Cuánto hace que vecinos y vecinas de Merlo, La Matanza, Morón, hacen colas de madrugada en los hospitales de la Ciudad de Bs. As? No sólo ahora, digo hace más de treinta años, ¿Quién no sacó un turno de PAMI para dos meses después? ¿Cuántas veces pasamos por hospitales inaugurados, reinaugurados y re-re inaugurados y que nunca funcionan…hospitales sin cama, sin remedios, sin vacunas, sin médicos o médicos sin matrícula. Es duro decirlo, asumirlo, darnos cuenta… pero es real.
Ahora bien, ¿Qué hacemos? Esperamos, zafamos de la pandemia y vamos de nuevo hasta “darnos cuenta” de otros problemas, esperamos las recetas de siempre, de crecer para repartir o de repartir sin crecer, recetas del tipo “ya derramará la copa de los desarrollistas” o la de echarle la culpa al capitalismo. Si así lo deseamos, podemos, una vez más, sentarnos a esperar o ser protagonistas.
Muchos, sé que muchos, desde diferentes miradas soñamos un país diferente, un país donde como decía Solanas, “un país en el que pueda ser yo, sin hacerme cucaracha, ni bajarme la bombacha”, donde no esperemos el favor de nadie, donde nos hagamos cargo cada uno de nuestro rol, de nuestras acciones, de nuestros errores, del destino, sin esperar que nos pongan en una lista, para recibir algo a cambio. Digo un país de verdad donde podamos producir, trabajar, elegir, ser diferentes en nuestros pensamientos y acciones, donde el producto bruto interno quede en manos de los trabajadores, donde dejemos de esperar para hacer. Un país con más acciones, medidas e instrumentos derivados de políticas públicas pensadas, concebidas y fiscalizadas por todos.
Un país donde seamos más incorrectos/as y donde no se confunda de manera trasnochada, malintencionada y poco ética pobreza con delincuencia.