
08 Oct La CGT y los trabajadores: la telaraña de Cambiemos
Finalmente el vértigo que le imprimió al ajuste social el gobierno de Cambiemos a partir de la reciente ampliación del nuevo “estatuto legal del coloniaje” sellado con el FMI, hace temblar los cimientos de una CGT que empieza a sufrir la distancia que impuso entre sus dichos y sus hechos. La Central no tiembla, late. Late desde abajo, por la resistencia inevitable de los trabajadores en defensa de sus puestos de trabajo, y desde arriba, por la reacción ineludible de muchos dirigentes dispuestos a acompañar a sus representados ante el avasallamiento de sus derechos: la tenacidad de la Corriente Federal de los Trabajadores, las dos CTA y la vuelta del Moyanismo del intersticio oscuro que lo llevó a estar al lado de la bestia en el proceso que la llevó al gobierno, fueron demasiado para un triunvirato atormentado por la pesadilla que resultó su interesada apuesta por el diálogo con un gobierno sordo, demasiado abrumado por satisfacer los intereses de un Imperialismo a esta altura insoportable para los capitalismos periféricos.
La renuncia de Juan Carlos Schmid tras el contundente paro general del 25 de Septiembre pasado, es todo un síntoma. No sólo expresa el reacomodamiento interno y una ruptura con el sector más dialoguista de la CGT, gremios como Comercio, UPCN, gastronómicos, oficialistas sempiternos y obsecuentes perseverantes, sino que significa un vasto quiebre a la telaraña construida por Cambiemos alrededor del movimiento obrero y que tan eficaz le ha resultado hasta ahora para contener las demandas de los trabajadores más afectados por sus políticas antiobreras.
Han pasado casi tres años ya desde el comienzo del gobierno de la Embajada Norteamericana y parece que fue un siglo. La escena que transcurrió el mismo 25S fue más que elocuente, por un lado Hugo Moyano poniendo el cuerpo y motorizando la recién parida Corriente Sindical para el Modelo Nacional, calificando de “vergonzoso y humillante “ el servilismo de Macri como partenaire de Lagarde en Nueva York, arengando a los trabajadores a rechazar las políticas económicas del gobierno y llamando a la oposición a no votar el presupuesto 2019 junto a Yasky y Micheli, y por el otro el triunvirato amenazando una vez más con romper una tregua que hasta ahora nunca abandonó, en un ejercicio retórico que desde su asunción se ha convertido en una retahíla a esta altura poco original.
Mientras tanto, el pueblo trabajador sigue penando. La telaraña política, mediática y gremial acaudillada por el Régimen de Cambiemos, sigue amortiguando sus reclamos cada vez más exacerbados ante el dolor que provoca la pérdida constante de sus derechos más elementales: la salud, el trabajo, la educación, la comida. Parece una realidad paralela, una escena cruel donde su voz se oye cada vez más lejana, un eco resonando desde un horizonte lejano, gris, demasiado pesado para seguir soportando la impostura de cuarenta minutos de un discurso besando el acero helado, la letra muerta de un documento, frisando papeles y dibujando en el auditorio miradas autosuficientes, un escaparate esperando el mañana para nutrir frondosas páginas en los matutinos. Cuarenta minutos, dos mil caracteres, un artículo a inconsciencia. Todo ese arsenal, con apariencia de David y violencia de Goliat, contra la vida de un pueblo y sólo una certeza que se impone a la impotencia y le impide claudicar: la mirada de sus hijos, el futuro que llegó hace rato.
Para cerrar esta editorial cito una reflexión, inoxidable y medular, de Jorge Enea Spilimbergo: «…hoy debemos reflexionar sobre la incapacidad rectora de la burguesía en el frente nacional a reconstruir, lo que implica apelar a un nuevo liderazgo político-social, el de la clase trabajadora (en tanto «clase universal)[…]sólo es posible elevar al movimiento a un nivel superior de racionalidad si, en primer término, preservamos su carácter totalizador de unidad nacional para la liberación y, en segundo lugar, rebasamos el esquema cíclico del modelo capitalista con «justicia social».*