
06 Dic La cabida de los pueblos originarios en Netflix
“Lorena, la de los pies ligeros” (2019) es un corto documental de 24 minutos del cineasta mexicano Juan Carlos Rulfo, original de Netflix. Trata sobre la joven Lorena Ramírez, integrante del pueblo originario rarámuri (o tarahumara), ganadora de maratones en diversas partes del mundo. Esta comunidad originaria se ubica al noroeste del estado de Chihuahua, México, en gran parte de la Sierra Madre Occidental. Recomiendo ver este documental por la belleza de sus imágenes y por como está narrado; aquí me propongo ingresar a lo subterráneo, usando como antorcha el libro “América profunda” de Rodolfo Kusch, antropólogo y filósofo argentino, con la intención de encontrar los verdaderos conceptos que se guardan en el interior de estos 24 minutos de “No Ficción”.
En el comienzo, mientras aparecen imágenes serranas, mucho verde, alturas y desniveles, suena la voz de Lorena acompañando el paisaje: “El aire es bueno aquí, en tierra rarámuri. No hay humo de fábricas” Todo dicho en idioma tarahumara, porque ella habla poco español. Estar escuchando un habla indígena, en una posición protagónica, trae la pregunta: ¿qué hubiera pasado si Lorena no hubiese ganado cinco veces una ultramaratón de 100 km? No existiría este documental. ¿Para qué nos serviría a nosotros, los occidentalizados que siempre buscamos “ser alguien”, la historia de una “indígena” más? Para nada.
Rodolfo Kusch plantea que la dinámica de vida que predomina en América hoy es la búsqueda del “ser alguien”, de “destacarse en la competencia”. Esta la heredamos de la conquista europea, donde se da el encuentro de dos experiencias del hombre: la del “mero estar”, originaria, y la del “ser alguien”, occidental. Aunque quisieron, porque les producía un enorme temor, no pudieron socavar el “mero estar” nativo. El originario de América vivía expuesto a la naturaleza, arraigado a su tierra sin amparo más que su religión, sus himnos y su comunidad.
Lorena corre en pollera y con huaraches (sandalias) entre miles de corredores de zapatillas con cámara de aire y supuesta ciencia encima que les da mejor rendimiento. Lorena corre porque así siempre lo hizo, no necesita desplazarse a ningún espacio verde para entrenar. No se viste de otra manera como el habitante de la ciudad, sino que compite con su ropa tradicional. Está acostumbrada a correr; el correr es, en ella, una costumbre que se desentiende del sentido competitivo del que están imbuidas las maratones. Entonces, la pregunta es: ¿por qué asiste a estas competiciones?
“Había que quedarse cuidando a los animales” era el motivo, en palabras del hermano, por el que Lorena y sus hermanas no pudieron asistir a la escuela. Aquí se vislumbra la humildad de la familia Ramírez. Luego, Lorena lo dirá más directamente: “Ganar es importante para ganar dinero, pero no siempre es posible” A pesar de las distancias, a pesar de que los rarámuris están en la sierra y los “ciudadanos” en la costa, diría Kusch, hay un punto que los une indefectiblemente: el dinero. Mejor dicho, es más primario que el dinero, los une la necesidad de comer y eso hoy está profundamente condicionado por el dinero. Por eso ella tiene que correr más allá de su suelo, más allá de su “mero estar”, y dejar de ser una rarámuri más para que aparezca su nombre: Lorena Ramírez.
Rodolfo bosqueja: “en toda América, se da por un lado una experiencia basada en la agresión, cuyas raíces se remontan a la polis griega y, por la otra, la pasividad de una primitiva cultura indígena enraizada en el paisaje y en el viejo sustrato de la especie. Una se asienta en las ciudades costeras de América y juega su forma excluyente y cerrada frente a la sierra del Perú, como es el caso de Lima, y la otra, la indígena, más abierta, mantiene su integridad vital sin sucedáneos, como perfecta prolongación del ámbito en que se halla”
Se ve claro el origen de Lorena. Ella es de la sierra, de la pasividad, pero compite en maratones, de origen griego, que existen para destacar a ganadores por sus capacidades. Entonces el correr cotidiano de Lorena se hace competencia, pero no se occidentaliza del todo: se niega a usar las zapatillas de “running” que le regalan las marcas. Sigue transportando su hedor de americana por todo el suelo demarcado y “pulcro” de la maratón solo para conseguir ese papelito que posibilita eso que no puede o no llega a plantar en la parcelita de su hogar.
Kusch plantea que nosotros, los citadinos, portamos una supuesta pulcritud que nos diferencia y que hace que veamos a todo lo que resta de América como un rostro sucio, un hedor, que debe ser limpiado. En realidad, aquel hedor es nuestra verdad de América. Pero, dirá Rodolfo: “La categoría básica de nuestros buenos ciudadanos consiste en pensar que lo que no es ciudad, ni prócer, ni pulcritud no es más que un simple hedor susceptible de ser exterminado.” Exterminándolo con el fusil o con zapatillas que sustituyan los huaraches.
Una rarámuri nos enseña que aquel recorrido de la maratón puede ser atravesado en sandalias, mientras que nosotros nos ponemos tanta cosa encima en un mundo que podría verse resuelto en formas más sencillas, más hedientas, más profundamente americanas.
«Seguirán tomando fotos mientras gane. ¿Me seguirán tomando fotos cuando me detenga?» Se pregunta Lorena. No, no lo harán. Pararte significará retornar a tu “mero estar”, a tu cría de ganado, a tu cosecha, y ahí, mientras sigamos cegados por esta dinámica de vida, no te pediremos nada. Tendrás que ganar y así, solo así, te veremos como algo.
Mientras tanto ¿de cuánto nos perdemos?