
05 May La alimentación como acción política ¿de qué hablamos cuando decimos soberanía alimentaria?
Por: Ing. Agr. Javier Souza Casadinho
Coordinador regional de la Red de Acción en plaguicidas y
sus Alternativas de América Latina/ Docente FAUBA
Lo primero que hicimos cada uno de nosotros luego de nacer, quizás después de llorar, fue tomar la teta que además del contacto directo con nuestra madre nos permitió ingerir el primer alimento, el cual se iría complementando con otros en una larga lista. Alimentarnos es un proceso más vasto que comer, proceso que implica: Aspectos biológicos como la necesidad de ingerir proteínas, vitaminas, minerales necesarios para el cumplimiento de procesos fisiológicos, aspectos culturales que implican la construcción de nuestro gusto por ciertos alimentos desde las experiencias de nuestras propias familias; aspectos sociales dado que obtener, preparar e ingerir alimentos implica el contacto con otros y desde allí vamos socializándonos; aspectos económicos dado que en la mayoría de los casos obtenemos alimentos en el mercado pagando por ello y de esta manera el precio de los alimentos, y nuestros salarios , inciden directamente Y aspectos ambientales dado que el clima, el suelo, la existencia de corrientes de agua, los bosques , etc. inciden en que podemos recoger, cultivar y comer…
Además de lo mencionado, alimentarnos de manera adecuada es un hecho político si lo conceptualizamos como una decisión individual y colectiva en la cual buscamos sustentarnos de manera integral, valorando nuestros gustos, herencia cultural, brindando cierto tiempo para obtener, no solo comprar sino para cultivar, procesar, cocinar y “comer” los alimentos. Decidir nosotros, y que comer, sea un placer y no solo una obligación y demás determinada por el mercado, quién decide por nosotros que, como, cuanto y cuando comer.
El concepto soberanía alimentaria incluye el derecho inalienable de las personas, comunidades y los países a decidir sobre su alimentación: es decir qué producir, cazar, recoger, pescar, cómo procesarlo y de qué modo los ingerimos. La soberana alimentaria implica cuatro dimensiones a; La obtención y producción de alimentos en cantidad suficiente según los requerimientos individuales y de las comunidades, b- el acceso a los alimentos, aspecto que implica el vínculo entre productores y los consumidores, más allá del mercado, el valor de cambio y el precio de los alimentos, además de los salarios. C- la calidad de los alimentos, aspecto importante que hace a su contenido de minerales, proteínas, vitaminas, así como a la ausencia de restos de plaguicidas, bacterias, hongos, etc. D- La continuidad en el acceso, alimentarnos bien siempre y no algunos días. Aspecto que se relaciona con los salarios, los planes alimentarios, etc. En nuestro país y en el mundo estas cuatro dimensiones se hallan jaqueadas, lo cual vuelve vulnerable a la posibilidad de ejercer nuestro derecho a la alimentación.
Desde el inicio de nuestro peregrinar en la tierra fuimos, y somos, recolectores, cazadores, pescadores, pastores y agricultores, seguramente las dificultades de alimentarnos existieron siempre y para ello las distintas culturas buscaron mecanismos de solución, seguramente no siempre pacíficos, pero en la actualidad la alimentación es un verdadero problema vinculado a procesos sociales, ambientales, culturales, económicos y políticos.
Luego de la segunda guerra mundial con la creación de la FAO – organización de las naciones unidas ligada a los alimentos y alimentación- se trató de “asegurar” el acceso a alimentos a “todo” el mundo, sobremanera a aquellas personas que habitaban países con graves problemas; los de Asia, África y algunos de América Latina – nuestro país en 1950 se clasificaba como netamente productor de alimentos y con población sin problemas de acceso-. La FAO busco a partir de planes, programas y proyectos nivel global, regional y de las naciones promover solo una de las dimensiones que hacen a la soberanía alimentaria; la producción obviando el acceso y la calidad de los alimentos.
Uno de los planes más importantes lanzado a principios de los años ’50, cuyas prácticas y efectos continúan en el tiempo, se denominó revolución verde, plan que implicó la investigación, creación y transferencia de semillas hibridas, el uso de plaguicidas y fertilizantes sintéticos, la expansión del riego, la adopción de maquinaria autopropulsada y de grandes dimensiones. El plan se instrumentó y adoptó en todos los países con diversos grados de éxito e impacto socioambiental.
¿Cuáles son las consecuencias en el desarrollo de este plan? En todo el mundo, incluido nuestro país, se incrementó la deforestación, se han desarrollado los monocultivos con destino a la exportación (el caso de la soja y los árboles exóticos) que han reemplazado a la producción de alimentos, se masificó la utilización de plaguicidas con la consecuente contaminación de los alimentos, suelo, agua y seres humanos. Los suelos se han degradado por la falta de rotaciones y una adecuado abonado, la diversidad ha mermado tanto la natural como la cultivada alterando los ciclos y relaciones entre los seres vivos y además reduciendo las opciones de alimentos. Por último, estos modos de producción han incidido en la producción de gases de efecto invernadero lo cual contribuyó al cambio climático.
Orillando los 70 años de la creación de la FAO, y según sus propios datos, 1.000 millones de personas cada noche se duermen sin haber podido ingerir los alimentos necesarios, y esto se relaciona con lo equivocado de los planes y su instrumentación producto de un mal diagnóstico de las “causas del hambre”.
Los individuos, las comunidades y el Estado, a partir de nuestra propia determinación y posibilidades de tomar decisiones, encuadrado en la políticas públicas, deberíamos promover el acceso a la tierra y al agua: bases para una producción sustentable, promover el autoproducción de alimentos, la conservación y uso de semillas locales, la producción agroecológica en base al respeto a la diversidad y la nutrición integral y orgánica de los suelos, el respeto a las prácticas , uso y costumbres de cada cultura y el desarrollo de mercados de cercanía con acceso y precios justos para productores y consumidores.
El hambre tiene causas políticas y no tecnológicas. Existen propuestas, estrategias y prácticas individuales y comunitarias para alcanzar la verdadera soberanía alimentaria, las cuales deberían enmarcarse en políticas públicas que las propicien.