La agroecología, un antiguo paradigma que se resignifica cada día

Las discusiones sobre el acaparamiento de bienes comunes naturales como la  tierra y el agua, el avance de los monocultivos,  la lucha de las comunidades expuestas al accionar de los plaguicidas, la búsqueda de una alimentación integral y saludable en el marco de la consecución de la soberanía alimentaria, han puesto a la agroecología en el debate de los ámbitos comunitarios, científicos y políticos.

En primer lugar, cabe destacar que no se trata tan sólo de un sistema productivo: una propuesta o una ciencia o disciplina es mucho más que ello, constituye un paradigma a partir del cual nos vinculamos con los bienes naturales y relacionamos entre todos los seres vivos desde una mirada biocéntrica. Se puede decir que la agroecología es un modo de percibir, reflexionar y actuar en nuestra realidad agraria a partir de la cual perseguimos el fin de integrarnos nuevamente a la naturaleza, para desde allí recomponer los lazos entre los seres humanos y la armonía al interior de cada ser vivo. Buscamos restablecer el equilibrio a partir de establecer y enriquecer flujos, ciclos y relaciones permanentes entre los componentes de los agroecosistemas, con el cosmos y la sociedad en la cual vivimos.

De esta definición se desprende claramente la necesidad de interpretar adecuadamente a la realidad de manera integral, sistémica y holística, tomando en cuenta diferentes dimensiones: a- ambientales; los tipos de suelo y el clima. B-sociales; las relaciones entre los seres humanos y la organización social. C- económicas; precios de insumos y producto junto a la recreación de mercados alternativos. D- políticos; acceso a los bienes naturales y a las semillas. e- espirituales; la incorporación a la naturaleza y la noción de trascendencia.

En el mismo sentido, no se trata de un paradigma, menos aún de un sistema de cultivo  novedoso.  La agroecología constituye un modo de hacer agricultura, y en términos amplios de producir u obtener alimentos, tan antiguo como la misma humanidad. Pensemos en ese sentido las primeras huertas de choza, cabaña o cueva con vegetales cultivados cerca de las viviendas, con las primeras semillas vinculadas a las plantas silvestres, suelos labrados superficialmente, abonados con estiércol humano y animal y sobremanera cultivados con herramientas construidas con materiales locales, y vinculadas al entorno ambiental. Propuesta que se ha ido resignificando y enriqueciendo desde diferentes cosmovisiones y acciones.

No debemos soslayar los aportes de Rudof Steiner que, desde 1915, a partir de los conceptos de la antroposofía y la agricultura biodinámica, nos indica la necesidad de; reconocer la sabiduría de los pueblos campesinos, y de esta manera tomar al sistema productivo de manera integral como un organismo vivo en el cual los componentes interactúan en un todo coherente y armónico, en los cuales las enfermedades de las plantas reconocen su origen en la alteración del equilibrio en el suelo y con la energía de los planetas. También cabe mencionar a  Albert Howard, quien en 1935 afirmaba que los abonos artificiales llevan inevitablemente a una alimentación artificial de las plantas y animales, produciendo animales artificiales y finalmente hombres y mujeres, también artificiales. A partir de esta aseveración, nos propone la elaboración de abonos orgánicos para mejorar las características físicas, químicas y biológicas de los suelos, dado que los vegetales y frutos producidos en un suelo rico en humus son siempre superiores en calidad, sabor y poseen también un poder de protección mayor que aquellos producidos por otros métodos.

La agroecología cuestiona nuestros patrones y sistemas de vinculación con los bienes naturales en los procesos de consumo , extracción y producción, así como nos Interpela en las relaciones sociales establecidas mediatizadas, muchas de ellas por el “mercado” donde priman más el tener que el ser y el estar.

En la actualidad, desde la agroecología, como paradigma y como práctica nos proponemos la  defensa de los territorios y comunidades ante el avance del modelo consumista /extractivista (agronegocios, minería a cielo abierto, fracking, etc.) A su vez, propiciamos una amplia discusión, que culmine en decisiones justas y equitativas,  sobre la distribución y tenencia de la tierra. No es posible planificar, incluir subsistemas y realizar prácticas agrícolas desde las estrategias agroecológicas, si no existe un vínculo legal estable y permanente sobre la tierra (tomada no como un recurso sino como un bien natural donde subyacen vínculos de pertenencia y espiritualidad.

Por último, y cabe recalcarlo en este momento en que se haya reunido el Comité de Seguridad Alimentaria de la ONU, la agroecología se vincula a la soberanía alimentaria a partir de las dimensiones de producción, acceso y calidad de los alimentos.

Ya desde las producciones para autoconsumo en las huertas comunitarias y familiares, también en las producciones destinadas a los mercados tradicionales, como aquellos enmarcados en la economía social y solidaria, en los ámbitos territoriales y en las discusiones de los convenios internacionales, como el del cambio climático,  la agroecología debe priorizarse frente a otras propuestas. Motiva esta aseveración su carácter sustentable, equitativo, resiliente y participativo. Para ello resulta fundamental el involucramiento e interacción de consumidores y productores, así como la instauración de adecuadas políticas públicas

Javier Souza Casadinho
javier@huellas-suburbanas.info