La aceleración inflacionaria presiona y reabre las discusiones paritarias

La reapertura partidaria que logró La Bancaria, obteniendo un reajuste que llevó su aumento al 45,1%, tuvo un rebote importante y llevó la presión de gran parte del arco gremial para adelantar las cláusulas de revisión que la mayoría había para acordado hacer entre septiembre y noviembre, según el caso. Por supuesto la toma de posiciones fue inmediata; por un lado el gobierno, si se quiere en modo electoral pero con absoluta justicia, apoyó el pedido de los gremios y alienta un piso de aumento que oscila entre el 40 y 45%, y del lado empresario la respuesta fue, como era esperable, absolutamente negativa.

La pauta inflacionaria ficticia del 29% anual que presupuestó el ministro Guzmán, está a siete puntos de volar por los aires cuando recién atravesamos la mitad del año. Los niveles de empleo no se recuperan y el resultado de la política asistencialista del estado demuestra, en la práctica, un concepto límite del liberalismo económico: el problema no es lo que falta, es lo que alcanza. Es preciso recomponer el poder adquisitivo del salario, que el mercado interno recomience su andar virtuoso y empezar a generar empleo de calidad con un estado interviniendo de manera decisiva, con obra pública, pero al mismo tiempo también presionando de a poco sobre las empresas estratégicas.

La presión de gremios que se han puesto a la vanguardia de los reclamos de la clase obrera en los últimos años cómo Camioneros, que obtuvo un 45%, o Sanidad que se encuentra en Plan de Lucha activo, la UOM que ya pidió le fue negado un 40% de aumento, los Autoconvocados de la UTA, que por fuera de la conducción del gremio, fueron claves para lograr cerrar el acuerdo del 32% en junio, y que ya están presionando para reabrir, entre otros, son puntos clave para sostener la lucha por un salario digno.

La presión es fundamental para movilizar a los dirigentes y avanzar, de paso, a niveles de organización más sólidos, más libres y más cercanos a la elevación conceptual y práctica de la clase obrera. El camino es la organización, allí descansa la posibilidad concreta de lograr, más que un salario digno, una vida digna.

 Epílogo: siete años huelleros

Algunas consideraciones antes de terminar. Son siete años de camino. Setenta ediciones. Siete años de Huellas Suburbanas que bien podrían llamarse conurbanas. Porque el conurbano bonaerense es donde se parió Huellas, donde late Huellas y desde donde se bombea el torrente sanguíneo de este humilde esfuerzo militante. Sin límites. Y el conurbano, ese inmenso hábitat masivo de la clase obrera industrial, de los trabajadores informales que le dan vida a los barrios periféricos y a las últimas trincheras de reorganización social cuando la semicolonia se vuelve insufrible y aprieta y ahorca, contiene matices que variaron mucho en estos siete años.

La dependencia argentina del capital foráneo que nos empujó con la crisis internacional de 2008, la dilapidación por parte del nacionalismo burgués del superávit doble y la sobreexplotación de la soja, entre otros factores, sumados a la impotencia neo-frigerista que planteó (y sigue planteando) en los hechos la pretensión de volver a intentar el disparate de conseguir independencia económica sin soberanía política. Ese cúmulo de variantes, más la presión mass mediática con sus inolvidables y siniestras operetas, la complicidad de la justicia para meter presos políticos, acuartelamiento de gendarmes, policías y más, llevaron a la derrota popular de 2015 y a la oscura tortura macrista.

Y el conurbano se transformó en un fenómeno sintomático insoslayable, objeto del deseo a la hora de juntar votos, a la hora de repartir dádivas y a la vez, para sus habitantes, trinchera de lucha de resistencia ante los palazos del frío y los castigos del hambre. El macrismo vino a alimentar el cadalso. Cuatro años de pérdida de empleo, de miseria y de deuda externa a niveles históricos y, como frutilla del postre, la desembocadura de ese río de lava ardiente que fue una pandemia, cuyas consecuencias catastróficas no son algo, estimo, en lo que a esta altura haga falta hacer hincapié ya que son harto conocidas.

La dinámica social en sí sostiene una deriva en declive que es necesario parar, que no se frena por ósmosis y que necesita de un pueblo trabajador protagonista. Pero no protagonista para poner el lomo debajo de una fundición, en un taller o armando pastones; protagonista de la historia, protagonista central de un programa de expropiación de la tierra para nacionalizarla, de un programa de nacionalización de la banca, de un programa de recreación de una flota mercante nacional, de un programa de socialización de los medios de producción. No se puede pretender la revolución nacional para dentro de un rato como hace la Izquierda Cipaya, que a cada demanda le pone el cartelito de YA!, pero el programa tiene que estar, más allá de los derechos civiles tienen que estar los derechos sociales que minen definitivamente la base de sustentación de la oligarquía.

Vimos y vivimos muchas cosas en estos siete años, pero siempre se trató de ser consecuente, este mes se cumplieron cincuenta y nueve años del programa de Huerta Grande, con esas premisas más vigentes que nunca, con nuestra identidad como trabajadores y latinoamericanos al frente, el horizonte seguirá haciéndonos avanzar. Huella tras huella, siempre.

Sebastián Jiménez
sebastianjimenez@huellas-suburbanas.info