
05 Nov Juventear 2019: congreso de jóvenes
¡Cuántos elementos de la vida desbordan el diccionario! e igual, al intentar traducir eso que sentimos, nos resignamos a pronunciar alguna palabra cercana, un sucedáneo. Seguro, al menos una vez en nuestra vida, sentimos algo incierto, algo amorfo para el reino de las palabras. El lenguaje es autoritario, nos marca la cancha, pero, gracias a la reciente ola del feminismo, entendimos que también es permeable. Que se lo puede cuestionar, como todo. Eso lo comprendimos rápidamente los y las jóvenes porque está en nuestra naturaleza el cuestionamiento.
El 22 de octubre participé, junto a varios y varias compañeros y compañeras del Sagrado Corazón de Castelar, en la 5ta edición del Congreso Juventear llevado a cabo en el Centro Cultural Paco Urondo, de la querida Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Me quedé enamorado del evento y de aquel verbo que nunca había leído: juventear ¡Qué grandioso! El verbo me producía un profundo sentimiento de unidad para con mis pares, pero, debajo, siempre detrás de todo eso que se dice unificador, la verdad: ¿cuántos podíamos juventear? ¿Esas 4 escuelas que habíamos ido aquel día? Si juventear era vivir la juventud, transitarla, gozar de sus características: ¿qué sucede con el 51,7% de los adolescentes y niños que viven en la pobreza? ¿Y el 10,2% de ellos, que son indigentes? Ya no jóvenes, ni niños, ni adolescentes, sino indigentes. Despojados de sus categorías originales, se amontonan miles de seres humanos (¡También despojados de esa categoría!) en una misma medición donde pareciese no existir la edad. Por eso el verbo juventear se tiene que entender como una consigna de lucha: hay que lograr que todos podamos juventear. Tenemos que conseguir que si andamos en búsqueda de algo, sea del amor adolescente y no de la comida en los tachos; que si nos preocupamos, sea por la carrera que vamos a estudiar y no por tener que ir a laburar; que si se dispara algo sea nuestro crecimiento y no la bala de la pistola que discrimina nuestra vestimenta. Juventear desborda el diccionario, pero logra sintetizar todo esto y más. Si en el siglo XIX ocurrió una secularización que produjo nuevas ciencias, hoy tiene que ocurrir una secularización que desacralice al diccionario ¡A crear más verbos y a deconstruir los existentes!
Al ingresar al Centro Cultural Paco Urondo, el evento te recibía con variadas obras de arte y luego con distintas actividades. La sala central, a modo de anfiteatro, estaba hermosamente decorada con muchos colores que, como sucede con el celular, funcionan como miles de estímulos. Lo sabio era que la mayoría de aquellos estímulos invitaban al pensamiento y no a la quietud mental, como sí propone el teléfono. Por ejemplo, había una pared con preguntas: “¿Qué te apasiona? ¿Qué les dirías a los adultos? ¿Qué esperás del congreso?” Al lado del muro, un montón de papelitos para escribir una respuesta y adherirla. De la misma manera, se encontraba otra pared, pero como título, invitando a completar, la propuesta: “#BastaDe”.
Nuestra voz, nuestra palabra, es importante porque ser jóvenes es portar una perspectiva diferente y necesaria de la vida. Habitamos la antesala de la adultez, y pareciese para muchos una condición menospreciable, cuando es precisamente lo contrario: es una etapa de la vida que necesitamos apreciar y analizar para entrar de una manera más transformadora al living-room adulto.
Toda aquella decoración, en consonancia con la época, hacía atractivo el centro fundamental: un congreso, por lo tanto, un espacio de intercambio de posturas. Así fue como, ya sentados, se abrió un espacio de exposición y luego de debate, donde se corría a un segundo plano los hashtags, las fotos y lo superfluo, para dar paso a lo vital: la gran capacidad de expresión y visión crítica que sostenemos. El ambiente nos abrigaba con elementos cotidianos para que podamos llegar a este punto cúlmine de reflexión. Luego del debate vinieron unas emprendedoras sociales (emprendedoras que apostaban a un trabajo colectivo y no a ese concepto de emprender de manera individual y sin derechos laborales, como nos propone el neoliberalismo) que nos comentaron su proyecto llamado BOMCHE (@social.bomche en Instagram), ofreciéndonos una alternativa distinta e interesante de trabajo.
Un sorteo marcaría el final del evento con diversos regalos, entre ellos: libros. Pareciese que los libros están dispersos para indicarnos qué lugares son sanos de habitar, aquí un ejemplo.
En el marco de una educación pública e inclusiva, se construye con esta consciencia. Tenemos que seguir apostando a esos espacios donde se dé voz y se profundice la reflexión. Si no, tenderemos a lo peor: un mundo de consumidores inermes.