
07 Mar HOY COMO AYER, LIBERACION O DEPENDENCIA
Transitamos los primeros meses de un año “electoral”, en el que, desde todos los rincones nos bombardean hablando de democracia, de qué es lo democrático y que no lo es, qué es constitucional y qué no… En general, quienes esto hacen son los que simplifican la democracia significándola con que es el votar cada tantos años.
¿Debe ser así? Tal vez la realidad en que vivimos, demuestra que no necesitamos que sea sólo de ese modo. La democracia no es un fin en sí misma, sino sólo un método para lograr un objetivo. Y ese objetivo es el bienestar social.
Consecuentemente, el enfrentamiento discursivo electoral empobrece el mensaje de la política ya que, en general es arriado hacia el personalismo de los candidatos. Se han perdido en el siglo pasado aquellas profundas discusiones de ideas y de pensamientos filosóficos. Y más allá de las simpatías por tal o cual candidato, se apuntaba a elegir los ideales de la sociedad que nos representaría. Hoy todo aquello se ha reducido al marketing y a la caza frenética de los votos.
Pensar que todo tiempo pasado fue mejor es erróneo, como también lo es el tratar de volver a él. Pero intentar de dejarlo en el olvido, es evitar o negar que se puede aprender de aquello que se ha vivido. De las experiencias que eviten volver a repetir errores. Y eso es, precisamente, peligroso y alarmante, porque los medios masivos se dedican en forma persistente a borrarlo todo. A negar incluso la existencia de contextos mejores. Educan con sus bazofias culturales, mientras en forma paralela manejan el ocultamiento y la manipulación de la información.
Esa es la práctica diaria de los medios de comunicación hegemónica que funcionan como herramienta moderna de colonización. Que ha dejado momentáneamente de lado los golpes de estado y las “revoluciones naranja” como actos de último recurso. Pero saber, desde el campo nacional y popular, que esto que ha sucedido no fue por mera casualidad, pese a aquello de, “si no puedes vencerlos únete a ellos”.
En los 70s, no se pudo vencer al colonizador, pero sí se pudo estropear su capacidad de maniobra. Forzado por la problemática económica, dejó de lado la formación de dictadores en la Escuela de las Américas, en Panamá. Y bregó por mantener la estructura del Mercado, aunque esta vez, bajo el Consenso de Washington dentro de una democracia controlada.
Lo que hacen los sectores de poder, aliados con el colonizador, les permite manejar la comunicación, ya que así se van apropiando o cambiando del sentido de las palabras en beneficio de sus intereses. Les permite ampliar determinados derechos, mientras inyectan su ADN para impedir, por mínima que esta sea, la rectificación de la estructura de dependencia conseguida por los distintos períodos de neoliberalismo. Así logran que muchos de quienes podrían estar en la vereda de enfrente de sus propuestas, queden cooptados por un pensamiento acrítico.
Con esa estrategia, han ido moldeando la opinión pública con la idea de una grieta, que en realidad no es tal. Y hasta se permiten señalar y acusar a quienes serían responsables de la creación de la misma. Si se analiza nuestra historia nacional, veremos que no es una grieta. Que en realidad es una concepción de país e integración latinoamericana, que levanta las tres banderas: justicia social, soberanía política e independencia económica. Una concepción que se planta y enfrenta al modelo colonizador y dependiente que siempre ha pugnado por la entrega del país.
Entonces, la actual democracia va quedando encerrada en un círculo vicioso. El discurso mediático asume ribetes fascistoides y subliminalmente establece un discurso de supremacía racial. El piquetero o afiliado a un gremio que cortan una calle por una protesta, versus el “ciudadano de a pie” que tiene que ir a trabajar, que prende rápidamente en amplios sectores de la población frustrados o aún, desesperados. Se trata de “los unos y los otros”.
Cuando vemos que se vulneran derechos conquistados, las instituciones no funcionan en defensa de los intereses populares, el poder judicial se ocupa de perseguir y encarcelar a quienes se enfrentan a los poderes fácticos o la presión mediática decide quién es corrupto apuntalando el linchamiento social, ¿Qué democracia estamos viviendo? Al debilitarse la democracia, como sucede, los medios replicaran el discurso que conlleve al desborde. Los dueños del poder aprovecharán el caos cuando les es funcional a sus intereses.
No es una casualidad permanente que estos hechos ocurran. Son los objetivos decididos por el poder colonizador: controlar socialmente al pueblo, borrar la memoria como comunidad, taladrar la soberanía nacional y reprimir y perseguir a quienes se opongan.
Existen momentos o períodos históricos en los que se impidió, o no le funcionó bien al imperio su decisión estratégica. Un claro ejemplo fue cuando Néstor Kirchner, Lula Da Silva y Chávez, lo lograron con el no al ALCA y la creación de la UNASUR, más una filosofía de liberación. Errores propios, más la satanización de sus integrantes y la tarea manipuladora de los multimedios fueron derrumbando lo construido. Pero si en una ocasión se pudo, hay que construir la estrategia para lograrlo nuevamente.
Si vivimos una democracia debilitada e imperfecta, debemos apuntar a construir una democracia popular que recree las instituciones del país al calor de la voluntad popular, que en las elecciones deberá decidir entre dos modelos. Y solo se podrá lograr sin caer en luchas internas electorales y si somos capaces de reconocer con claridad al enemigo.
Existe una mirada histórica que nos llega a través de los tiempos, desde las primeras luchas por la liberación nacional de los pueblos. Esa mirada nos acerca un pensamiento que es siempre estratégico y de análisis internacional. Es fundamental que llegue a los barrios para crear conciencia compartida en la Comunidad. Los debates deben afianzarse sobre la necesidad de reconstruir un modelo argentino para un proyecto nacional, que sume al conjunto de los argentinos a objetivos comunes.
Si sabemos que el enemigo colonizador pretende borrar la Identidad y la memoria de los pueblos en su afán opresor. Si ha logrado escribir un relato único de la historia, creando un sentido naturalizado de dependencia. Si lo ha hecho y ha logrado para que el opresor y el oprimido terminen abrazados en una situación de ejercicio del poder anómalo, disciplinando al pueblo y estableciendo sumisión como proyecto de vida. Algo hay que hacer…
La movilización popular en democracia será el camino, ya que permite corregir los rumbos de un proceso de denigración del Estado Nacional. Estado cuya función esencial es estar al servicio de los intereses nacionales y las mayorías populares. Hay que conjugar a las fuerzas populares con un plan político concreto que avance para romper cualquier hegemonía extranjera sobre los resortes esenciales de la economía. Recuperar ese Estado es el camino de la lucha del Pueblo, organizaciones en democracia y en libertad, sin que nada, ni nadie, se atreva a desviarlo de un sendero de Liberación Nacional y Popular. ¡Que así sea!