Hacerse burgués, desmoralizarse, rebelarse

Entre las numerosas novedades que nos trajo aparejadas la Edad de Plástico, el coaching masivo con el cual los partidos políticos vacunan contra el pensamiento crítico a las masas, es una de las más siniestras. Esta forma de inyección de las ideas dominantes, de los intereses que les demandan esa función, fue clave en las últimas cuatro campañas electorales para inmovilizar a miles de cuadros militantes del campo nacional. Candidatos blanquitos, «moderados», «componedores», pastito y arbolitos atrás, alguna florcita y rodajes en los oasis que se construyen los políticos profesionales para descansar en los countries.

El mensaje político a la luz de este tipo de tecnología, en voz baja y estilo Bucay, pretende imitar las palabras que solían representar la liberación de un pueblo a través de un programa de emancipación nacional más hoy, no representan sino una herramienta para ganar una elección y acceder al poder formal, al «cachito» de poder que delega el establishment en la democracia representativa. Esta imagen no tiene la intención de esmerilar a nadie, pero trasladada al resultado de la última elección presidencial y a la incipiente gestión del Dr. Alberto Fernández, deja una certeza que amerita ser atendida desde el campo popular: una vez corridos los velos discursivos, el raquitismo programático evidencia una debilidad alarmante.

La paciencia es un don, no una excusa. Y los tiempos políticos que haya que esperar o la moderación que Fernández le pidió a los sindicatos a la hora de negociar paritarias, cuando hay programa más allá del posibilismo, se transforma en desesperación. Los trabajadores escuchan que se les habla de la Patria, pero cuando escudriñan detrás de esas palabras, no la ven. Podrán, quizás, no entender qué es la dialéctica o la diferencia entre una colonia y una semicolonia, pero a la Patria la identifican enseguida, en objetivos concretos: en el pleno empleo, en la recuperación de las empresas del Estado, en la reconquista del complejo agrícola-ganadero para todo el pueblo. No se exigen esos resaltados para hoy, a un mes y unos días de la asunción del nuevo Presidente y después del desastre que dejó la administración de Cambiemos, pero sí se plantea la necesidad de presentar un programa que contemple los ejes estratégicos que hacen a la cuestión nacional, siendo ésta la única forma de pedir «moderación» en las tácticas del movimiento obrero para la cuestión social, sin que esos ruegos resulten reaccionarios: tener una visión estratégica nacional.

La CGT y su reciente rechazo a la imposición de aumentos salariales con sumas fijas, dejando en libertad de acción a los gremios para negociar según la realidad de cada sector, habla en este sentido. La recomposición del poder adquisitivo, mantener los puestos de trabajo y reincorporar a los desocupados que dejó el macrismo no se va a dar por ósmosis o negociando gobernabilidad con la oligarquía y, si no se da, más temprano que tarde habrá una reacción.

Hacerse burgués, desmoralizarse o rebelarse. Eric Hobsbawn planteaba esos tres caminos posibles ante el avance demoledor de la híper concentración de la propiedad de los medios de producción y el capital, en manos de una minoría extremadamente intensa de burgueses neo esclavistas[1]. Trasladada esa dialéctica a nuestra Patria chica cabe preguntarse por las posibilidades de los trabajadores para asumir esos caminos: hacerse burgués es algo imposible, desmoralizarse también, empero rebelarse, entendiendo la rebelión como la organización para ejercer el poder en defensa de sus intereses es, sin dudas, la tarea fundamental de estos tiempos.

[1]  Hobsbawn, Eric. «La era de la revolución: 1789-1848». 6ta. edición. Crítica. 2007. Pag.205.

Sebastián Jiménez
sebastianjimenez@huellas-suburbanas.info