Frente Amplio, progresismo y después

La derecha ha reconquistado el viejo mundo. ¡Y el nuevo también! En Uruguay, después de una década y media, triunfó -aunque con un apretado margen del 1 por ciento- la derecha. Renovada, por lo menos en apariencia, de aquella que puso a la nación del Plata en la bancarrota económica entre 1999 y 2002. Su resurgimiento no es otra cosa que el signo natural del agotamiento de un progresismo al que se le acabó la cuerda.

Un desgaste anunciado cuyo corolario se vio cristalizado en ese singular balotaje acaecido el pasado 24 de noviembre, donde la sociedad uruguaya, en este parteaguas electoral, le abrió las puertas a la coalición encabezada por el Partido Nacional y su candidato, Luis Lacalle Pou y, al mismo tiempo, dejó la ventana abierta al Frente Amplio (que llevó como candidato al ex intendente de Montevideo, Daniel Martínez), que lo veremos tensar la soga del poder en el parlamento. Y la pregunta es inevitable: ¿creció la derecha en Uruguay? ¿O simplemente se trata de un deterioro del arco progresista encarnado por el Frente Amplio cuyo ciclo, a priori, llegó a su fin?

El proceso de derechización en países como el uruguayo es una particularidad dentro del concierto latinoamericano, debido que en él no descansan los elementos culturales e ideológicos que dominan el espectro político de las demás realidades continentales, trazando otro tipo de hegemonía. El ejemplo más inmediato de esto es la ruptura del Estado con la Iglesia Católica que ya lleva más de una centuria (1918) y que ha sido determinante en la formación una nueva cultura de lo público, teniendo como principal vector la laicidad. Esto podría señalarlos que el principal debate en la disputa de poder con la derecha sea de rumbo económico y de posicionamiento del país en la región y el mundo (ligado en los últimos años al populismo), y no en lo que respecta a derechos civiles y políticos.

Moderación civilizatoria es el concepto que se me viene a la mente para definir, a grandes rasgos, la naturaleza de esta derecha que renueva sus votos en el Estado uruguayo frente al tímido ocaso de un progresismo que no ha podido avanzar más allá de las limitaciones que le marcaba su agenda ideológica estándar y que, como todo proceso que no rompe sus propias barreras, termina por ahogarse en ellas, condicionado por la erosión que produce inexorablemente la residencia en el poder.

Ante un escenario como el que se ha proyectado en esta travesía electoral, el retorno de la centroizquierda parece un hecho a ser vislumbrado en el futuro. Sin embargo, ¿para qué volver? ¿Para ser la continuidad de lo mismo? Redefinir su proyecto político y salirse de la zona de confort ideológica de la que tan cómodamente ha vivido en estos quince años es, por lo menos a mi criterio, imperativo si lo que pretende el frente-amplismo es refrendar el éxito obtenido en los primeros lustros de su gobierno que lo llevaron a convertirse en una alternativa real de cambio, y no terminar siendo una página más de la historia contemporánea del Uruguay.

* Maximiliano Pedranzini es ensayista. Integrante del Centro de Estudios Históricos, Políticos y Sociales “Felipe Varela”.

De Crónica de Ecuador. Especial para Huellas Suburbanas.

Maximiliano Pedranzini
maxi.pedranzini@huellas-suburbanas.info