Entre lo presencial y lo virtual

Tal vez una clásica manera de no enfrentar los verdaderos desafíos sea crear antinomias “insuperables”. Y distraerse en la disputa de cuestiones no esenciales.

En algún sentido lo advertía ya Erich Fromm (creo que en  “El miedo a la libertad”). Una sociedad que no sabe (o no quiere) resolver conflictos mayores, termina desarrollando ejes opuestos sobre asuntos secundarios.

Tal pareciera ser el caso de la conflictiva y desafiante alternativa: vuelta a la actividad escolar presencial o mantenimiento (a veces muy parcial y relativo) de la “educación virtual”. No importa mucho que esto sirva para mantener “la grieta”, patética forma de encarar la próxima “campaña electoral”.

La alternativa “virtualista” se apoya, por boca de algun@s sindicalistas, en la escasa adecuación de la infraestructura escolar y la falta de resolución del problema del transporte de l@s estudiantes (y de muchos de sus docentes y el personal administrativo / de limpieza y mantenimiento) hasta las escuelas. Para evitar los riesgos del contagio masivo en las escuelas y del progresivo contagio a los grupos familiares, luego.

La canciller Angela Merkel y los ministros presidentes de los ‘Länder’ han pactado endurecer las restricciones contra el coronavirus ante el elevado número de contagios que registra el país desde hace semanas. En concreto, Alemania ampliará el cierre de la actividad no esencial, las vacaciones escolares y la recomendación del teletrabajo hasta el 31 de enero.

Las autoridades de Alemania han confirmado este martes cerca de 950 fallecidos a causa del coronavirus durante las últimas 24 horas, con lo que el país europeo supera el umbral de los 35.000 muertos desde el inicio de la pandemia. “El Independiente”  (05/01/2021)

Algun@s de sus voceros insisten además en reclamar la provisión de equipamiento y conexión segura y gratuita, a TODA la comunidad educativa, para lograr una adecuada virtualidad. Que no es un reclamo novedoso, pero resulta una forma encubierta de poner en crisis económica a los diversos estados encargados de ese sostenimiento, ya suficientemente jaqueados por la falta de ingresos a través del vetusto sistema impositivo. Es posible que los responsables del Poder Ejecutivo Nacional, las Provincias y la Ciudad Autónoma adviertan la imposibilidad de hacer una “inversión significativa”. Tal vez  incluso haya habido quienes hayan explorado sin éxito alguna posibilidad de realizar “una operación de equipamiento” con provecho para sus arcas personales. No están dadas las condiciones.

Entonces se fortalece “el planteo presencialista” que señala la necesidad de volver a “dar clase” en las aulas. Ignorando (u olvidando -y tal vez ocultando-) que las ciudades o estados que han estado intentando esta alternativa ya la han desandado, particularmente en las grandes ciudades del hemisferio norte. Por el incremento, explosivo en algunos casos, de los infectados.

La urgencia de la educación formal a cargo del personal especializado (los trabajadores de la educación) valora, tal vez tardíamente, que la presencia “del maestro al frente de la clase” es imprescindible. Y no se pregunta dos o tres cuestiones importantes: el por qué y el para qué, para comenzar.

Creemos que por aquí está el desafío.

En una de esas hojas sueltas que nos llegan (envolviendo la media docena, por ejemplo), pude leer parcialmente una entrevista a una “prestigiosa especialista” (L. Lewin). La consultora internacional en educación señalaba a la periodista dos verdades inocultables: la escuela tradicional y las clases expositivas están superadas. Es decir, “no van más”.

Ahora son “de onda”  las aulas virtuales y los “textos intensos” para interpretar.

Yo entiendo, justamente, que es más de lo mismo. Pero “aggiornado”. Modernizado, para que pueda seguir vendiendo.

Porque el aislamiento sigue sin superarse. Y seguirá presentándose en un aula en la que se dispondrá el trabajo en soledad. Sin intercambios ni atención a los intereses de cada estudiante, que se pueden explorar también “virtualmente”, y que ponen en juego otras formas de aprender cuando favorecen que los miembros del grupo (no necesariamente de la misma sección ni del mismo grado) se reconocen en un intercambio sobre lo que “les conmueve”.

Si en algo coincidimos con la nombrada (oradora de TEDx), es que lo importante es captar los intereses…  (aquí viene el problema y las diferencias) del “público” (en este caso, la audiencia áulica, los miembros del grupo de la clase escolar). Hay que descubrirlo para “capturarlo”. De ese modo, el enseñante impone luego su discurso, a caballo de lo que descubrió en “sus alumnos”.

En el fondo, sigue en pie la idea clásica, de que la educación tiene un sentido: modelar a los alumnos, darles los elementos que necesitan para desempeñarse en lo que la vida les tenga determinado. La llamada desde hace mucho “función conservativa” de la educación.

Ya sabemos que en un mundo competitivo, en el que se disputa palmo a palmo una oportunidad para escalar la pared vertical hacia el bienestar, cada cual atiende su juego. Y el docente funciona como quien le tiende las trampas para impedir que asciendan los menos aptos.

De esa terrible realidad, no se debate en nuestra sociedad… Porque el modelo socioeconómico no está en discusión. En todo caso, lo que sí se atiende es cómo hacer para que parezca más respetable ese macabro objetivo.

Casi inevitablemente me viene a la cabeza esa secuencia de la creación de Alan Parker (“The Wall”, 1982) con los niños ingresando a la escuela para ser “reprogramados”. Lo que también fue denunciado, más o menos por la misma época por el pedagogo italiano Francesco Tonucci.

En los inicios de la pandemia (allá por abril de 2020), en una entrevista virtual con nuestro Ministro de Educación, el cuestionado educador remarcaba la necesidad de que la escuela aprovechase la ocasión para ser otra….pero nada de eso ocurrió. Más allá de que en el encuentro Nicolás Trotta se mostró como el adalid de esa tarea, la realidad se impuso. El empresariado, el mundo financiero y de las propagandas estimuladoras del consumismo le taparon la boca y le redirigieron el discurso Y especialmente la acción.

Lógicamente, un Ministro de Educación sin escuelas, rápidamente encuentra la boca del silencio.

No tenemos (no somos los trabajadores de la educación ese grupo deseable) los docentes los entusiastas ejecutores de una “revolución en paz” que estalle, en aulas o a través de los medios virtuales disponibles y del “boca a boca” que podría funcionar en los barrios, supera el momento del aislamiento extremo –que ya no volverá-.

Descubriendo las necesidades y los intereses de los más interesados en el proceso educativo (que son siempre los estudiantes, mejor mientras más pequeños, y a lo sumo sus familias). Un mundo de cosas por aprender que se va construyendo en el intercambio de las experiencias habidas y las situaciones estimulantes que sabe presentar un enseñante “enganchado” en esa tarea. Y no en cumplir con “el programa” (o como quieran llamarle al bloque de los saberes que se le quiere imponer al alumnado).

Seguramente nos llamaría la atención el cúmulo de “cosas interesantes” (contenidos escolares reformulados)  que l@s niñ@s y los adolescentes van explorando y las prácticas valiosas que van incorporando.

No para sostener un sistema en crisis, sino para pergeñar otro más humano (más solidario y amigable con los demás seres, entre los que, asombradamente, va descubriendo a l@s otr@ chic@s).

Si ya hace más de doscientos años el tutor del Libertador Bolívar le señalaba en insospechados diálogos algunos de estos principios, tal vez haya que seguirle sus consejos, comenzando por “O inventamos, o erramos” (que tal vez haya sido: “tomen lo bueno —dejen lo malo— imiten con juicio— y por lo que les falte inventen”). Simón Rodríguez, uno de los primeros maestros designados por el cabildo caraqueño, tenía en claro el sentido revolucionario de una educación para todos.

“Enseñen a los niños a ser preguntones, para que pidiendo el por qué de lo que se les mande hacer, se acostumbren a obedecer a la razón, no a la autoridad como los limitados, no a la costumbre como los estúpidos” –decía Simón, en un mundo que venía de la opresora enseñanza escolástica de la monarquía española en Venezuela.

Edmundo Mario Zanini
eduardo.zanini@huellas-suburbanas.info