EL TRAIDOR

Para Florencio Randazzo.

Por: Dr. Enrique A. Viviano Hidalgo

El traidor no cambia, cambian los traicionados.

La lealtad es el principal valor moral de un peronista.

 

Una persona leal es siempre leal, no es leal alguna veces y en otras no, o leal con unos y no con otros. En la acción política nadie es leal con un compañero y traidor con otro, se es leal siempre o no. Los valores morales son atributos individuales, integran la personalidad de su portador.

No se es un traidor ocasional dentro de una conducta leal y honesta, el traidor está latente y nunca va a cambiar.

Cuando descubrimos a la acción traidora debemos aceptar que no fue motivada por su víctima ocasional, el traidor traiciona a todo el que puede cuando le conviene. Es un egoísta, un ingrato, es el bagaje de su condición, no tiene cura.

El traidor nunca se vuelve leal, como el cobarde no se convierte en valiente, ni el egoísta en generoso, un desvalor puede disimularse pero con el andar se muestra.

El traidor, el deshonesto, el mentiroso, podrán engañar un tiempo, pero siempre una acción los delata.

Cuando vemos traicionando a un compañero o a la causa colectiva, no va a ser esa la única ni la última, será cada vez que pueda.

Es una arrogancia estúpida pensar que el traidor obró así con otro y no lo hará con vos, el traidor es traidor él, no con respecto a vos, es su condición inmoral permanente.

La calificación de traidor la designa el traicionado.

El traicionado es el que identifica al traidor. El traicionado señala al traidor cuando lo sufre o lo descubre y lo registra para siempre.

No tienen validez las explicaciones o las excusas del traidor. No cambian al acto dañoso las motivaciones que ensaye o las intenciones que alegue frente a terceros para justificarse.

El traidor siempre intenta encubrir su conducta desleal apelando a la supuesta afectación de sus principios éticos o morales, a lo opuesto de sus ideas, al merecimiento de un cargo de su expectativa, a la opinión de su círculo, a la violencia moral que le generaba proceder conforme lo acordado, acusando al traicionado de obligarlo a aceptar lo que no quería o mintiendo que no tenía otra opción o que no es lo que parece, o que lo sacaron de contexto u otras decenas de mentiras.

Pero lo cierto es que lo hace a espaldas de los traicionados, sin avisar o avisando cuando la situación encaminada no tiene retorno y lo hace conscientemente, anteponiendo su conveniencia individual al éxito colectivo.

Cuando se proclama inocente y virgen es tarde, la acción que boicoteó ya fracasó o fue gravemente afectada.

La designación de traidor no va a votación, no es materia opinable por  los intereses diversos o según la versión que circule, a los traicionados nunca les quedan dudas del autor de la deslealtad sufrida.

La traición nunca es producto del error.

La traición es un acto voluntario desleal contra la confianza, que tiene como objetivo dañar al grupo que se integra y a su conducción.

Cuando se está arribando a un conflicto de poder, antes de que empiece el leal avisa a la conducción cuando entiende que no tiene las condiciones requeridas para participar de determinada acción y pide que lo pongan donde pueda ser más útil.

No especula, no presiona, expone su limitación y espera la decisión del conductor en silencio. Jamás hará un movimiento que perjudique un desarrollo, nunca hará pública su motivación para no afectar a la organización del conjunto, ni en ese momento, ni en el futuro. En otro lugar o en otra acción seguirá siendo confiable y valioso.

Con un compañero leal podes estar en desacuerdo, pero tu espalda no peligra.

El traidor sabe que no tiene regreso.

Buscará su supervivencia alquilando nuevos espacios para seguir perjudicando al traicionado y favorecer a su contrario.

El traidor es en un enemigo con el que no se puede pactar al final de la batalla.

Con el enemigo vencido leal a sus intereses de clase, terminado el conflicto, se puede acordar razonablemente.

Con el traidor no se puede pactar nada para el futuro, ya se mostró y no puede cambiar.

Al traidor no se lo perdona, es un acto políticamente inútil.

Se perdona un error, después de la disculpa y la enmienda. El error no es maldad, es torpeza. El error se cura con más capacitación y mejor conducción.

Pero el traidor es un malvado en sus entrañas, no tiene remedio, perdonarlo no arregla nada, ni para el pasado ni para el futuro.

El traidor podrá tener problemas psicológicos, de personalidad, de formación, su perdón será materia de consideración religiosa o filosófica, pero es ajena al perdón político.

Se suma a tu enemigo que lo elogia y le proporciona tribuna.

El traidor suma fuerzas con tu enemigo, se pone a su disposición, no tiene tropa propia para enfrentarte, es un paria que no tiene donde reposar y lo compran barato.

El beneficiado con la acción del traidor lo elogia en público y resalta como meritorias sus motivaciones y excusas, pero en silencio no lo respeta, lo usa, pero no lo respeta.

Nadie respeta a un traidor, solamente un tonto le vuelve a confiar algo, salvo a un pícaro que le convenga contratarlo como mercenario para que siga produciéndote daño remante.

La máxima importancia política a la que llega un traidor es el momento en que se descubre.

El traidor traiciona desde la posición de confianza que le fue dada por el traicionado.

El resto de su vida es en descenso, se alimenta de las migajas de los que usan la fama que alcanzó con los traicionados.

El traidor solamente puede hacer grupitos con otros candidatos traidores y ofertarse con la foto de lo que fue antes de descubrirse como traidor.

El conductor nunca confronta con el traidor.

Al andar del colectivo se suman militantes, simpatizantes, adherentes, acompañantes circunstanciales. La ruta hacía el objetivo se forma con un ejército donde muchos miembros tienen compromisos profundos, de largo alcance y otros se cansan más rápido o ven sus intereses de cooperar rápidamente satisfechos. Todos sirven al propósito de la conducción y organizadamente deben ser integrados a la acción.

A veces, entre los elegidos hay algún traidor. No llegó solo, fue parte de un proceso y obtuvo la confianza para la acción táctica que desempeñaba. La elección de los cuadros principales y su asignación a la tarea específica es del conductor estratégico. Cuando la acción coordinada del conductor es exitosa, triunfa la causa y se beneficia el pueblo. En la derrota perdemos todos.

El conductor estratégico no puede admitir públicamente que fue traicionado, es la innecesaria confesión de una debilidad que afecta al conjunto, la admisión de una falta de previsión en la conducta futura de un cuadro de su confianza y el enemigo puede sacar provecho.

Cuando el error de elección es sincero y de buena fe no afecta el prestigio del conductor traicionado, no busca justificar el resultado, no se excusa, no se victimiza, su silencio lo enaltece.

El conductor lo aparta de su entorno, no lo confronta, no lo señala, ni le pide la renuncia a su cargo institucional, simplemente lo ignora, no vuelve a mencionar su nombre.

Nunca fue un par, un igual, ya no es colaborador, no es un militante de la causa, no tiene envergadura propia más allá de su acto de traición. Terminada su función en curso, se va sin que lo echen.

La traición destruye la relación y el traidor se destruye a sí mismo. Su acción inesperada es inolvidable y nadie vuelve a confiar en él. Cuando la traición se descubre la confianza muere para siempre.

La primera obligación de un general es cuidar a sus soldados

El conductor se esfuerza en cuidar la tropa propia, la que lucha por la causa de todos y no por la ambición de nadie. No hay resentimiento con el traidor, su inmoralidad, su falta de lealtad, lo llevó voluntariamente a elegir quedar afuera de la comunidad que antes lo apreciaba.

El conductor ignora públicamente al traidor, es una ficha mas en el tablero, sirve para identificar a otros desleales y completar información del enemigo.

El poder no cambia a los hombres, los muestra.

El traidor es un ambicioso, un egoísta limitado por su incapacidad para crecer armónicamente con el colectivo. Evita nos enseña que sus ideales son el dinero, el poder y los honores. Trabaja para él mismo, no para el pueblo. El traidor podrá fingir humildad, hacer promesas o repetir muletillas para engañar distraídos en el futuro, pero ya se mostró.

El traidor no puede darse el gusto de gozar de su traición.

Cuando por sorpresa nos clava el estilete en la espalda, no lo esperábamos y muchas veces ni siquiera lo sentimos inmediatamente. Cuando nos llama la atención un líquido goteándonos en los zapatos y advertimos que es nuestra sangre, mantenemos la compostura, negamos todo el hecho, no culpamos a su autor, nos reponemos y seguimos caminando detrás del objetivo. Nunca una queja, ni un lamento, la afectación corre por dentro pues afuera es información valiosa, nuestra energía se focaliza en la continuidad de la acción.

El traidor no debe gozar de su daño, ni de nuestro olvido.

Engañar al rival no es traición, es un principio.

No informamos al rival de nuestras acciones, la sorpresa es un factor fundamental. Por el contrario, sorprender a los compañeros durante el transcurso de una acción es muy grave para la estrategia, puede desarticular a la ejecución del plan y llevar a la derrota, pero hacerlo intencionalmente para desequilibrar negativamente el desarrollo, es traición.

No existen motivos, excusas o justificativos válidos, nadie se retira del campo de batalla o se pasa a las filas del enemigo cuando tenía una posición asignada. Solamente lo hace un traidor o un cobarde, desvalores que se complementan.

La lealtad es a dos puntas, del que manda y del que obedece.

Cuando elegimos compañeras y compañeros para que nos representen en la estructura de poder formal del sistema, nos fijamos en el orden de los valores morales e intelectuales enseñados por el General Perón: que sean primero leales, luego honestos y en lo posible también, capaces.

Las tentaciones y los mareos son bastante frecuentes. Una mayor consideración de la propia importancia individual por sobre la pertenencia al conjunto puede ir deformándose en egoísmo, en conductas propias del individualismo al servicio de la oligarquía.

Pero directamente participar y apoyar listas de candidatos encabezadas por el traidor que facilitó una derrota nacional y un triunfo legislativo provincial en favor de una oposición cipaya, nos alerta que en algunos distritos hay compañeros equivocados, que en su afán de obtener un cargo rentado prefieren soslayar que el principal valor moral para un peronista es la lealtad.

El traidor es la más baja categoría de la militancia y lo peor que se puede ser en la vida.

Ningún militante peronista acepta la conducción de un traidor, lo seguiría a una derrota segura y a teñirse de su desprestigio.

Una pertenencia en la función pública con capacidad de gestión táctica, no borra la traición. La lealtad es lo que nos hace compañeros.

Todos sabemos que Iscariote fue uno de los Doce Apóstoles que acompañó a Jesús, pero para la historia del pueblo siempre será Judas…el traidor.

 

Enrique A. Viviano Hidalgo
enrique@huellas-suburbanas.info