EL SILENCIO DE DIOS PARECE HABER RECOMENZADO UNA VEZ MÁS

El transcurso de la guerra que involucra a Ucrania, Rusia, E.E.U.U. y otras Naciones viene poniendo en vilo al mundo. Aparecen casi con naturalidad armas nucleares en escena. A estos gravísimos problemas se suman aquellos que afectan los ambientes, habitados o no por el hombre, producto del consumo excesivo de los recursos y que recrudecen ante el cambio climático.

No caben dudas de que, con el exterminio de las relaciones esenciales y sus regulaciones, el hombre busca decididamente su propia extinción. La integralidad del funcionamiento planetario difícilmente excluya a quienes, creyéndose más aventajados económicamente, abusan de todo uso. De hecho, la influencia cultural y social que es propia de las civilizaciones viene siendo el detonante de los desequilibrios sostenidos y nefastos.

Queda claro a esta altura que la falta de factores reguladores que otrora fueran extra-naturales y culturales también, tienen lugar en las relaciones de mercado y que, de igual modo, avecinan un apocalipsis.

Ingmar Bergman, el genial cineasta sueco (1918-2007), ha marcado con sus clásicos distintos momentos en el desarrollo de la humanidad. Sus obras quedaron articuladas o enlazadas no sólo por preguntas esenciales, sino también por preocupaciones existenciales. Así suelen ser temas recurrentes de sus películas: la muerte, la guerra, el goce, el sufrimiento humano y la crisis de fe, entre otros.

A mediados de 1950 Bergman temía que el peligro de una guerra nuclear se hiciera realidad y diezmara al mundo. Temía que se concretaran invasiones en su amada Suecia. En pos de depurar esos miedos enlazó varias de sus obras con lo que dio en llamar el silencio de Dios. Quedaron agrupadas en torno a esa idea películas memorables: El séptimo sello (1956), Como en un espejo o lo que queda del día (1961), Los comulgantes o luz de invierno (1962) y El silencio (1963). A partir de todas ellas, Bergman nos hace pensar en la crisis del ser agobiado por no hallar fundamento que le dé sentido a su existencia[1]. Por eso, es recomendable verlas en conjunto para entender-lo en sus metáforas y presupuestos filosóficos atados por una realidad dura y racional.

Un clásico, y en este sentido sirven los ejemplos, permite deconstruir realidades y da una visión sobre la realidad desde un lugar humano predominante, supeditando otras dimensiones. Centra el eje de las cuestiones en el hombre, y permite volver a pensar que las crisis de la humanidad son esencialmente culturales, e instaladas desconocen al hombre mismo en todas sus dimensiones. En este sentido, el recorte de la obra de Bergman comprendido con la idea de “el silencio de Dios”, el director sueco nos muestra como Dios ha decidido callarse ante todas las atrocidades humanas. Muy poco comprendido dicho cine en su contexto, escandalizó a los argentinos por algunas de sus escenas -El silencio, especialmente- sin reparar en el verdadero trasfondo que subyace a toda gran problemática existencial humana.

[1]Bergman, I. (2007). Imágenes. Barcelona. Tusquets. P.215

Eduardo Marcelo Soria
msoria@huellas-suburbanas.info