El abuso laboral: ese hermano del desprecio por la dignidad humana

La pucha que valgo poco

si no me alcanza ni pa´cigarro

y el hueso que llevo a casa

dentro del pecho, me está golpeando

Si me agarra la rabia, y pego el grito

me estoy pensando

que mis pobres cachorros

no tienen culpa, pa´darles cargo…

(Grito Changa, José Larralde, 1967)

Un auténtico cuadro de época.

Uno, que escucha, pregunta y con viento a favor conversa un rato con diferentes actores sociales del pago chico, siente la debilidad de consultar y dejarse interpelar por aquellos que no tienen voz. Desde esas entrañas, se relevan realidades concretas que, debidamente verificadas y sistematizadas, permiten vislumbrar un cuadro de época lo más cercano posible al sentir de las mayorías. El ejercicio, lento y sinuoso, no otorga laureles ni monedas, pero nos acerca entre compatriotas y nos revitaliza en un hondo humanismo que permanentemente nos quieren arrebatar desde las alturas.

Días atrás, me cruzaron por calle Yatay, a escasas cuadras de la plaza San Martín, de Morón, dos mozos con quienes he sabido cultivar una poderosa confianza recíproca, tanto como un afecto personal. Los caballeros, vinculados por supuesto al rubro gastronómico de la zona y no tanto, me confiaron «lo que se viene y lo que ya se está instalando», en una forma de tendencia hacia la explotación laboral o cuando menos, a la compulsiva baja salarial y pauperización de las condiciones contractuales de trabajo, según me explicaron aquella noche calurosa, tan agobiados por el factor climático como por el drama de vivir y con-vivir con tamañas presiones diarias.

Lo cierto es que el mayor, con muchos años de antigüedad en el rubro, me explicó que existe una intención manifiesta en más de una casa de comidas, por caso del distrito pero que trasciende largamente a las fronteras de Morón, de deteriorar las condiciones contractuales de sus trabajadores. Camareros que deberían aceptar salarios de bacheros para persistir en sus empleos, pasar de jornadas de 9 horas de trabajo a 10 o hasta 12 por salarios, en algunos casos, un 50% menores, pérdida de antigüedad, precarización laboral a través de negociaciones de trabajar jornadas reducidas «en blanco» y el resto del horario de forma no registrada «en negro»… y así la lista se puede ampliar tanto como la imaginación del dueño del restaurante o cadena de restaurantes se le antoje.

Los que no acceden a tales exigencias, claro está, reciben como quien no quiere la cosa el famosísimo «deberás ir buscándote otro empleo», hasta el no menos conocido «muchas personas aceptarán ocupar tu puesto de trabajo por menos salario que el que vos cobrás».

Un gran silencio dominó la escena cuando les pregunté si, acaso, la empequeñecida Secretaría de Trabajo no podría tomar cartas en el asunto. Apenas si uno de ellos, el más joven, con la prudente audacia que otorgan los tiernos años, deslizó una mirada cómplice para luego sugerirme: «Usted es el periodista, usted sabe cómo se arreglan estas cosas entre la patronal y Trabajo».

Nos estrechamos las manos. Compartimos un abrazo. Les deseé buena suerte, y me comprometí a no abandonarlos, a no dejarlos solos en esta hora acuciante. Por que cuando el Capital te inunda de pánico los días y las horas, la primera trinchera para salvaguardarnos, es la solidaridad y el amor entre semejantes. Mientras tanto, los días pasan, y la presión sobre la clase trabajadora avanza desde los escritorios, desde los oscuros pasillos ministeriales y legislativos, y de ser necesario… a punta de pistola.

E Mujik
elmujik@huellas-suburbanas.info