Ejemplo práctico de la crisis habitacional que golpea a diario

Cual Dante guiado por la balsa de Virgilio, uno es capaz de adentrarse en infiernos cada vez más profundos, incluso –y particularmente- contra su propia voluntad. Pero cuando se sale del mismo, ya nada vuelve a ser, ni a percibirse como antes de la infausta revelación.

Desde hace 6 años soy propietario de una pequeña oficina comercial en la planta alta de una de las galerías más concurridas del corazón céntrico de Morón, en las cercanías de la estación de tren. En una primera etapa, trabajé allí con proyectos personales. Luego, comencé a cederla en alquiler. Por allí pasaron varios emprendimientos productivos, con distinto grado de éxito. Resistieron a etapas de tarifazos y caídas comerciales a granel, no así al cierre prolongado de la galería durante la peor etapa de la pandemia; ahí nos terminamos de caer casi todos (menos los que no se caen nunca, los de siempre, bah. Los dueños de casi todas las cosas, incluso de las decisiones para que nos caigamos con mayor o menor estrépito).

Con mayor aire, comencé nuevamente la tarea de publicitar mi modesta oficina, esquivando como siempre las condiciones usurarias del mundo inmobiliario, a la espera de una rápida gama de consultas… pero esta vez, el baldazo de agua helada pegó desde otro ángulo, que me tomó por sorpresa.

Porque contra lo que podría haber pensado, nunca se termina mi capacidad para la sorpresa.

En menos de una semana, algunos cientos de compatriotas o ciudadanxs migrantes me enviaron mensajes privados desde una importante red social, o bien vía celular, para interiorizarse de las condiciones generales de acceso contractual a la pequeña oficina. Con un detalle, que hace al núcleo de estas líneas: al 90% en promedio (capaz me quedo algo corto, pero redondeo) de esos varios cientos de consultantes, no les interesaba ese cubo de techo y ladrillos de 18 metros cuadrados, sin cocina ni baño propio, para emplazar un tallercito, un oficio, un showroom o algo por el estilo. Nada que se le asemeje, y que nos habría permitido esperanzarnos con una búsqueda de espíritu productivo, emprendedor, etcétera. No. La búsqueda era para vivir allí. Esto es, un alquiler de muy bajo costo, dispuestos a sacrificar lo esencial (baño, agua) con tal de acurrucarse y resistir con poco dinero. Algunos me comentario que ya no podían continuar pagando sus alquileres. Otros, que las pensiones donde estaban residiendo son incómodas e inseguras. En el caso de Norma, una mamá con 3 criaturas, quien me afirmó estar “apurada” para mudarse a un sucucho con su prole… siempre con la espada de Damocles de la falta de dinero, angustia e imposibilidad de proyectar un camino distinto al de la mera resistencia.

La resistencia como principio y fin en sí mismo.

La justicia social, previa a julio. Ya ni vale la pena pensar rendirla bien en marzo, falta tanto conocimiento que no se llega siquiera para esa fecha.

Dicho lugar, sin acceso directo desde la calle, no está habilitado por el consorcio para viviendas, lo que es natural tratándose de una galería comercial, ante todo, y con horarios de apertura y cierre determinados. Sin embargo, y aún a sabiendas de ello, que yo había dejado claramente explicitado en los anuncios, las preguntas –dizque desesperadas- arribaron en tropel. Uno a uno, lo más amablemente posible, tuve que darles la mala noticia, un pequeño empujoncito más hacia sus propios abismos, y explicarles lo obvio: que era imposible ofrecerles ese lugar para los fines que ellos perseguían.

La sensación de impotencia cobró supremacía sobre mi estado de ánimo a lo largo de esas jornadas. Y no pude menos que pensar, qué lo parió, sin pretenderlo, tuve en pocos días un enorme relevamiento del déficit habitacional en el corazón del conurbano oeste bonaerense.

No tiene nada de divertido esto. No puede tenerlo. Sólo compartirlo. Que los que miran para otro lado porque persiguen votos y/o estrategias para noviembre, sepan con la mayor crudeza posible estas micro-realidades tangibles, visibles aunque tengan el antifaz de la campaña colgando de sus frentes. Y que, aunque públicamente inconfesable, se hagan cargo de la considerable porción de culpa que todos arrastran, para que tantos ciudadanos lleguen a estas profundidades.

Desde tan profundo, ya es imposible ver la luz del sol. Son sólo tinieblas del día a día más doloroso. Donde los bonitos spots publicitarios sólo pueden servir para acumular desazón, descreimiento, indiferencia, y probable violencia que podría manifestarse de mil modos diferentes.

Daniel Chaves
dafachaves@gmail.com