Educadores

Si nos dejásemos llevar por el significado de la palabra, más exactamente por su etimología, el educador es un conductor en la formación de las personas. En realidad, se lo espera en acción con los niños y las niñas, sin dejar de señalar que el “sexo femenino” ingresó al ámbito de la educación pública, como “objeto” de la educación hacia mediados del siglo XVIII. En la Europa occidental de la cual hemos tomado el modelo.

La idea de que son las mujeres las que toman a su cargo la tarea de educar (aquí la función es la de “maestra”) es bastante más moderna. Y en nuestro país toma cuerpo con la “importación” de ese puñado de notables norteamericanas que contrató Sarmiento hacia 1870. En honor a la verdad, hubo también algún varón entre los contratados.

De su mano se crearon las llamadas  Escuelas Normales, en su origen dependientes del Ministerio de Educación de la Nación, aunque el organismo fuese el Consejo Nacional de Educación, creado diez años después por el presidente Roca y puesto bajo la conducción del mismo Sarmiento. Por entonces ya ex presidente de la Nación y muy próximo a su deceso.

Y esta introducción viene a cuento de que a raíz de la pandemia, la educación y los educadores han pasado a un primer plano. Siempre en un sentido figurado, porque en realidad, en un raro fenómeno sociológico, esta y éstos no parecen tener una importancia real para la población argentina. Y mucho menos para sus gobernantes.

Esto se hace evidente en el nivel de los salarios de sus trabajadores, en la consideración a su desempeño (recordar histórica apreciación de nuestra ex Presidenta). De la valía de la función en las instituciones públicas (recordar no menos medulosa frase de nuestro ex Presidente). Y el cuidado de las sedes educativas (que si bien han salido del estado de “taperas” que las caracterizaba mayoritariamente en las poblaciones alejadas) ha mostrado tal nivel de abandono hacia 2018, que llevó al asesinato de dos de sus trabajador@s en la provincia de Buenos Aires. Sin que se le cayese una expresión de dolor a la angelical Sra. ex Gobernadora. Y mucho menos definiese una inversión significativa de los fondos públicos en reparar la situación.

Todo esto relativo a la educación estatal. La VERDADERA educación pública, más allá de lo que se defina en la legislación vigente. Parche parcial, importante pero insuficiente, del modelo que expresó la Ley 24.195 Federal de Educación, de 1993. En ese clarificador proceso político económico que encabezó el innombrable ex Presidente, fallecido hace poco tiempo. Y al que se le homenajeó en forma desvergonzada, seguramente por haber sido un preclaro exponente del programa que ciertos sectores de la elite siempre pretenden imponer a nuestro pueblo.

¿Qué sucede con la presencialidad y la virtualidad en la educación argentina, llegada la crisis sanitaria pandémica a nuestro país?

¿Por qué el supuesto debate al respecto entre el Presidente de la Nación y el Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires?

¿Qué cabe esperar de los efectos de la decisión de la Corte Suprema de Justicia, ante el reclamo de las autoridades porteñas por un DNU del Doctor Fernández?

Si fuese real que las autoridades nacionales, provinciales o del GCBA se desviven por cumplir la obligación constitucional de asegurar la educación y de resguardar los derechos de enseñar y aprender, no sería en estos tiempos difíciles que saldrían a “pararse de manos”, ni unos ni otros.

Aquí, casi esencialmente, se trata de juego de intereses, en los que secundariamente caen el estudiantado y los trabajadores de la educación (y no digo sólo los docentes).

Casi en un accionar salvaje, se valora la tarea educativa de los establecimientos habilitados (los administrados realmente por el Estado y los otros, entre los cuales descuellan –por su peso político y económico- las empresas privadas dedicadas “al rubro”), como “esencial”. Al mismo nivel de los trabajador@s de la salud y de las fuerzas de seguridad (que nunca se sabe cuándo va a ser necesario convocar para tareas “menos tiernas”)

“No se puede dejar a los chicos sin clase” es una frase que encubre mensajes catalépticos, cuasi propia del apocalipsis.

Por ejemplo:

  • “no me banco los pibes en casa”.
  • “nunca pude controlarlos y ahora están insoportables…”
  • “como hago para enseñarles algo, si yo no estoy dispuest@ a hacer nada significativo y serio”
  • “necesito una guardería legal y barata que además me cubra de la obligación de asegurar la educación de l@sniñ@s”.

Comprenderá el apreciado lector y la no menos respetable lectora que estas suposiciones (y las agresivas frases con las que las expreso) no son las que pienso…

Pero sí las que algunas personas dejan escapar de sus labios, en medio de la tensión y la ansiedad pandémicas.

¿Qué es lo que se pone en tensión si se discute que el educando vaya o no vaya a la escuela?

¿Qué es lo que se espera que el educador logre (o al menos intente) si está “en vivo” o en “la representación” por un medio de comunicación, es decir, en forma remota…?

Si la/el niñ@ va la escuela se ponen en marcha:

  • la economía de los transportes, los alimentos (en particular, las golosinas), la industria editorial y gráfica (y sus subsidiarias en la modernidad); así como las industrias de la indumentaria y el calzado (y ayúdenme con las que me olvido)
  • el tiempo libre de sus progenitores y el mundo de la economía que gira alrededor de “esa libertad”
  • la industria de los entretenimientos y fiestas infantiles, así como los derivados en regalería y afines.

Qué sucede con el trabajador ligado a la presencialidad: al menos se activa lo referido a la economía del consumo, a la que nos hemos habituado al asistir a una escuela para dar clase.

Similar a los rubros enunciados para los más jóvenes pero al nivel de los adultos.

Ahora, en relación con la tarea de enseñar y aprender, ¿qué cambia, realmente?

Nadie puede ignorar que si por aprender se entiende incorporar ciertas habilidades y destrezas, así como desarrollar algunas capacidades intelectuales o del “goce estético”, no es lo mismo tener al docente al lado, en acto y presencia, que recibir su palabra (y con más suerte aún, su imagen) por un  aparato, que muy a menudo no funciona; que se comparte entre tres…

Y eso cuando lo hay (el adminículo).  Y la “señal” de conexión.

Pero, ¿qué es lo que hay que aprender?. Particularmente, en el largo e insondable trascurrir de esta pandemia.

¿A leer, y a escribir?, ¿a hacer las cuentas y a resolver los problemas matemáticos? ¿A recordar los próceres y las fechas patrias, e identificar los otros seres y procesos?

Es cierto que, lógicamente, muchas personas presentarán dificultades a la hora de recordar muchas nociones referidas esos temas. Que el mundo en el que vivimos nos habilita a recurrir a la tecnología para resolver esas dificultades u olvidos. Y por lo tanto, se nos complica dar a nuestr@shij@s o cualquiera sea la condición de l@s menores a nuestro cargo.

Pero… ¿no será que estamos descubriendo que hemos perdido manejo de capacidades innatas a nuestra condición de personas?¿Que nos tiene acorralad@s la tecnología?¿Que nos hemos transformado en tecnodependientes y (más grave, creo) adictos al consumismo y la superficialidad…?

Si así fuese, entonces el debate no sería entre dos representantes (no hay que olvidar que son “mandatarios”, es decir, individuos obligados a cumplir un mandato, el que les ha dado el pueblo elector). No habría que esperar que la Suprema Corte (en lo personal, me siguen asombrando esos nombres “pesados”, como el de “Honorable Senado” o el de “Honorable Concejo Deliberante”…) se expida.

Ya habríamos resuelto muchos de estos entripados, por nuestro “leal saber y entender”. Y tomado en nuestras manos (las de madres y padres, las de tías, tíos, abuelas, abuelos, vecinas o vecinos) a la formación de l@s más jóvenes.

Para exigir al Estado (en sus diversas formas y niveles) que asuma las obligaciones que les delega y a las que les obliga una sociedad madura. En materia de educación, de salud, de administración de la justicia… Pero no en la básica responsabilidad de orientar a las nuevas generaciones.

Porque, si advirtiésemos que no lo venimos haciendo, tendremos que asumir que los males que nos aquejan no son los que se identifican, los que “emergen”, sino los inherentes a este plan o programa socioeconómico que se nos ha impuesto de modo creciente en el mundo actual. Y eso, ¿desde cuándo?

Se ha impuesto el capitalismo, en su forma dependiente, una economía de “mercado controlado”; controlado por sus propios intereses, eso sí: no “salvaje”, como sabemos que hemos vivido en años muy recientes.

Pero capitalismo al fin, está primero la conservación de bienes y su acumulación por parte de algunos individuos y ciertas organizaciones, a costa del bienestar y los derechos de las mayorías. De ese pueblo que es convidado a votar (incluso obligado a hacerlo) pero al que se le niega una auténtica educación. Que no pasa porque sea presencial o virtual. Sino porque sea “de raíz familiar” (es decir, respetuosa de su subcultura de origen), pero que lo libere de cualquier opresión.

Parece entonces que el signo de la hora fuera “Educadores,  EDUCAD…”

Pero eso significa también: “Gobernantes,  GOBERNAD…!”

Y en las naciones republicanas, ese gobierno es el ejercicio de la voluntad popular.

Y ampliando el mandato: “Comunicadores, COMUNICAD…!”

Es decir, a ese cúmulo de “contratados” que realizan la tarea de informar, de trasmitir los mensajes del poder de turno, que retrocedan ante la recuperación del control de la información por sus destinatarios. L@sciudadan@s y habitantes del país. No de sus “representantes”.

Porque la información y la comunicación no pueden quedar en manos de algun@s, con la impunidad propia de este sistema de injusticia y degradación.

Si la educación debe dejar de quedar embretada entre presencialidad y virtualidad, la información no puede controlarse desde el principio de la “libertad de prensa”, en nombre de la cual se cubre a los “comunicadores” que trabajan para sus “amos de turno”, que no cambian demasiado, pero aprovechan a esos hábiles charlatanes para “bajar línea”. Émulos baratos (o no tanto) de los sofistas de la Grecia antigua, que podían mostrarte un mundo donde había otro, con la habilidad de su discurso.

De poco serviría (y de hecho, de poco sirve) la tarea de los educadores (los miembros responsables de las familias y los formales a quienes la sociedad habilita y titula para colaborar y contribuir) si hay quienes toman el poder de la palabra para manejar la voluntad de tod@s.

Paulo Freire –  Nacido en Recife en 1921,  parece que no ha muerto, aunque ha sido enterrado en San Pablo, hace ya muchos años (veinticuatro).

De él se recuerdan muchas frases.

Y un pertinaz compromiso con la educación popular.

Tal vez sea por allí que debamos buscar la respuesta a este desafío de hacer renacer la educación en plena pandemia.

Edmundo Mario Zanini
eduardo.zanini@huellas-suburbanas.info