Ecce Mundus (He aquí el mundo)

“La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que sí se conocen pero que no se masacran” Paul Valery

 “La guerra es el arte de introducir trozos de metal en la carne humana” Cantervill

Un amigo va a la guerra.

Por supuesto, recibió la llamada indeseada, y debe encolumnarse en una escalada de muerte, contra toda propia voluntad.

Un amigo ruso, afable, entrañable. Un tipo muy simple, con ganas de reír y compartir chistes. Veterano de guerra del conflicto entre Rusia y Chechenia, en el cual, muy joven aún, tenía a su cargo a 34 soldados, de los cuales sólo sobrevivieron 8. Un ruso amigable, con dolorosas secuelas en el lado derecho de su rostro y ojo, producto de una granada que le estalló demasiado cerca en medio de una emboscada durante aquella etapa, de la cual él prefiere no hablar ni recordar. Hoy me escribió por Telegram para despedirse, y entre risas y escasas lágrimas (por razones de “supersticiones rusas”), beberse quizás, su última “cerveza virtual” con su amigo argentino, el “hippie bueno de la paz” como él me llama desde hace dos años.

Nuestra pasión por los viejos equipos de radioaficionados nos acercó a la distancia, varios ejes de la historia universal que nos atrapan un poco desde el mero compartir intelectual y otro tanto con cierto sentido lúdico en torno a la imaginación de aquellos escenarios de otros tiempos, traductor y decente uso del inglés mediante, forjaron gradualmente una amistad realmente sólida.

Crecimos en paralelo, acaso el eslavo le gane en unos pocos años al latino, y transitamos universos que se entrecruzaron por obra y gracia de internet. Ninguno está demasiado orgulloso del devenir de sus respectivos países. Discretamente en su caso, se mantiene desde una óptica totalmente independiente a los rumbos gubernamentales que prevalecen en sus latitudes desde hace un par de décadas. Ambos preferiríamos que la evolución de la sociedad global hubiera sido sustancialmente distinta al conglomerado de injusticias e inhumanidades que vienen ganando la pulseada, y hegemonizando con pútrido placer las agendas y paladares de quienes imponen condiciones en el mundo entero.

Algunas veces, el querido Vlad (diminutivo lógico de Vladimir, tal es su nombre de pila; su apellido es irrelevante para esta nota) me recuerda con cierto sarcasmo que, para los hijos de los trabajadores más pobres de su patria, “no ha pasado aún el peronismo” con sus leyes sociales y especialmente, laborales. Largas jornadas de 14 horas conduciendo una ambulancia, y anteriormente en filas de rescatistas alistados en cuerpos de bomberos, con turnos rotativos y no siempre con goce de francos, según la necesidad de sus superiores, no hacen a las delicias del “nadie” sujeto central de este relato. Pero todo ello no es lo suficientemente demoledor como para que Vlad deje de atender a su madre con mal de Alzheimer, o esté alerta a todo requerimiento de su hija de 20 años, y se vincule con grupos de rescatistas de mascotas perdidas, amén de haber sabido constituirse en un digno artesano de muñequitos tallados en madera o en porcelana fría, que engalanaban años atrás algunas ferias comunitarias.

Y allí va Vlad rumbo a la guerra en Ucrania. El “cosaco” como a él le divierte autodenominarse cuando conversamos vía Telegram. “¡Hey, hippie bueno, te saluda el cosaco!” entre otras humoradas, intercambios de recetas culinarias y su graciosa envidia por el sabor y aroma del café sudamericano.

Mi amigo Vladimir, saludando a Buenos Aires mientras recolecta leña en zona rural

Decido relatar esta historia que me atraviesa desde lo personal con fuerte enclave en lo emocional, para exponer a uno de tantos cientos de miles, y millones de nadies que se ven empujados y obligados a sumarse a conflagraciones bélicas en diversas latitudes de este planeta, cada día más ensangrentado. Y que preferirían tener el sencillo derecho a vivir en paz, cuidar de su familia, descansar un domingo, reunirse con sus amistades, y soñar con un futuro que valga la pena ser vivido por el conjunto de los pueblos.

Como les señalaba antes, Vladimir recibió la notificación a pesar de sus secuelas físicas en un lateral de su rostro y ojo derecho, y se le “concedieron” un puñado de días para que resuelva penosos trámites legales que debe concretar, a los fines de depositar (respeto el textual de su aseveración) a su madre enferma en lo que él metaforiza como una “casa comunitaria para ancianos” y que en un criollo básico será un geriátrico para pobres. Como acá, y como en todas partes. Por supuesto que la abuela nunca sabrá qué ha sucedido, ni dónde está, ni por qué ese rostro más o menos familiar y recurrente que la lava, la viste, la alimenta y le desea buenas noches, ya no está a su lado.

Por supersticiones rusas, me dijo que ni él, ni su hija derramarán una lágrima, para evitar “malos vaticinios”. Pero entre amigos, sabemos que su condición general dista de ser la adecuada para tamaños desafíos.

Varios meses atrás, el cosaco me dijo que, ideologías afuera y más allá de su esperable sentir nacional aunque esté en una posición opositora al gobierno de su país, él consideraba una inmensa tragedia lo que venía sucediendo desde 2014 entre Ucrania y Rusia, mucho más explícito desde inicios de este año, puesto que enfatizaba que, en lo concerniente a los pueblos trabajadores más sencillos de ambos países, siempre había prevalecido una profunda hermandad y puntos de encuentro en el amplio abanico de las expresiones culturales.

Quizás esta locura de la guerra, me arrebate a un muy buen amigo. Y eso no tiene precio, ni resiste ninguna clase de justificación ni análisis. Es la vida de un amigo la que está en serio riesgo. Todo lo demás, pasa a un segundo plano.

Detrás de las directrices de quienes juegan a decidir sobre la vida y la muerte de sus gobernados, están millones de sencillas historias de esperanza y de dolor, como la que he decidido exponer ante ustedes.

Antes de subirnos a la vorágine de las carreras informativas y las execrables formadoras de odios que son las redes sociales, en referencia a este y cualquier otro conflicto que dé muerte a seres humanos, invariablemente inocentes y víctimas en tales desenlaces, antepongamos siempre el derecho a la vida de tantos nadies que padecen en carne propia estas situaciones.

Por mero respeto a sus sufrimientos inenarrables, desde nuestro relativo confort que implica el vivir en un país “distante” de los teatros de operaciones y mayoritariamente pacífico, alcemos la voz… por el único bando posible para que la humanidad pueda retomar su lenta evolución; que no es otro sino el bando de la paz.

En honor y memoria de tantos entrañables nadies del universo, sostengamos en alto las banderas del humanismo y la paz…

… hasta que se acabe la vida.

Daniel Chaves
dafachaves@gmail.com