Diversidad, cambio y permanencia en las unidades familiares Campesinas (parte 1)

Hace unas semanas, mientras compartía un curso de agroecología en una universidad de nuestra provincia de Buenos Aires, un grupo de alumnos me preguntó ¿profe, realmente hay campesinos en Argentina?, acá en la facultad siempre nos dijeron que No. En el mismo sentido muchas veces en los medios se confunde a este actor con otros actores sociales. La idea de este artículo es compartir, a partir de nuestra propia experiencia de trabajos de comunicación, sensibilización e intercambio, conceptos, procesos, ideas, visiones tal que nos permitan comprender a los campesinos y sus estrategias, familias productivas tan cambiantes como persistentes.

El tipo social agrario denominado “campesino”, pertenece a la categoría productores familiares, se trata de un actor que persiste, que ha cambiado y cambia en la búsqueda de adaptarse a modificaciones que se producen al interior del grupo familiar o en el contexto social, económico y político donde reside y desarrolla sus actividades domésticas y productivas. Su existencia fue negada en algunas regiones de la Argentina, incluso se han utilizado términos como pequeño productor o minifundista para denominarlos. Un actor social subordinado a otros, incluido el Estado. En los últimos años, determinadas políticas públicas implementadas en la Argentina, incluso la creación de la Secretaria de Agricultura Familiar, han intentado reconocer presencia histórica, rol y contribuciones al interior no sólo de la estructura agraria sino en las posibilidades de desarrollo del país, por ejemplo, su contribución a la soberanía alimentaria.

El tipo social campesino contiene a aquellos agentes socioeconómicos que poseen unidades agropecuarias productivo-domésticas que, bajo cualquier forma de tenencia, producen para el mercado en condiciones de escasez de bienes comunes naturales (tierra y/o agua, en cantidad y/o calidad) y/o de capital, para la actividad predominante en la zona, y el factor trabajo es fundamentalmente, aunque no en todas las ocasiones, familiar.  Esta configuración de elementos da por resultado la inexistencia de beneficios económicos a largo plazo, que impide tanto la capitalización de la unidad productora como el acceso a condiciones de vida adecuadas tal que le posibiliten satisfacer todas sus necesidades.

En los campesinos, la racionalidad económica tiene como objetivo asegurar la subsistencia familiar, para lo cual intentan maximizar un ingreso global que cubra dicha subsistencia, aún cuando no se retribuyan todos los factores de la producción. La racionalidad campesina es diferente a la de los productores familiares capitalizados y a los empresarios: no se busca la rentabilidad sino la persistencia de la unidad productiva – doméstica familiar, de allí el vínculo entre sus miembros y con los bienes naturales, situación que está cambiando en los últimos años.

Se trata de un actor lábil, escurridizo que en forma permanente escapa a los encasillamientos y a las definiciones estáticas. Los miembros del grupo doméstico, más allá de los lazos de consanguinidad, se organizan y desarrollan actividades, algunas cuyos productos se vuelcan al mercado y otras tareas como el cultivo de hortalizas, la cría de animales, la recolección de leña que aseguran las condiciones para el sustento y la reproducción del grupo familiar. Esa misma unidad se establece como la residencia permanente o temporaria para la mayoría de los miembros del grupo, situación que se está modificando en el tiempo y de manera desigual en los diferentes territorios del país, a partir de la ejecución de tareas laborales fuera del predio familizar.

Respecto a su origen étnico, aspecto que hace a su propia identidad, hay familias campesinas criollas, descendientes de inmigrantes transoceánicos que llegaron al país a partir de planes de colonización, descendientes de países latinoamericanos y también de pueblos originarios.

Tradicionalmente suele mencionarse tanto la escasez de tierra como de capital como una característica sobresaliente de los productores campesinos, contraponiendo la abundancia de mano de obra proveniente del grupo doméstico. Ahora bien, esta situación no se verifica en todas las situaciones.  Al respecto podemos tomar como un ejemplo aquellos que acontece entre productores campesinos del distrito de Caraguataý en la provincia de Misiones: Respecto a la posesión de tierra se verifica una alta heterogeneidad tanto en la distribución cuanto en el vínculo legal. Respecto al primer ítem, los productores campesinos poseen extensiones de tierra en un contínuum oscilan entre las 2 a las 15 has, mientras que respecto al vínculo los hay ocupantes de tierras privadas, arrendatarios y en menor medida propietarios con su correspondiente escritura. La disputa por la tenencia de la tierra, entre diferentes actores -entre los que se halla el Estado-  aparece como una de las problemáticas que envuelve a estos productores. Si bien la propiedad individual aparece como un elemento esencial en la lucha, se destacan casos de utilización de la tierra en forma comunitaria y el uso individual de los predios, pero con planificación comunitaria a fin de que las acciones particulares no perjudiquen al entorno productivo, ambiental y social tal como acontece entre los miembros del movimiento campesino de liberación en Montecarlo, Misiones.

Aunque con distintos matices según las regiones del país y la cosmovisión propia de los productores, el acceso y la pertenencia a la tierra en sí misma adquiere una connotación que va más allá de constituirse en un factor de producción. La tierra, junto a todo lo que crece y vive en ella, merece respeto y por lo tanto se ponen en juego estrategias, prácticas y utilizan tecnologías que hacen no sólo a la conservación sino a su enriquecimiento permanente en la búsqueda de propiciar adecuadas propiedades físicas, químicas y biológicas. Se considera a la tierra un ser vivo a la cual pertenecemos y por ello se realizan ofrendas, como la de la Pachamama, a fin de continuar con la armonía cósmica, propiciando abundantes cosechas y la continuidad de la vida. Esta visión espiritual – integral y sistémica – se emparenta con la de los servicios eco sistémicos en la cual los bienes naturales brindan aportes específicos que hacen a la continuidad de la vida; fijación de dióxido de carbono, reciclaje de nutrientes, polinización de especies, etc. Quizás más que cualquier otro tipo social agrario, los campesinos se hallan condicionados por procesos globales – concentración empresarial, transnacionalización del capital y con procesos internos; la apropiación de los bienes comunes naturales, los modos de producción vigentes, la contaminación ambiental producto de la minería y los agronegocios y las estrategias de acumulación puestas en juego. Es indudable que la persistencia de los campesinos se relaciona a como han podido articular y ajustar, desde el sentido práctico, ciertos elementos como la dotación de recursos, la composición familiar, sus saberes, sus destrezas a cambios en el contexto económico y social en el cual viven y desarrollan sus actividades.

Javier Souza Casadinho
javier@huellas-suburbanas.info