Del surco al mate, el largo camino de la yerba; Trabajo para muchas manos, plata en pocos bolsillos

En nuestra casa o en reuniones, solos, en familia o con amigos solemos tomar mate, pero seguramente pocas veces nos pusimos a pensar no solo en el largo camino que recorre la yerba desde el campo de un productor/a al paquete que abrimos antes de cebarnos el primer mate, sino, además, en todos los actores pertenecientes a un complejo diverso y cambiante. El complejo yerbatero está constituido por una serie de fases o eslabones que se relacionan, subordinan, complementan y condicionan entre sí; la provisión de insumos, la producción – incluida la cosecha-, el secado y molienda, el fraccionamiento y envasado, el transporte, la comercialización y el consumo. En cada una de ellas hay actores, personas, que plantean estrategias, realizan actividades y toman decisiones.

Para analizar la problemática de la yerba mate tomaremos dos dimensiones; una relacionada con los complejos productivos y la otra, más micro, concerniente con los procesos relacionados con la yerba mate en sí misma. Como en la mayoría de los complejos agrarios, el yerbatero se caracteriza por una serie de procesos; la necesidad creciente de capital para mantenerse en la producción, la concentración empresarial – cada vez hay un menor número de participantes en cada fase- y la integración vertical por propiedad o por contrato – en la cual una fase subordina a otras-. Estos procesos se relacionan entre sí. En primer lugar, la búsqueda de incrementar la productividad de los constituyentes claves del proceso de producción; la tierra, el trabajo y el capital lleva a incorporar cada vez más tecnología por parte de los productores, tal el caso de los insumos químicos, o las maquinarias para el secado y envasado en las empresas que muelen y envasan. Siendo en general tecnologías de insumos y maquinarias demandan cantidades crecientes de capital. Este proceso se relaciona con la concentración de empresas; en este caso, como cada vez se requiere más capital para producir, aquellos que lo poseen dominan la acción concentrando en su poder tierras, maquinarias, compañías, etc. Se genera así un elemento clave la oligopolización donde el que posee capital toma las decisiones. En la integración vertical un actor que se mueve en una fase, por ejemplo, la molienda, toma actividades de otra fase, por ejemplo, la producción, o al revés aquellos que producen se dedican también a secar, moler y envasar. Se trata de una estrategia para manejar la toma de decisiones en el mercado y captar una porción mayor de los beneficios generados en el sistema. El caso extremo de integración se da en la agricultura por contrato en la cual una fase, por ejemplo, las empresas que muelen y envasan, firman contratos con los productores en los cuales les adelantan dinero para que estos puedan iniciar el proceso productivo, quienes se avienen a producir con determinadas tecnologías, con determinados estándares de calidad y a un precio ya fijado. Se trata claramente de un proceso de subordinación en el cual se coartan las decisiones de los productores. Las yerbateras principales son Las Marías, Playadito, Nobleza Gaucha, Rosamonte y CBSé, quienes marcan el ritmo al cual se mueve el sistema.

Si esto nos parece complejo debemos sumarle un actor más: los supermercados, que inmersos en los procesos ya citados de concentración y requerimientos de capital realizan integración vertical firmando contratos con cooperativas y empresas de molienda donde imponen cupos de producción, condiciones de calidad y precio y hasta imponen su propia marca a fin de generar fidelidad entre los consumidores.

Los procesos citados, que se relacionan entre sí, afectan claramente a los actores más atomizados, con menos capital y con dificultades para llegar a acuerdos; los consumidores y los productores. Nosotros pagando cada vez más por la yerba y los productores recibiendo una proporción cada vez menor del precio final del producto.
Dentro de este marco se debe analizar lo que sucede este año. Si tomamos la provincia de Misiones existen más de 17.000 productores de diferente tipo social; campesinos, familiares capitalizados y empresarios en los cuales la crisis golpea de diferentes maneras. La yerba como producto de consumo masivo posee características propias; históricamente es considerada un buen salario, la demanda se halla condicionada al ingreso de los consumidores, y dado que los niveles de exportación son muy bajos, respecto a la producción total, si se produce una mayor cantidad que los niveles de consumo, los precios caen afectando de diferente manera a cada actor del sistema. Ante esta situación, hasta el año ’91, se fijaban cuotas de cosecha, ajustando la oferta a la demanda estimada. En la actualidad existe un cuerpo colegiado, el Instituto Nacional de la yerba mate, el INYM, conformado por representantes de todos los actores –incluido el Estado- donde se acuerda y determina el precio de la yerba que se paga a los productores y el de la yerba canchada, la que sale de los molinos lista para ser envasada. En la actualidad el precio de la yerba, fijado por el INYM, es de $ 5,10 por kilo, pero las empresas pagan $ 3, además en cuotas y con cheques, absorbiendo de esta manera los productores el impuesto inflacionario –todo esquema de control del cumplimiento de las disposiciones es cotidianamente burlado-. En los últimos años y dado que no se llega a acuerdos en el seno del INYM, la Secretaría de Agricultura de la nación fija un precio, lauda, tratando de compatibilizar intereses entre actores, últimamente, y para ocultar la inflación, se fija un precio bajo que claramente perjudica a los productores. Pero sigamos el ciclo; 3 pesos por kilogramo de yerba verde le pagan las industrias que secan y muelen a los productores, 19 a 20 pesos es el precio que se paga a los molinos por la yerba “canchada”, lista pata ser envasada, y nosotros pagamos entre 60 y 80 pesos por kilogramo, más allá de los costos. envases, impuestos, etc. – se genera una renta que queda en manos de las industrias y supermercados.

Las empresas yerbateras, en una clara lucha de precios, y de captar beneficios, no pujan entre sí, sino que tratan de presionar a los otros actores en los extremos de la cadena, los productores y consumidores pagando menos o poniendo un precio más elevado al consumidor final. Tratan de mantener su cuota del mercado y sus ingresos. Ante esta situación, dentro del INYM se tratan de establecer algunas pautas para reducir la oferta: 1- cuantificar la producción, cosecha y entrega a los secaderos, esto es poner cupos. 2- atrasar la cosecha, empezarla en mayo. 3- Impedir la realización de nuevas plantaciones. Es decir, se busca actuar sobre la oferta aplicando un torniquete contra uno de los eslabones más débiles.

¿Y si repensamos otras estrategias? Que los productores reciban el precio justo y real fijado por INYM, con lo cual la renta yerbatera pasaría del bolsillo de la empresas secadoras y envasadoras al bolsillo de los productores y sus familias, de allí a los comercios y a otros eslabones y actores de la vida agraria generando un verdadero desarrollo rural. Además, podemos analizar otras medidas, por ejemplo. 1- Estimular el consumo mejorando el ingreso de los consumidores. 2- Favorecer la exportación. 3- Fomentar el asociativismo de tal manera que puedan bajar los costos de producción. 4- Favorecer que los productores puedan integrarse y alcanzar las etapas de secado y envasado. 5- Apoyar el intercambio directo de consumidores y productores a partir de los mercados con precios justos basados en la economía solidaria. 6- Patrocinar a la producción agroecológica, libre de uso de herbicidas e insecticidas, dado los niveles de contaminación detectados en algunas partidas de yerba mate.

No me gustaría terminar esta nota sin mencionar a los tareferos, las familias cosechadoras de la yerba. Familias enteras se trasladan durante la cosecha, que se inicia en abril, por los predios agrícolas realizando sus tareas en las peores condiciones laborales; cobrando a destajo, sin contratos claros, en condiciones climáticas extremas, con exposición a agroquímicos y uso de elementos corto punzantes. Como se cobra por kilo cosechado toda la familia trabaja, aún los niños, lo cual deriva en el tan mencionado, pero nunca tomado seriamente, trabajo infantil, que les impide acceder a disfrutar una vida plena desde una temprana edad restringiendo las posibilidades de acceso a la educación, a la salud y a la recreación.

No existen soluciones sencillas para modificar los procesos que llevan a la existencia de un menor número de productores y empresas secadoras y envasadoras, a eliminar las diferencias abismales entre el precio recibido por el productor y el que abonamos los consumidores, a prescindir y sancionar el trabajo infantil y la utilización de plaguicidas. Pero a partir de las políticas públicas, el asociativismo, la búsqueda de producciones sustentables y el encuentro de consumidores y productores en mercados de proximidad, con precios justos, es posible vislumbrar posibilidades reales de cambio y no simples remiendos.