De tomas y dacas

Quienes seguimos conviviendo en las escuelas con niñ@s y jóvenes, sin la pretensión del mandamás, sino con la democrática idea de compartir la tierna aventura de educar-nos, vemos con preocupación el cariz que se da en la ciudad de Buenos Aires con esos establecimientos a su cargo.

En los tiempos que vivimos, es bueno que hagamos tod@s el esfuerzo de reflexionar sobre las diversas miradas que confluyen en la educación y las instituciones destinadas a esos efectos.

Es importante tener en claro que estos espacios socioculturales no pueden (y no deben) ser estructuras rígidas. Anquilosadas. Perdidas en la “noche de los tiempos”.

Porque los grupos humanos cambian. Cambian como la naturaleza que cada día conocemos menos y en la cual intentamos refugiarnos cada vez más a menudo, agotad@s por el trajín de la vida urbana.

Y en particular, la mayoría de nuestras escuelas son la confluencia de seres con formas de entender las cosas y de vivir sus vidas, enmarcadas por subculturas diferentes y situaciones muy diversas.

Me refiero en particular a las escuelas estatales, las realmente públicas, por ser gratuitas y por tener una tradición de respeto y promoción de la diversidad. No funcionan detrás de “intereses particulares”, por razones de fe o de preeminencia de un origen extranjero. En sus tiempos fueron llamadas de “educación común” y esa particularidad correspondía justamente al sentido general y amplio de sus objetivos.

Y buscaba atender además a las formas de vida de quienes se educaban en ellas. Tenían la pretensión de brindar una instrucción general progresiva, sin desandar lo aprendido previamente por cada un@.

Todo ha ido cambiando en ellas, porque cambia el contexto socio-histórico y cultural en el cual funcionan. Los que tradicionalmente se llamaron “sus alumnos” (los privados de la luz del saber), fueron adquiriendo un protagonismo importante, no sólo por ser destinatarios del trabajo de sus docentes, sino por ser artífices de su propio desarrollo. Hay quienes preferimos llamarl@s estudiantes, porque es “el estudio del mundo” lo que los irá aproximando a nuevos saberes y les permitirá también crearlos.

Los hay con padres (padre y madre clásicos, en familias “típicas”) que conviven con ellos cotidianamente y ejercen controles más o menos extremos. O no, por la concepción de que cada persona merece su libertad.

Los hay, en cambio, que no saben de atenciones y afectos, desde esa perspectiva habitual, por la conformación de sus grupos de pertenencia. Y viven y aprenden, de todos modos, sin perjuicio de las pérdidas propias de esa pertenencia a mundos diferentes. Pero seguramente con otras “ganancias”. La llamada “resiliencia” determina compensaciones.

Incluso de las carencias se aprende. Y se sale de ellas, justamente, por otro tipo de valores, más ligados a la justicia que a la libertad. A la “justicia social”, antes que a la “libertad individual”.

De acuerdo con esto, nuestras escuelas han seguido desarrollando su tarea, a pesar de su histórico abandono económico, porque han sabido “hacerse respetar”. Hay un límite a la ausencia de la sociedad y el abandono de sus administraciones que las comunidades educativas expresan en ciertas situaciones.

Tal vez algo de esto esté pasando con el sistema educativo de la ciudad de Buenos Aires y las autoridades que las tienen a su cargo. Las desatenciones que se viven cotidianamente en ellas, van de la mano con el permanente aprovechamiento de las instituciones para negocios y negociados, tomadas como coto de caza en cuanto se las puede tomar.

No sólo en CABA, es cierto, pero muy especialmente en ella. Por ser un gigante muy ocupado, a quien es relativamente fácil quitarle sus derechos y generarle nuevas obligaciones.

Estas “oportunidades económicas” que sus administradores encuentran para sus beneficios y crecimiento “político” en un electorado lábil, al que “se compra con la imagen”, pasan por diversas cuestiones.

Una: los negocios inmobiliarios, a costa de tierras públicas “intrusables”.

Otra: el mantenimiento de los edificios de todos los organismos de la ciudad, a través de un sistema de gerenciamiento empresarial.

Otra más: la cobertura de las viandas para l@s estudiantes de sus escuelas, hospitales, geriátricos…

Una más: el estacionamiento, el ornamento y el arbolado en las calles.

Y otra más: la contratación de empresas para la seguridad en las instituciones de jurisdicción.

Seguramente, habrá más… Pero esos asuntos que afectan directamente a l@s estudiantes (las viandas de mala calidad y el postergado mantenimiento de los edificios sin aprovisionamiento adecuado de tecnología) van de la mano con una cuestión que es más delicada y se corresponde con la concepción de lo que es el trabajo y qué es un@ trabajador@.

La capacitación y preparación de l@s estudiantes para el mundo del trabajo. Desde la escuela y a través de la educación.

Resulta ser que para quienes tienen metido entre ceja y ceja que hay quienes deben hacer, crear y producir para que otr@s (“ellos”, los elegidos bienaventurados) se aprovechen, no pueden tolerar que se les cuestione su modelo de vida y su modo de “gestionar” los derechos de otr@s. El trabajo se aprende, también se aprende, en las escuelas, pero no la sumisión ante la explotación.

Creo que allí está el problema en la Ciudad Autónoma: la Reina del Plata, en la cual alguno pretende coronarse “virrey”… tal vez para pasarle la corona a la “virreya”  (en realidad, es / sería “Virreyna”, Señora Soledad).

El tema en nuestras escuelas (y en toda nuestra sufrida sociedad) no está en endurecerse. Y en meter “leña y bala”. Está en asumirse como representantes (eso son quienes son votad@s) y trabajar seriamente para satisfacer las necesidades de sus representados (les hayan votado o no). Incluso aportando para su elevación moral y política…

Es cierto que lo primero que sería deseable es que, al tiempo de designar el / la encargad@ del área Educación, todo representante busque a quien tenga experiencia y sepa del tema. Lo que no creo que sean habilidades y especialidades de la “mentada” Ministra Acuña.

Y, de paso, ya que su nombre también la evoca, cuando pueda escuche a don Alfredo Zitarrosa en “Doña Soledad”.  Eso le puede abrir los ojos.

Para quienes quieran desmenuzar estos desafíos de la educación y los educadores, entre otr@s que dedican o dedicaron sus vidas al problema de educar, les propongo un libro de José Contreras.  En cuya dedicatoria pone lo suficiente para desmoronar el accionar irracional y malintencionado de quienes pretenden domesticar a l@s estudiantes y sus padres.

Edmundo Mario Zanini
eduardo.zanini@huellas-suburbanas.info