De pares… (paritarias) y nones… (NONES… ¡Minga que te doy!)

Y esto no es un juego.  O sí,  al menos, para comenzar, un juego de palabras.

No sé por qué designio me vuelve a tocar ocupar (-me de) el tema de las paritarias y en particular, las paritarias docentes. Que algunos preferimos llamar  “de los trabajadores de la educación”. Sin mucho distinguir entre los que “damos clases” y los que se ocupan de resolver cuestiones no menos importantes como la comida en los comedores escolares, la higiene en baños y aulas, la solución de los asuntos administrativos, que atañen a los que aprenden… que llamaremos, por razones de respeto y de deseo:  los estudiantes.

Dicen que lo que se desea, se alcanza… Deseemos…

Vamos a las paritarias.

Esta expresión refiere al encuentro entre “las partes”, para alcanzar un acuerdo sobre asuntos laborales. Más allá de lo que diga la Ley, las paritarias tienen sentido en tanto se acepte que esas partes (el empleador y los trabajadores) pueden (tienen la intención real) de entenderse. Es decir, de acercar posiciones.

No sólo sobre precisiones salariales, sino sobre las condiciones de trabajo, lo que en el caso de las escuelas incluye la infraestructura, el equipamiento, el mantenimiento… aspectos de la cotidiana vida escolar en los que no sólo se atiende el bienestar del trabajador, sino, por razones propias del tipo de tarea, en todo lo que hace al “estar bien” de los estudiantes.

Es obvio que desde una perspectiva marxista ese acuerdo sólo es posible en una disputa definida. Nada concederá “el patrón” si no es presionado por “los explotados”.

Si se aspira al acuerdo, es porque hay confianza entre las partes. Y la figura arbitral no es más que “una figura” que ratifica el acuerdo. El Ministerio de Trabajo,  institución que “equidista” de ambas partes…

No es por sacar a relucir mi veta marxiana… me falta formación para desenvolverla… (siempre lo he dicho, más allá de encontrarme a gusto con quienes han incorporado las ideas del gran filósofo y coherente militante alemán).

Pero yo, realmente, no creo en este engañapichangas… Y menos en ciertas circunstancias.

Y las paritarias del sector docente son típicamente una burla. Como las de otros trabajos que entrañan servicios públicos (la salud, la “seguridad”).

Veamos por qué.

En principio, los educadores no trabajamos con objetos. Trabajamos con (junto a… y  para…) otras personas, muchas veces menores, y de cualquier modo, en una relación dispar. Hay uno que está más “cerca del poder” y otro más “proclive a obedecer”.  Aunque algunos nos esforcemos por superar ese tipo de vínculo, nuestra sociedad lo ve así. Por lo cual, los educadores “debiéramos” ser vistos como seres  “al servicio”… (como los médicos y los policías, obviamente).

Lo que significa dos cosas:  que nadie podría pensar en dejar de reconocerlos en su importancia y como sujetos de respeto, la una. La otra, estaría garantizado que no abandonaría su tarea, casi un apostolado.

Todo falso:  hace tal vez más de un siglo, al menos en este mundo concreto de nuestras grandes ciudades, ninguna madre, tía, abuela, vecina, en fin, como tampoco ningún padre, abuelo, tío, ve de ese modo a la maestra o al profesor.

Y además (a Dios gracias), ni l@s maestr@s ni l@s profesor@s nos vemos como apóstoles, casi ángeles dispuestos al sacrificio…

Somos trabajadores de la tiza… (obreros de la tiza, cantábamos en la Marcha Blanca –hace treinta años). Esas tizas que muchas veces terminamos comprando de nuestro propio bolsillo, porque no nos son provistas, como la mayoría de los implementos necesarios en nuestra tarea.

Somos trabajadores. Es decir, entregamos nuestra capacidad de trabajo (nuestros saberes, nuestras habilidades profesionales…) para orientar el aprendizaje de los estudiantes. Y reclamamos el salario, totalmente definido por la ley básica de nuestra tarea (no con cifras en negro; con aportes diferenciados), a nivel del que garantice el bienestar de nuestras familias y nuestra permanente capacitación y desarrollo cultural. No los suelditos que nos ponen en la línea de la pobreza o nos muestran como abanderados de las capas sociales que rozan la indigencia. Porque (y en esto somos  RESPONSABLES) se nos reconoce como ejemplo en la búsqueda de la superación social. No podemos decir que no sabemos cuáles son las causas históricas de la pobreza y el origen de las soluciones, a partir de una profunda redistribución de la riqueza. Afectando, obviamente a quienes han hecho sus bienes (excesivos y extremos), con violencia sobre los que menos tienen y menos pueden. No hay misterio. No es posible preguntarse, inocentemente, de dónde se deben tomar los recursos, económicos y productivos en general, para resolver las injusticias sobre los trabajadores.

En fin, justicia social.

Pero hay más en “estas paritarias”:  yo no creo que el Ministro de Educación en cada jurisdicción (el Director General de Cultura y Educación en mi caso, por ser trabajador de la educación en la provincia de Buenos Aires) sea “el patrón”.  Sé  que es el responsable político de garantizar el servicio educativo público (yo no me creo lo de que los negocios en escuelas privadas no confesionales y la “evangelización” en las confesionales deben ser garantizados –deben sí, ser controladas- por el Estado). Eso incluye pagar bien a los agentes que ejecutan ese servicio. Respetarles, porque son sus mandantes, junto al resto de sus conciudadanos. Y los mandatarios (y los funcionarios que ellos designan) deben servir al pueblo, cumpliendo sus obligaciones y promesas. No servirse de él e invertir los términos del contrato político por el cual ejercen y conservan el poder. Que no otra cosa es la esencia de la República en la que se supone vivimos y la democracia que nos debe cobijar.

Tampoco  acepto que mi función sea obedecer a las autoridades de turno, más allá de la obediencia que todo habitante debe a las leyes nacionales y provinciales de la jurisdicción que corresponda. En cambio, sí, asegurar profesional y responsablemente la educación integral de los estudiantes a mi cargo, junto a sus familias y sus comunidades.

Y finalmente, lo que definitivamente no puedo (no debo) aceptar es la estafa de que el garante de los acuerdos paritarios, entre los trabajadores del Estado (provincial, en este caso) y su empleador (el mandatario de turno, en este caso, la señora Gobernadora) sea el Ministro de Trabajo, es decir el funcionario designado por el mismo gobernante. ¿Cómo puede creerse que el empleado sea el encargado de controlar a su empleador…?.

Estas son las paritarias.

Y éste es el gobierno que toleramos.

Edmundo Mario Zanini
eduardo.zanini@huellas-suburbanas.info