De Ingeniero Budge a Villarino. De Sergio Duran a Facundo Astudillo Castro

El 8 de mayo de 1987, Agustín Antonio «El Negro» Olivera y Roberto Antonio «Wily» Argañaraz estaban pasados de alcohol con una botella de cerveza como compañera, cuando llamaron a Oscar Aredes.

«Oscarcito, tomate un trago», a lo mejor le dijeron, desde su cómoda posición de sentados en el piso contra la pared de la ochava de Guaminí y Figueredo, de Ingeniero Budge (Lomas de Zamora).

Eran cerca de las 20, cuando a la esquina se acercaron dos automóviles, un Fiat 125 amarillo propiedad de Argentino José Basile y una camioneta Ford F-100 celeste, cuyo dueño era el suboficial mayor Balmaceda.

En el Fiat iban el dueño, el suboficial mayor Juan Ramón Balmaceda y un testigo, Ricardo Felipe Riviere; en la F-100 el sargento Antonio Escamilla, el cabo primero Isidro Rito Romero y el también cabo primero Jorge Miño; además llevaban un detenido, Daniel Alberto Mortes. A veinte metros de la fatídica esquina descendió, armas en mano, Balmaceda, al grito de « ¡Al suelo, señores!» Los otros policías lo siguieron y en veloz carrera llegaron hasta donde estaban los muchachos.

Al Negro y a Wily no les costó demasiado esfuerzo obedecer la orden del policía porque, debido al estado alcohólico en que estaban, lo que no hubieran podido hacer era lo contrario, o sea levantarse rápidamente. Aredes, en cambio, permaneció de pie e intentó explicar algo cuando Miño lo derribó de un culatazo.

A continuación vino una serie de disparos y dos ráfagas de ametralladora, que terminaron con la vida de los jóvenes Un auto de civil después arrojo cuatro armas viejas en desuso y se planteó la teoría del enfrentamiento.

La posterior investigación demostró que se trató de una masacre policial producto del “gatillo fácil”.

El 6 de agosto de 1992, Sergio Durán se encontraba a media cuadra de la estación ferroviaria de Morón, en pleno centro comercial. Allí fue detenido por personal policial de la Comisaría Primera de Morón, aproximadamente a las 19 horas, acusado de intentar robarle la cartera a la novia de un policía.

El médico policial de turno, el Dr. Rafael Guerra, lo revisa al ser detenido, constatando su perfecto estado de salud, aunque con una crisis emotiva.

Olga Castro madre de Sergio fue al otro día por su hijo. Luego de una larga espera, le informaron que había sufrido un paro cardíaco después de una repentina descompostura. Además, ya le habían reservado un servicio fúnebre para que Sergio fuera velado.

El caso hubiera terminado allí si no fuera por la denuncia de la periodista del diario Crónica, Marta Ferro, quien recibió de una fuente de información policial (que la periodista se reservó) el siguiente aviso: «En la primera de Morón se les quedó un pibe, habría que hacerles una “rinoscopia”a todos».

La necropsia, realizada por un forense policial, el doctor Carlos Rossi Álvarez, determinó como causal de la muerte un paro cardiorrespiratorio no traumático (Vale decir se murió solo).

El médico encontró lesiones en los genitales, las cuales atribuyó al rascado y finalmente sugirió que el deceso pudo deberse al síndrome de abstinencia a algún tipo de droga y, además, que el joven sería portador de HIV.

Un peritaje posterior realizado por el SEIT (Servicio de Investigaciones Técnicas), dependiente de la corte suprema de la provincia de Buenos Aires, demostró que Sergio había recibido golpes principalmente en los testículos. También determinó el hallazgo de lesiones en los alvéolos pulmonares, producto de la falta de oxígeno, presuntamente producida por la aplicación de la tortura conocida como submarino seco, vulgarmente «bolsita». Esta nueva pericia concluyó con el procesamiento por falso testimonio del Dr. Rossi Álvarez.

La investigación fue dificultosa, toda la corporación policial hizo lo mismo que el Dr. Rossi Álvarez, trato de cubrir a los torturadores y asesinos de Sergio Duran, entre ellos un subcomisario y un oficial principal. Los cuatro principales responsables fueron condenados finalmente por el delito más grave del código penal “tormentos seguidos de muerte”.

Hechos como estos de 1987 y 1992, respectivamente, se vienen repitiendo sistemáticamente a lo largo de la geografía nacional, siendo la policía bonaerense la que acumula más casos,  hasta llegar hoy a Facundo Astudillo Castro.

Pasaron gobiernos y todo sigue igual o peor, y se debe a algo que en su momento en la gobernación de Felipe Sola (2003-2007) denunciara el viceministro de Seguridad, Marcelo Saín: La Policía está organizada “como un poder punitivo paralelo y abusivo”.  De aquel momento hasta ahora se ensayaron varios intentos de reformas, todas superficiales e incompletas. O, por  el contrario, se impulsó lo peor como durante el reinado de Patricia Bullrich.

Es hora de que se encare una reforma en serio y profunda: la policía no puede ser un  estado dentro del estado, hay que terminar con los discursos punitivitas como el de Sergio Berni, que lo único que construyen son supuestos “justicieros” que agravan aún más la situación.

Gabriel Sarfati
gabriel.sarfati@huellas-suburbanas.info