Con las esperanzas corridas a 13.000 km

Argentina camina día a día a mitad de distancia entre un prometedor y muy anunciado crecimiento con desarrollo de empleo de calidad, y un abismo institucional siempre muy cercano, rodeado de operaciones judiciales y multimediáticas cada vez más interrelacionadas, y un cada vez más inquietante desacople de la más básica convivencia democrática, accionar particularmente explicitado desde los sectores de la oposición política posicionada más hacia la ultraderecha.

La carestía de la vida, empujada por un cuadro inflacionario galopante que pega con especial crueldad en los vastos sectores de nuestra sociedad que no conocen las paritarias, aumentos salariales, recibos de sueldo “en blanco” ni mucho menos hablar de bonos de fin de año, hace las delicias de los grandes medios de información y creadores de opinión, que como ya sabemos, sacan mucho mayor rédito con la creación de noticias dramáticas, que de informar las otras, las esperanzadoras, que lógicamente también existen. Lo cual obra como un eficaz abono del terreno para generar resignación popular y cierta mansedumbre de cara a lo que podría llegar a suceder con mucha mayor crudeza a partir de diciembre de 2023.

Como ya hemos señalado en reiteradas ocasiones a lo largo de estos tres años de gobierno del Frente de Todos, éste tiene un preponderante rol de responsabilidad en que el escenario tenga todos estos y otros muy picantes condimentos. Y ya es redundante volver sobre las mismas limitaciones o decisiones conscientes que han permitido tamaña erosión en cuanto a su propia credibilidad a los ojos de vastos sectores de nuestra sociedad.

En ese preciso marco, y como ya sucediera en cercanas y remotas ocasiones, el pueblo se lanza apasionadamente a buscar regocijo y sentido de identidad nacional, en la competencia deportiva internacional en la cual, acaso, mejor ha destacado si tuviéramos que hacer un balance general del último siglo de vida nacional: El fútbol.

Por el lapso de un mes, la gran mayoría de nuestra población intenta dejar en un lejano segundo plano todas aquellas vicisitudes que alteran su humor diario y se amparan en la bandera nacional, en búsqueda de la gloria deportiva. Y si ello no necesariamente se consiguiera, al menos disfrutar de reuniones familiares y con amistades, unidos bajo un mismo deseo, que de eso también se trata el acompañamiento de masas a las prácticas deportivas en forma presencial o a través de alguna tecnología de comunicación disponible.

En democracia, o en dictadura, el fútbol ha servido –contra la propia voluntad y expectativa de sus actores intervinientes en el campo de juego- para buscarle también alguna clase de rédito político e institucional. Ya sea a través de las victorias, y no siempre para ejecutar las más felices políticas públicas mientras la población está más interesada en otros asuntos (acaso se inscriba en este tópico el muy desafortunado, antipopular y alevoso esmero de la ministra Tolosa Paz por haber intentado distintas estrategias para apretar y debilitar a los movimientos sociales a través de eventuales quitar de subsidios a los más postergados del sistema), como también desde otras veredas, en las cuales y de modo siempre inconfesable, se espera por prontas derrotas deportivas para que el gobierno –de turno- no disponga de oportunidad alguna para intentar sacar rédito del clima festivo general.

El pueblo no ignora que todo eso sucede desde hace décadas. Tampoco es zonzo, y se da cuenta que, a la hora de ajustar las cuentas nacionales, invariablemente se pone el ojo inquisidor en los de abajo y se expande la alfombra roja para “conversar” con los poderosos de siempre.

Por ello, no debe sorprendernos, y mucho menos indignarnos, cuando los sondeos más serios y el boca a boca cotidiano de la calle, nos demuestran que bastante más de la mitad de nuestra población permanece voluntariamente despolitizada. Las causas son múltiples y de variados anillos de complejidad, y muchos los y las responsables de tal barullo a la vista.

Y como no es de buen compatriota mirar para otro lado durante los procesos de entusiasmo popular a gran escala, este fin de año sin nada para festejar a nivel del devenir de la política nacional general, desde Huellas Suburbanas también trasladamos nuestra modesta esperanza a 13.000 kilómetros de distancia, más específicamente a Doha, en el lejano y muy cuestionable Qatar. Desde donde se nos transmite belleza deportiva, espíritu de equipo, y las casacas celeste y blanca logran iluminar de sueños los ojitos de todos los niños y niñas de nuestra patria.

Daniel Chaves
dafachaves@gmail.com