Causas del desinterés por la política

«Los que estuvimos sentados aquí en el 2001 sabemos que cuando la gente se enoja, se enoja con todos». La frase corresponde a Graciela Camaño en una sesión en la Cámara de Diputados el 4 de julio de este año. De más está decir que nadie puede ubicar a la diputada dentro del casillero que dice “kirchnerismo”, pero la más que larga trayectoria que Camaño tiene en la Cámara baja nos da el respaldo suficiente para analizar el contexto desesperanzador y escéptico en el que vive la sociedad argentina, influenciada por los grandes medios de comunicación.

Cuando Cambiemos ganó las elecciones por un estrecho margen de no más de un punto y medio allá en el -cada vez más lejano- 2015, muchos pensamos que el discurso “apolítico” (pero cargado de contenido político) que propuso esta fuerza iba a llevar a un descreimiento notable de la figura de los dirigentes, vale aclarar que ese descreimiento nunca desapareció por completo, pero que, con la llegada del kirchnerismo la sociedad se politizó mucho más de lo que estaba antes. Pero lo importante en esta cuestión es tratar de entender cómo el macrismo construyó una lluvia de slogans que hacen pensar a la política como “lo malo, lo viejo, lo sucio”, y por supuesto que esos términos le caben a más de uno de los dirigentes en este país, pero el generalizar y endosárselo a cualquier/a dirigente/a es parte de un plan preestablecido que se dice “renovador”, “nuevo” pero que contiene las mismas recetas que hambrean al pueblo día a día, y que ya fueron sufridas en carne propia por el grueso de la población. Son precisamente esas recetas las que, junto al escaso accionar opositor (del que ahora profundizaremos) y la influencia constante de los medios llevan a la que comúnmente se la conoce como  “gente de a pie” a pensar la política como algo lejano, y a entender a la dirigencia como un rejunte de ladrones que buscan solo su beneficio personal (por supuesto que esto existe, pero no es general).

Decíamos que ese “descreimiento masivo” que se genera ante la figura de los políticos tiene entre sus responsables a aquellos gobiernos que destruyen el tejido social con sus políticas macroeconómicas. Pero no podemos omitir que, en estos dos años y medio, el accionar opositor ha sido por lo menos escaso, salvo algún hecho concreto que surgió del reclamo popular, llámese tarifazos, despenalización del aborto, o reforma previsional. No nos debiera parecer extraño entonces que, como dice Camaño, la gente se enoje con todos cuando de un lado hay un Gobierno que profundiza notoriamente la desigualdad social, y del otro hay una oposición que por momentos parece estar unida para hacerle frente al oficialismo, pero que luego se aboca a la rosca clásica que consiste en ver quien lidera cierta lista o cierto frente electoral. Por supuesto que esto último es necesario si es en pos de construir una alternativa a este modelo económico, pero el problema es que las constantes negociaciones entre dirigentes/as no son acompañadas de un plan opositor conciso y solido que ponga en jaque el modelo gobernante, aunque éste se destruya solo con el paso del tiempo.

Para graficar esta situación, nos podemos remitir a lo que podría ser el final de la película, que tendría su segunda parte si tomamos la primera como las elecciones del 2001 (si, aunque nadie se acuerde ese año hubo elecciones legislativas) las cuales terminaron con un triunfo del Partido Justicialista y un notorio descontento hacia la clase política en general, mostrándose en el contundente porcentaje del 23,97% de votos nulos o en blanco y en el  24,53% de abstenciones. Claro está, que nadie quiere que esto termine como aquella vez, porque no podemos preferir el mal generalizado y el caos socioeconómico, pero el panorama no se vislumbra demasiado alentador. La despolitización de la sociedad no le hace bien a nadie que se tenga que levantar a las cinco de la mañana para subsistir, pero vale preguntarse por qué este numeroso grupo de personas no encuentra motivación alguna en el desarrollo de la vida política en nuestro país. ¿Nunca le “llegó” la política? ¿Alcanza con lograr beneficios que luego sean reducidos notoriamente cuando llega al poder un Gobierno como el actual? ¿Falta decisión por parte de ciertos dirigentes en afrontar un cambio verdadero?

Todo esto se genera bajo el apoyo incondicional de los grandes medios de comunicación, sobre todo algunos que tienen características hegemónicas y monopólicas. Estos medios no dudan en promover un candidato/a en situaciones electorales, siempre que este/a candidato/a garantice una cierta situación económica que no ponga en jaque sus intereses. Sin embargo, el hundimiento del proyecto de país que ellos apoyan hace que los monstruos de la comunicación le suelten la mano, para pasar a la etapa que mencionábamos previamente. Ciertas denuncias de corrupción sobre sus figuras políticas serán traducidas en “todos los partidos lo hacen”, restándole así importancia y generalizando el conflicto.

De esta manera es como los medios operan para alimentar el clima de descreimiento y desinterés que analizábamos previamente. Sabemos que los medios se deben a su público, por ende sería ingenuo de su parte arriesgarse a perder su audiencia por cierto modelo de país que puede verse en riesgo ante cualquier situación. Lo que vende, lo que a los medios les sirve, es desprestigiar a “la política”, tomándola como un todo que está infectado, contaminado  y que no sirve, excepto en situaciones pre electorales donde el cambiar una figurita por otra opera como excusa para seguir manteniendo sus intereses en pie, sin que sean acechados por algún tipo de movimiento populista que intente impartir algo de justicia sobre la sociedad.

Alejo Spinosa
alejo@huellas-suburbanas.info