Caminar por la cuerda floja

Por: El Mujik

“A desalambrar, a desalambrar

 que la tierra es nuestra, 

es tuya y de aquel, 

de Pedro y María, de Juan y José…” 

    Los viajes interurbanos en ferrocarril suelen propiciar una rica variedad de anécdotas, conversaciones más o menos olvidables o trascendentales según cada quien, silencios necesarios y otras cuestiones.

Dos usuarios en viaje desde Castelar hasta Once, con ropa de trabajadores manuales, conversaban entre sí, parados a la izquierda de una de las puertas de acceso y salida al vagón.

De profesión, obreros gráficos. Sendos semblantes casi taciturnos. Ligeramente  enfrascados en su micro-mundo, aunque sin perder una mínima aunque desconfiada cortesía al responder alguna fraternal consulta del tercero en discordia, que era quien ahora redacta estas líneas.

Uno de ellos, digámosle Juan, explicaba que se dirigía a la firma para la cual trabaja hace diez años, a cobrar el pago de la semana. Está suspendido, con un recorte salarial; se acepta o a otra cosa mariposa. “Al patrón le conviene más tenernos así que hacernos ir a trabajar. Pero a la larga esto se les cae. Los días que por ahí nos necesita, aunque sea fuera del horario habitual o un fin de semana, nos paga la hora común, ni hablar de horas extras”.

El otro, llamémoslo José, prácticamente no le va en zaga: “Nosotros hacemos gráfica en general, pero venimos dedicándonos fuerte al armado de libros. Ahora ´pegamos´ un contrato en Capital para hacer una tirada de 400 ejemplares. Pero éramos dieciséis empleados hasta el año pasado, y ahora quedamos cuatro. Eso sí, la producción se nos exige que siga saliendo igual, y minga que nos den un aumento. Trabajamos cuatro la productividad que hacían dieciséis, al sueldo por supuesto de cuatro. El patrón es un roñoso, nos escatima el peso en todo momento”. La alternativa de la denuncia, me decían, no la creen conveniente. La incertidumbre los aplasta. “Si los denunciamos, los patrones cierran y nos quedamos en la calle”.

El tren llega a su destino final. En la fealdad de la plaza Miserere los perdí entre la multitud, los predicadores y los locos que siempre decoran dicha escenografía. Nos deseamos suerte antes de bajar al andén, con la confianza escueta pero franca que otorga el saberse víctimas del mismo sistema opresor.

Y ahí van, con los rictus serios, confundidos, mareados, sin motivos para sonreír, Juan y José. Uno en pronta vía hacia la desocupación plena. El otro, salvando su empleo a cuenta de una súper explotación creciente.

Dicen por ahí, que en el paraíso de los financistas y adinerados de toda procedencia y latitud, a los pobres sólo les queda organizarse y resistir, al costo que sea. O perecer sin chistar.

Postales de una Argentina regida por una matriz neoliberal cada día más inhumana.