CAMBIA, TODO CAMBIA… ¿ EL ORDEN GLOBAL TAMBIÉN CAMBIARÁ?

Poco después de la caída del Muro de Berlín, allá por 1992, se editó un libro que fue tratado como si fuera una nueva Biblia. El politólogo estadounidense Francis Fukuyama publicó “El Fin de la Historia y el Ultimo Hombre”.  Según su enfoque, hay una evolución de la historia que tiene un término, y que desembocará en un período estable y sin cambios mayores.  “El fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas».  Pasado el tiempo, alguien podría afirmar que jamás nadie pudo estar más errado.

Llegó entonces la “era de la globalización” que fue adoptada por el mundo progresista como un verdadero credo.  Se instalaba como la solución definitiva para todos los males de la humanidad.  Tras un largo derrotero desde la época de las cavernas, por fin se llegaba a la cima de la evolución humana. Hasta hace poco, esta palabra era un verdadero credo para todo el mundo progresista. La globalización fue declarada el pináculo de la evolución de la sociedad humana, que había recorrido un largo camino desde las estructuras de clanes hasta la comprensión de una identidad común, un destino común y una prosperidad común.

Fue una posibilidad interesante si se hubiese basado en los principios de la seguridad indivisible, la cooperación económica justa, el multiculturalismo y el respeto mutuo.  Un nuevo mundo pudo haber nacido. Pero no fue así, porque  en realidad, la globalización llevada a cabo por Estados Unidos y los países que lo secundaban, siguió reglas completamente diferentes.

En lugar del principio de la seguridad indivisible, se profesó el principio de las intervenciones humanitarias y de otro tipo. Lo que se conoce como Occidente (imponiendo la visión anglosajona) obligó por la fuerza a otros estados (Yugoslavia, Irak, Libia, Irán y otros) a aceptar las reglas del juego político y económico que necesitaba. La cooperación justa fue reemplazada por un nuevo método de drenaje de recursos cuando, con la ayuda de ONG locales (protegiendo a sus amos en el marco de la política interna), los países occidentales continuaron explotando a los países del mundo en desarrollo.

Como contrapartida, la Organización de las Naciones Unidas, en sus casi 80 años de vida, cumplía con la misión encomendada desde el sueño de sus fundadores. Los principios y propósitos de su Carta servían de garantía para la seguridad universal. Y ello se lograría con el consenso entre los 5 integrantes permanentes del Consejo de Seguridad.  Las condiciones de cooperación multilateral avanzarían gracias a las normativas del Derecho Internacional.

Hasta aquí todo encajaba casi perfectamente. Aunque, en forma paulatina,  las distintas secretarías de ese organismo se fueron adaptando a las “necesidades” del Occidente.  En la práctica, poco a poco, se ha ido imponiendo  la visión anglosajona.  Han implantado el orden basado en reglas, renegando el  fundamento de la Carta de la ONU: la igualdad soberana de los Estados.

Tanto los EE.UU. como todos los países occidentales, aliados o adscriptos al seguimiento de sus políticas, utilizan las reglas que dicta esta potencia.  De ese modo, justifican toda acción ilegítima contra otros países, que casualmente, son los que basan sus políticas de acuerdo con el Derecho Internacional. País que  no se adapta a estos criterios, ingresa a las “famosas listas negras”, ya que si no está con ellos está en su contra.

La imposición de las reglas del mundo anglosajón sirve para justificar cualquier aventura o suceso criminal, ya sea de orden militar o socioeconómico que impongan a otro estado. Y como si fuera poco, se jactan universalmente de que con su accionar “promocionan la democracia”. Los grandes emporios multimediáticos concentrados se encargan de replicarlo sobre la opinión pública.

Incluso, ante situaciones iguales pueden llegar a aplicar decisiones diametralmente opuestas sin ninguna clase de decoro. Claro ejemplo de ello es posible percibir fácilmente.  Hace muy poco tiempo, el Secretario de Estado para Relaciones Exteriores y de la Mancomunidad de Naciones desde septiembre de 2022., James Cleverly, manifestó que la situación en Islas Malvinas era inmodificable ya que allí se había realizado un referéndum. Sin embargo, en Europa reconocieron la independencia de Kosovo (ex territorio de Serbia) pese a que allí nunca hubo un referéndum.

También se han ocupado de trastocar el fundamento y el funcionamiento de las instituciones. El Fondo

Monetario Internacional fue creado en julio de 1944 durante la conferencia de acuerdos de Bretton Woods a fin de garantizar la estabilidad del Sistema Monetario Internacional después de la Segunda Guerra Mundial. Comenzó a existir oficialmente el 27 de diciembre de 1945, cuando los primeros 29 países ratificaron el convenio correspondiente.

Su función era, en teoría, loable e interesante. Se iba a ocupar de promover la cooperación monetaria internacional, garantizar la estabilidad financiera, facilitar el comercio internacional, promover un empleo elevado y un crecimiento económico sostenible, y reducir la pobreza en el mundo entero. Paulatinamente se fue desvirtuando su función original.

Así se llega al ‘Consenso de Washington’, un documento de 1990 que es  la raíz  de las imposiciones económicas del FMI que concretan la postura de instituciones como el Banco Mundial, el propio Fondo, el Congreso de los EE.UU. y otras.  Hoy se puede ver claramente cómo el FMI se ha convertido en un peligroso instrumento desestabilizador de la democracia en el mundo, pero sobre todo  en América Latina. Es tan sólo un instrumento de dominación, como se aprecia en el caso de nuestro país. Hoy está al servicio de los objetivos planteados por EEUU y por sus aliados, incluidos los objetivos de carácter militar.

En este mundo inestable vivimos, lo que hasta ayer decían que era la panacea de la Humanidad, la globalización, entró en una profunda agonía.  En pos de afianzar su hegemonía, EE.UU. ha optado por destruirla.

Se avizoran tiempos de cambios, por lo que habrá que estar atentos y ver cuál es su derrotero. El cambio en el nuevo orden mundial tendrá que ver más allá de cuestiones económicas, políticas y militares. Deberá ser un cambio más profundo, más amplio y determinante.

Hasta estos tiempos existía un solo centro, pero ese centro hoy se mueve y, además, parece que ya no habrá un solo centro o polo. Estamos a las puertas de que se termine la centralidad europea y estadounidense en la Historia. Es más que posible que se produzca un cambio en la influencia de las capitales políticas del mundo. En el horizonte se perfilan las siluetas de Pekín, Moscú y Washington.  Tal vez Nueva Delhi más adelante.

En el mundo de hoy, por ejemplo, EE.UU, la O.T.A.N. y el G-7 deciden, por “motu proprio”, perpetrar una acción política sobre un Estado. La desarrollan argumentando que su fin es para restaurar o preservar la democracia, o la libertad.  De ese modo, invocando el “orden internacional basado en reglas”, logran  darle legitimidad a la acción y por lo tanto la convierten en una gestión ética.

¿Es legítimo, justo y ético, y por lo tanto fuente de derecho, que el mundo occidental y sus instituciones sean emisores y reguladores de la conducta mundial? ¿No va siendo tiempo de comenzar a pensarlo al menos?

¿Es legítimo y ético que EE.UU, la O.T.A.N. y el G-7 invadan países, amenacen y desestabilicen la paz mundial, según sus conveniencias, con base en lo que esgrimen y por lo tanto: tienen el derecho de hacerlo?

Se debe plasmar un cambio en la legitimidad, en el derecho y en la ética. Geo cooperación vs. Geo explotación y saqueo. Hay que modificar esta actualidad por la que algunos actores en el plano internacional justifican sus procederes, con base en principios, valores, que según ellos los legitiman, y que por lo tanto, son éticas que les dan el derecho de ejecutarlos.

Pese a que es una verdad de Perogrullo, sería un avance, un cambio el respeto de la Carta de la ONU y su aplicación concreta en todo sentido. Es regresar a las raíces, respetando todos sus objetivos y principios en toda su diversidad e interrelación.  Fundamentalmente, el guiarse por  los acuerdos de consenso aprobados en el marco de la vigente Declaración de la ONU de 1970 sobre los principios del Derecho Internacional.

Allí se proclama claramente que es necesario respetar la soberanía e integridad territorial de los países “que se conduzcan de conformidad con el principio de la igualdad de derechos y de la libre determinación de los pueblos antes descritos y estén, por tanto dotados de un gobierno que represente a la totalidad del pueblo perteneciente al territorio”.  Y su importancia radica en que en esta época parecería que tanto la  ONU y los principios estipulados por su Carta presentan una amenaza para las ambiciones globales de Washington.

¿Quién permitió a la minoría occidental hablar en nombre de toda la Humanidad? ¿No fueron ellos mismos? Hay que comportarse de manera decente y respetar a todos los miembros de la comunidad internacional.

Pese a  todo, pequeños cambios se van produciendo.  Preocupados por el dominio de Estados Unidos sobre el sistema financiero global y su capacidad para convertir al dólar en un arma para imponer sanciones, varios países han comenzado a dejar de lado esa moneda para sus intercambios comerciales. Esos países son Afganistán, Argelia, Argentina, Bahrein, Bangladesh, Bielorrusia, Brasil, China, Egipto, Indonesia, Irán, Kazajstán, México, Nicaragua, Nigeria, Pakistán, Rusia, India, Arabia Saudita, Senegal, Sudáfrica, Sudán, Siria , los Emiratos Árabes Unidos, Tailandia, Túnez, Turquía, Uruguay, Venezuela y Zimbabue. Y esta tendencia va creciendo paso a paso.

Los países de nuestra región debemos reforzar nuestras propias estructuras multilaterales. Cohesionarnos en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), defendiendo nuestro legítimo derecho de afianzar esta posición de uno de los centros del mundo multipolar.

Para poder avanzar, que realmente se produzca el cambio, todos tenemos tareas para hacer por nuestra parte.

Hay que bregar en despojarnos de la influencia del colonialismo ideológico. Que en mayor o en menor medida, ideológica o psicológicamente tiene un gran ascendiente sobre nosotros, individuos de una sociedad.  El mayor conflicto o batalla, es romper con todo lo que nos inculcan por los “medios de comunicación”. Tenemos que proyectar nuestro ideario y construirlo.

Juan Carlos Dennin
juancarlos@huellas-suburbanas.info