Brasil en la cresta de la nueva ola progresista

La “llamada nueva ola progresista” empieza a mi entender donde nadie creía que podía empezar y es en un México que iba de una derecha institucional a un grupo corrupto y mafioso.

El primero de diciembre del 2018 Andrés Manuel López Obrador asume la presidencia al frente de una alianza de centro izquierda y todo se ilumina, al año siguiente el símbolo del Neoliberalismo Trumpista (Mauricio Macri) es derrotado en Argentina, comienza la revuelta chilena, etc. Y últimamente la derrota del mejor aliado del imperialismo en Colombia a manos de Gustavo Petro, parece señalar un camino claro, pero el sendero de esta ola no es lineal ni está exento de desvíos y retrocesos.

El desapruebo a la nueva constitución chilena, el triunfo de la derecha en Lima son la contracara, a la apertura de la frontera entre Venezuela y Colombia o el nuevo código de familias de Cuba.

Brasil es el país más importante de la región, y obviamente el lugar donde la nueva ola hace espuma. Su historia no es precisamente un dechado de gobiernos progresistas.

Brasil no obtiene su independencia enfrentando a la monarquía portuguesa; acuerda con ella, manteniendo la estructural imperial y esclavista. La república no nace de una revolución, sino de un acuerdo entre la oligarquía y el monarca de turno. Brasil sufre una dictadura militar de 21 años siendo un firme aliado de EEUU, aunque siempre mantuvo contradicciones que tuvieron expresiones diversas.

Las urnas demuestran que los más pobres de los pobres de las periferias urbanas, no necesariamente votaron por el PT y su candidato. Apuntemos en ese ciclo la politización de las iglesias evangélicas –que tomaron el lugar que los curas católicos fueron abandonando-, el uso de las redes sociales como formador del imaginario colectivo y movilizador de masas, y la crisis que fortaleció a la extrema derecha ante una centroizquierda que se quedó sin mensaje.

Después de siete elecciones democráticas, Brasil pasó por una nueva ruptura democrática con el impeachment impuesto a Dilma Rousseff e ingresó en el peor momento de su historia desde la dictadura militar.

La elección anterior –del 2018 – se dio con la prisión y la condena de Lula, favorito para ganar. Fue en esas condiciones y con el beneplácito del Poder Judicial, que permitió que las fake news diseminadas por robots jugaran un rol determinante en el resultado de las elecciones.

Revisitando a esta historia, quizás se pueda comprender por qué la enorme elección de Bolsonaro (43%), empaña la victoria de Lula, que quedó a apenas a dos puntos del 50%, y le da aires al actual presidente para coquetear con lo que amenazó durante su campaña: golpes militares y desconocimiento de resultados, en caso de que no le gusten.

En la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de este año se enfrentarán justamente Lula y Bolsonaro. Lula, con una larga trayectoria de líder sindical y de dirigente político desde hace más de 40 años, incluyendo los mejores gobiernos que Brasil ha tenido. Bolsonaro, político de muy bajo perfil por casi 30 años, fue escogido por la derecha para ser su candidato.

Los dos representan países muy distintos. Lula representa a los de abajo que, como él, luchan cotidianamente para sobrevivir con su trabajo. Representa a los que están del lado de la democracia, de las políticas económicas de desarrollo económico y de políticas sociales de distribución de la renta.

Son dos alternativas radicalmente contrapuestas, sostenidas por sectores sociales opuestos, que apuntan a dos futuros distintos de Brasil. Bolsonaro significaría la continuidad de la política de aislamiento internacional, de agresión a las mujeres, a los negros, a los medios, a la Justicia. Lula propone un gobierno de reconstrucción nacional, de diálogo, de alianzas amplias y de una política externa soberana.

Lula ganó la primera vuelta con el 48% de apoyo, cinco puntos más que Bolsonaro, que significan alrededor de 9 millones de votos de diferencia. Hubo más de 20 millones de abstenciones. Lula espera contar con el apoyo de Simone Tebet, candidata de la alianza entre el MDB y el PSDB, que quedó en tercer lugar, con el 5% de los votos. Busca también el apoyo del PDT, partido de Brizolla, que tuvo a Ciro Gomes como candidato, quien obtuvo 3% de votos.

Bolsonaro cree que puede triunfar con la misma política aislacionista con que ha logrado llegar a la segunda vuelta, con 7 millones de votos menos que en 2018, con el desgaste por su pésimo gobierno.

El favoritismo de Lula se mantiene en segunda vuelta. Le han faltado apenas 1,5% para haber triunfado ya en primera vuelta. Contando con la adhesión de más fuerzas, Lula viajará de nuevo por todo el país, haciendo a la vez campaña para sus candidatos de las provincias que estarán en segunda vuelta – San Pablo es la principal -, pero también en el nordeste, donde Lula tuvo más del 60% de votos y en provincias de peso, como Minas Gerais – donde Lula ha triunfado por pequeño margen – y Río de Janeiro, donde ha perdido por poco.

Bolsonaro ya ha tomado nuevas medidas de auxilio económico a las personas, en plena campaña electoral, contando con el beneplácito del Poder Judicial. Ya ha retomado sus discursos agresivos, confiado de que podrá de nuevo sorprender a las encuestadoras.

Sigue siendo bastante amplia la posibilidad de que en la segunda vuelta Lula da Silva logre derrotar a Bolsonaro y volver a la presidencia. Pero igualmente quedó claro que será una batalla bastante más difícil de lo que se preveía.

Gabriel Sarfati
gabriel.sarfati@huellas-suburbanas.info