Belgrano y la Independencia Nacional – El Bostezo de los Pueblos: algunos extravíos de la memoria colectiva.

Por: Lic. Prof. Martínez Cristian A.

Provincia de Catamarca

“Este país, que al parecer no reflexiona ni tiene conocimientos económicos,

será sin comercio un país desgraciado, esterilizada su feracidad y holgando su industria”.

Manuel Belgrano.

En oportunidad de poder brindar mi Tercera Conferencia Internacional en la Universidad de Salamanca – España, tuve el enorme e inigualable placer de vivir en carne propia la exquisita experiencia de conocer, no sólo la institución universitaria que formó intelectualmente a una de las máximas figuras del proceso nacional revolucionario iniciado en Mayo de 1810, sino también a uno de los héroes nacionales por excelencia de la Declaración de la Independencia establecida el 9 de Julio de 1816, estoy hablando obviamente, del General Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano. En dicha ocasión pude ver con mis propios ojos, el aula magna donde este insigne patriota latinoamericano, había desplegado sus dotes estudiantiles de futuro abogado y periodista, aula magna que hasta el día de hoy posee una placa recordatoria de la Embajada Argentina en España, resaltando la figura del General como creador de la Bandera Argentina, y que hasta el día de la fecha, permanece en la memoria de los habitantes de la antigua ciudad de Salamanca, como uno de los estudiantes más prestigiosos y representativos que transitaron por sus perennes claustros universitarios.

Un 20 de Junio pero de 1820, dejaba de existir el prócer, pero por sobre todo, el hombre más prolífico, honesto y coherente que haya dado este querido suelo de la patria argentina y latinoamericana. Este digno hijo de su tiempo, no sólo supo conjugar en su excelsa persona, la sagacidad y la lucidez mental que el entonces paradigma liberal – revolucionario lo exigía, sino que también, sintetizó dialécticamente todo un bagaje de romanticismo político, que se materializó en su exacerbado patriotismo, que derivó obviamente, en un arquetipo de hombre sine qua non para las generaciones futuras. Sin embargo, y en honor a la honestidad intelectual que nos brinda la historia como ciencia (sobre todo en estos tiempos tan particulares en que nos toca rememorar un aniversario más de la Independencia Argentina), debemos reivindicar su figura, frente a numerosos atropellos y embates mediáticos propinados por algún que otro “historiador trasnochado”, o sendos “ciudadanos”, que haciendo honor al altar de la ignorancia supina y el desconocimiento malintencionado, intentaron vincular y reducir su figura a modos de ser de su vida privada, como la homosexualidad, el desenfreno libidinoso, o hasta la irresponsabilidad paternal. Dichas costumbres difamatorias y negativas, pero al mismo tiempo, bien afincadas en el acervo popular de algunos sectores sociales de nuestra Argentina, no hacen más que extraviar la memoria colectiva de nuestro pueblo, y dirigirla a una especie de “bostezo aletargado” o distracción espuria que hasta el presente, no hace más que provocar confusión en la opinión pública, respecto a quien fuera, es y será realmente, éste insigne prócer de la patria, y en consecuencia, las conquistas y méritos que el mismo obtuvo a lo largo de su trayectoria.

Dadas las gloriosas gestas heroicas imprescindibles para nuestra consolidación como nación libre y soberana, como resultaron ser las Batallas de Salta y Tucumán, pasando por el Éxodo Jujeño, una terca, obstinada, pero por sobre todo mezquina y oligárquica Buenos Aires, comenzaba a dilucidar su proyecto político futuro (para unos cuántos por cierto), en una frase célebre que sacralizó la conciencia nacional póstuma: “¡Que viva Buenos Aires!…y que perezcan los trece ranchos”. Tal vez haya ínfimos ejemplos en nuestra historia latinoamericana, que puedan rozar el halo de la perfección, éste es el caso del insigne General Manuel Belgrano, hombre que como pocos, poseía el ser nacional casi en su plenitud. Según versa lo antecedente, Belgrano fue el único prócer de nuestra historia en demostrar pragmáticamente que cuando se tienen convicciones e ideas que trascienden los hechos contingentes del tiempo, se puede escapar holgadamente a las contradicciones de la historia, tal lo demuestra el simple hecho que ni la historia oficial – liberal de raíz mitrista, y ni siquiera el más acérrimo revisionismo histórico, pudieron empañar la imagen del hombre con mayúscula, que dio todo por la patria y recibió muy poco o casi nada a cambio.

Tradicionales bancos en salón de la Universidad de Salamanca

Por lo precedentemente expuesto, y por otras razones ampliamente legítimas, es que hago pública mi experiencia personal de haber reconocido y valorado aún más la figura del General Manuel Belgrano en tierras tan lejanas como lo es la antigua ciudad de Salamanca y su ilustre Universidad, una de las más antiguas en el continente europeo en cuanto a su fundación. No sólo lo doy a conocer, porque tuve el honor de transitar el aula en dónde él estudió, sino también, porque pude darme cuenta del valor y reconocimiento que en otras tierras y latitudes,le propinan a nuestros próceres y estandartes de carne y hueso, valor y reconocimiento que hasta el día de la fecha, jamás pudimos otorgarles a su memoria, su obra y por sobre todo, su legado.¿Quién puede olvidar el dinero donado para la construcción de las 4 escuelas en lo que hoy es territorio jujeño y boliviano?; ¿Quién puede olvidar su muerte en la más deshonrosa de las pobrezas, y no conocer el significado de ese reloj empeñado a su médico personal?; ¿Quién puede olvidar el bastón de mando entregado a la imagen de la Virgen de la Merced como Generala del Ejército del Norte?. En un momento histórico en el que pregonamos e invocamos a la memoria como estandarte, para construir una futura segunda independencia, yo me pregunto: ¿Quién puede olvidar?.-

“Mucho me falta para ser un verdadero padre de la patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella”.

Manuel Belgrano.

 

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