
06 Nov Aunque la escondan, la inflación tiene una causa principal: la dolarización de facto de la economía
No hay ninguna duda en que uno de los principales problemas económicos de la Argentina es la incontrolable e incesante inflación y, aunque no se enfoca el tema desde esta perspectiva en los medios de comunicación y sus economistas voceros del poder, esta se encuentra directamente relacionada con la urgente necesidad de administrar el sistema financiero según el interés nacional.
La consigna es clara: para frenar la inflación, primero hay que pesificar la economía; construir una moneda soberana es la clave si, en verdad, se quiere ganar esa batalla.
En este sentido, son recurrentes las noticias sobre diferentes medidas aplicadas por el gobierno, a través del BCRA, para contener al dólar y su tipo de cambio, las operaciones en el mercado de futuros, la limitación a la compra para atesoramiento, el mantenimiento de altas tasas de interés en pesos, entre tantas otras. Asimismo, en lo que refiere a precios de bienes y servicios internos, se emiten permanentemente paquetes de regulaciones o acuerdos de precios que más temprano que tarde terminan fracasando por atacar las consecuencias y evitar enfrentar las causas.
Lo que resulta llamativo, es que ningún gobierno se ha propuesto hacer énfasis en atacar el origen de la inflación: La subordinación a la moneda extranjera.
El Che decía que “en los países dominados, el comercio exterior determina las políticas internas”. Lo mismo puede decirse de la política monetaria. Dicho en otras palabras, los países dependientes no tienen facultad sobre el precio de su dinero; en cambio lo define la conversión, o tipo de cambio, con la moneda dominante en su comercio exterior.
En nuestro caso, tanto las exportaciones realizadas por multinacionales acopiadoras de granos (Cofco, Dreyfus, Cargill, Bunge, ADM), como las importaciones de cámaras del sector, automotrices internacionales y cadenas de comercialización se realizan en dólares estadounidenses.
Como consecuencia de un comercio exterior liberado, todo producto del mercado interno resulta pasible de ser exportado, por lo que tiene su precio directamente vinculado al tipo de cambio, y el resto lo hace de forma indirecta por su relación en la estructura de costos de producción y logísticos. Por lo tanto, en nuestra economía, privada y totalmente transnacional, el Dólar funciona como patrón o respaldo del Peso argentino. Así, la moneda local es sólo un reflejo de la extranjera dominante, y su precio se define según la cantidad de dólares en reserva del BCRA. Línea rectora que se repite, con débiles variaciones, desde la liberación de la economía nacional y la desindustrialización de su aparato productivo.
Esta subordinación política anula la soberanía monetaria, la capacidad de emitir, ya que está condicionada por la cantidad de dólares que ingresan al país y tiene impacto directo en el precio de conversión peso/dólar, el cual influye en la variación de los precios internos.
Entonces, desde la destrucción de la industria nacional, iniciada en 1976, ratificada en la década del 90 y profundizada desde el 2015 hasta la actualidad, el precio de nuestra moneda estuvo directamente relacionado con la cantidad de dólares en reservas. Esta dependencia a una moneda que no manejamos, que no emitimos, tiene graves consecuencias económicas que se traducen en devaluaciones permanentes e inestabilidad en los precios internos.
La vinculación directa entre economías tan dispares, creada por un comercio exterior en manos extranjeras, produce devaluaciones constantes que, al trasladarse directa o indirectamente a un aumento de precios, lastima al pueblo argentino. Más devaluación, más inflación, es la demostración fáctica de la subordinación total al Dólar.
Ejemplo claro de lo mencionado es que las casas se fabrican 100% en el país, pero ladrillos, cemento, arena, y todos los materiales de la construcción son susceptibles de compra/venta al exterior; por lo que, desde las empresas, imponen el precio Dólar del comercio exterior para no perder rentabilidad y asegurar sus ganancias. Lo mismo se repite en cada uno de los sectores productivos del país, y se ve agravado por la enorme cantidad de insumos y bienes importados que existen y tienen su precio, directamente, en moneda extranjera.
Como si no fuera suficiente, y por todo lo expuesto, el Peso argentino no tiene la característica de ser resguardo de valor y, en consecuencia, no es una herramienta eficaz para su atesoramiento. Así, se expande el efecto negativo ya que la gran mayoría de los argentinos con capacidad de ahorro, desde el pequeño al más grande, decide dolarizarse. Esto es, ni más ni menos que, acumular en una moneda extranjera la generación de riqueza producto del trabajo local.
Finalmente, entre la demanda interna para atesoramiento, la demanda por el enorme caudal de importaciones y las cuotas de deudas (estafas) tomadas por gobiernos alineados al interés extranjero, la economía argentina se encuentra dentro de un permanente espiral de insuficiencia de divisas que, tarde o temprano, debilita a sus gobiernos, y, principalmente, a su aparato productivo y su pueblo trabajador. De esa manera, ingresamos en un ciclo permanente de inflación y devaluación a la par; característica propia de los países sometidos.
Entonces, no debemos, ni podemos, esperar recetas mágicas de tecnócratas para salir de esta situación. Se precisa dar pasos concretos con foco en la transformación de la matriz productiva nacional. Por eso, resulta urgente y necesario abordar los temas de fondo: recuperar la administración del comercio exterior para decidir qué entra y sale del país, y disociar los precios de la economía interna con el mercado global. Proteger de manera inteligente el mercado interno, al mismo tiempo que se aplica un plan de industrialización por sustitución de importaciones, como paso obligado para la generación de trabajo genuino, disminuyendo así la principal demanda, y causa de la dependencia, de dólares que tiene el país.
La administración del comercio exterior y la banca no son temas antiguos, ni extemporáneos, sino pilares de una agenda patriótica que, de manera urgente, debe volver a presentarse como alternativa en la política nacional.