Antes de

Qué difícil editorializar en un contexto en el cual, si pretendo sintetizar observaciones y percepciones del momento, podría –tranquilamente- disgustar a la gran mayoría de nuestro público lector. Pero, si decido omitir brutalmente aquello, y finjo pretender ver una realidad que no es tal, estaría no sólo traicionando los propios valores de quien se ocupa de esta tarea, sino más grave aún, violaría el contrato ético que poseemos como puntal de mayor solidez con quienes nos leen y dan sentido de existir desde hace 7 años.

Pues bien; cuando esta edición salga a la luz, faltará 1 semana para que el gobierno nacional –y junto a él, todos los gobiernos municipales o provinciales que se encuentren muy identificados con el primero- pueda respirar medianamente aliviado o, por el contrario, comience lenta y crudamente a despedirse de un horizonte triunfal rumbo al 2023.

Las encuestas, digámoslo nuevamente, en su mayoría no son confiables y arrastran varios procesos electorales con fallas graves en sus sondeos. Ni qué decir de los sondeos a “boca de urna”. La única encuesta aproximativa es la de la calle, las colas en los comercios, el diálogo con los vecinos. El infalible casa por casa. Y en esos ámbitos, muy sujeto a la región donde uno se encuentre, en términos generales se palpita un descreimiento del mensaje oficial en lento pero sostenido aumento, sin que ello decante hacia otras corrientes de pensamiento más o menos dentro de los márgenes conocidos. Pareciera nomás que ha llegado la hora de los outsiders (por derecha, obvio). La “salida” siempre termina siendo para ese lado. Hacia el cercenamiento de derechos sociales y la transferencia aún cada vez más obscena de riquezas hacia un puñado de dueños del país y sus amables socios de ocasión. Luego, cuando la catástrofe social ya está consolidada, nadie absolutamente se hace cargo de sus errores de elección cometidos. ¡Qué fácil es hacer política de esa manera! ¿Cómo que no me di cuenta antes?

El agotamiento social respecto a la democracia bajo férula demoliberal tal como la vivimos, ya es inocultable. Pero, del escepticismo, la indiferencia y en algunos casos el rencor que se cultiva ante las adversidades de una vida cada vez más signada por privaciones e injusticias, mientras los mismos de siempre la siguen fugando y jugando en la gran ruleta del “mercado global”, emergen nuevas-viejas ideas, que de alternativa tienen tanto como de innovadores pueden ser un par de zapatos negros bien lustrados en una fiesta de casamiento.

Reclamarle al gobierno una mejor comunicación (y otra forma de distribuir la pauta oficial, dicho y sea de paso, para que desde Nación no continúen congraciándose tanto con sus propios verdugos multimediáticos) o mayor audacia y coraje para enfrentar a fondo a los poderes fácticos, a esta altura parece de una ingenuidad intragable. Calzarnos la casaca de “comunicadores-posibilistas” no es una opción y la consideramos incluso indecorosa. Es cierto que, por obligación desde la ética profesional, debemos seguir bregando por ello. Aún sabiendo de antemano –cruel paradoja, metáfora típicamente tanguera rioplatense- que tales reclamos o sugerencias no hallarán respuesta de ninguna clase.

Del otro lado, pedirle racionalidad y una pizca de menor oportunismo al bloque opositor, también se vuelve como un ensueño de neohippismo adolescente; enunciás bonitas consignas, pero son en vano. La “estrategia” es pegar a fondo (ojalá fuese “al Fondo”!), lastimar, erosionar sin importar un comino el o los efectos de posible violencia social que esa andanada de ataques liderados por los grandes multimedios puedan fomentar, cual efecto bola de nieve. ¿O será, realmente, que el propósito, dicho como en la jerga de barrio, es pudrirla toda?

Si a ello le añadimos que los denominados “grandes temas nacionales” rara vez forman parte de las agendas de los medios de alcance nacional, así como tampoco de las propias agendas oficialistas u opositoras, y sólo se debaten entre honrosas pero ínfimas minorías, el cuadro comienza a cerrar. Empaquetados con moño y todo, pareceríamos correr serio riesgo de quedar a merced de las “nuevas” voces por fuera de los bordes de equilibrio (político parlamentario) que manejamos en nuestros días. Para que aquellas puedan continuar ganando terreno más rápida que lentamente, y eleven sus gritos, sus neurosis e histrionismo llevado hasta la histeria colectiva casi en forma sistemática, y esa auténtica caja de pandora que ya abrieron, para que comiencen a sobrevolarnos algunos demonios, aún de inciertos efectos en su capacidad y magnitud de daño social. Ello se podrá corroborar en caso de continuar creciendo desde el contrato electoral que cientos de miles de compatriotas vienen ofreciéndoles a estas alternativas, aparentemente sin el menor remordimiento.

No hay trigos limpios en la política. Que quede claro, una y otra vez. No existen los blancos y negros como una totalidad de ficticia división de aguas entre el “bien” y el “mal”. En el mismo lodo, diría Discépolo, andamos todos manoseáo… las grandes o pequeñas causas de corrupción de funcionarios de diverso color, existen, y es odioso negarlas cuando se tienen las certezas al respecto. Ocultarlas o amañarlas es, cuando menos, periodísticamente antiprofesional. Pero lo más curioso de todo es que, a esta altura de la coyuntura regional y nacional, a la inmensa mayoría de la población no le interesan estas cuestiones. Hay que ocuparse de los temas más esenciales, como lo pueden ser el empleo, la inflación que no se detiene, los aumentos de precios, todo lo inherente a la calidad de vida de la comunidad en sus múltiples aristas concretas y tangibles.

Porque lo esencial, dijo algún genio inspirado, es invisible a los ojos, pero cada vez pega más duro en nuestros bolsillos.

Daniel Chaves
dafachaves@gmail.com