Adolecer

Un día, cuando desperté, me di cuenta que mamá se había ido. No sé a dónde. La llamé, pero no respondió. Así supe que no estaba. Durante las siguientes semanas, un montón de cosas empezaron a molestarme. Primero, que no sabía dónde estaba, y mamá había desaparecido sin dejar una carta, ni un mensaje. Podría haberme llevado con ella o, al menos, decirme dónde iba, para visitarla. Pero no dejó nada. Después, me empezó a molestar que la pila de ropa sucia no parecía dejar de crecer. Unos días luego de que se fuera empecé a no usar ni medias ni calzoncillos, pero no porque me gustara, sino porque no había limpios. Y no sabía lavar. Me molestó, con especial diferencia, tener que aprender a lavar la ropa. A doblarla. A perfumarla. A no ensuciarla tanto, porque no se lava sola. Era una de las cosas que más me jodía desde que mamá se fue, aunque no fue la única. También me molestaba mucho lavar los platos. Sentir los fluidos gomosos de los restos de comida en mis manos era algo que nunca pensé que sentiría. Aunque con la repetición vino la costumbre, y la costumbre mata el asco, los primeros días en los que mamá se fue no dejaba de vomitar cuando lavaba.

 Pero, con mucha diferencia, lo que más me molestó que mamá no estuviera era que ahora, cuando volvía del colegio, no estaba la comida lista en mi mesa. No había pan, y nadie había ido a hacer las compras. No había queso ni sobras de comida en la heladera, que se quedaba desolada, cada día más. Me molestó tener que aprender a cocinar. Me molestó mucho más comer fideos sin salsa ni manteca, sólo sal, durante unas semanas.

 Otro día, al despertar, noté que papá se había ido. No sé adónde. Le mandé un mensaje y ni le llegó, así supe que se había ido. Mientras lavaba los platos, unos días después, descubrí que me estaban molestando muchas cosas. Primero, la casa se sentía mucho más sola sin el insoportable sonido de la televisión de fondo. Me molestaba extrañar el sonido del anunciador del partido de fútbol, porque odio el fútbol. Especialmente, me molestaba el olor a humedad de la casa, que había reaparecido después de que papá se fuera. No es que él arreglara la humedad, nada más lejano, pero el olor a cigarrillo inundaba la casa y no nos dejaba oler los hongos del techo y las paredes. Y papá fumaba 30 cigarrillos por hora. Me molestó también no tener nadie que me despierte a la mañana, cuando hacía oídos sordos al despertador y seguía de largo.

 Pero lo que más me molestó de todo fue que no tenía un solo peso, ningún dinero había dejado desde que se fue, y ya me estaba quedando sin fideos para hacer. Así que tuve que salir a cortarle el pasto al vecino. Luego, a pintarle la medianera a una señora de acá a la vuelta. Me molestó tener que salir a conseguir dinero. Me molestó mucho más mancharme de pintura, llegar cansado a casa y no tener energía ni para hacerme de comer.

 Hace poco, desperté y me había ido. No sé a dónde. Me intentaron llamar, y no quise contestar. Así supe que había desaparecido. Intenté volver, pero no pude. No podía dejar de lavar platos y pintar medianeras, ni tampoco de cocinar fideos insulsos ni taparme la nariz por el olor a humedad y hongos. Con todas mis fuerzas, intenté dejar de hacerlo y volver a lo que quería, pero ya no recuerdo ni lo que era. Me molestó mucho no recordar. Pero aún más bronca me dio el que no me haya dado cuenta de que me estaba olvidando de todo, de antes. Me molestó pasar los días en automático, como un robot, que hacía lo imposible por sobrevivir luego de que toda la casa parecía haber desaparecido.

 Pero lo que más me molestó, con diferencia, fue cuando me encontré llorando, y recordé, por un instante, que me había olvidado de dejarme sentir todo lo que no había sentido todo este tiempo, taponado con el olor de pintura, hongos y fideos horribles.

Ignacio Abella
ignacioabella@huellas-suburbanas.info