Adivinador, adivina…

… ¿Quién gana la pulseada? La eterna disparidad de recursos y en el control de resortes institucionales, tanto propios como ajenos, nos devuelven a escenas de películas más o menos trilladas, que sólo presentan variaciones en cuanto al gradual incremento de la virulencia en la polarización general, que otorga el sentido a esta centenaria puja entre quienes ostentan el poder real en nuestro país, y un conjunto probablemente mayoritario del pueblo, que aspira a nivelar la balanza por el peso propio de su aspecto cuantitativo.

Un problema hasta hoy irresuelto, radica en la potencia del primer grupo mencionado, que ante el menor murmullo de justicia más o menos equitativa en avance, se organiza en toda su fortaleza corporativa, y tiene la capacidad de poner patas arriba a todo el estado nacional por diversas vías, en un execrable juego de pinzas que no sabe de misericordia por los millones de compatriotas que pagan los platos rotos emergentes de dichas decisiones.

Como contrapartida, el tumultuoso y, las mas de las veces, poéticamente caótico movimiento popular, de sentir nacional en su mayor parte, promete grandes épicas para derrotar definitivamente a la oligarquía y miles de asociados; se ufana de hacer tronar escarmientos, de construir una justicia social irreversible… pero siempre queda a mitad de camino.

Y así las cosas, pasan los años, cambian las generaciones, y ese futuro soñado nunca termina de consolidarse. Pero a lo largo de dicho trayecto, el otro bloque fuerza el padecimiento del pueblo, una y otra vez en verdaderas pesadillas institucionales, a cada vez con mayor sutileza y complejidad en la elaboración de planes para beneficio obsceno de unas pequeñas minorías.

El otro inconveniente, que se desprende de la mencionada puja intersectorial, es tan trágico como sencillo de comprender: tras cada embate de los grupos de poder “real” en la semicolonia argenta, el destrozo del tejido social y la desconfianza de masas en el sistema democrático tal como lo conocemos, son cada vez mayores. Por ende, el punto de partida desde donde hay que retomar la lenta construcción de los turnos de gobiernos nacional populares, es cada vez más remoto. La oligarquía corre los mojones de las conquistas y la equidad sociales con cada corrida cambiaria, con cada golpe de mercado, con cada toma por asalto de los poderes político y judicial. E incluso con cada mayor control hegemónico de los medios de comunicación que configuran la base del sentido común entre amplias franjas de la población.

¿Hasta dónde nos seguirán haciendo retroceder en términos cíclicos, sin que las masas populares logremos no sólo recuperar terreno, sino además avanzar sobre la sacrosanta zona de confort de la oligarquía y gran empresariado que todos conocemos?

¿Nos harán transitar cuales cangrejos, en un temeroso y pacífico avance-retroceso, hasta mendigar puestos de trabajo indecorosos y de salarios menos que indignantes, como estándar de vida permanente?

Adivinador, adivina… diría aquella dulce canción de María Elena Walsh.

Percibo esta vez que, como nunca antes, dependerá buena parte de aquello de la correlación de fuerzas que se termine de encuadrar a nivel regional durante los próximos meses.

Pero, ¿Cómo llegaremos, descontrol del Covid mediante, desde ahora hasta dentro de “algunos meses”, con total embate oligárquico-periodístico sobre un gobierno que intenta mostrarse activo y resolutivo, bienintencionado y ecuménico, aunque muchas veces termine bailando al compás de la agenda de sus detractores?

Me detengo unos instantes. Atiendo el teléfono. A través de mi ventana, contemplo el constante devenir de colectivos con pocas personas en su interior. Instantánea de época, vaya si las hay.

Husmeo las tapas de los matutinos de esta jornada: lo de todos los días. Ellos no se cansan, tienen un libreto y mucho dinero para sostener su guerra informativa. Busco refugio en una esperanza basada en un folclore político ideológico de décadas pasadas, cada día más lejanas. En su reemplazo, encuentro topadoras. Doy vuelta de página; el asco avanza con reflujos gástricos. Los propios se calzan las vestimentas de justificadores seriales. Los “otros” se destornillan de risa. Al rato, discusión airada entre dos pibes que portan las cajas de reparto sobre sus espaldas: son los neoesclavos del siglo XXI. Vuelvo sobre mis pasos, apuro unos mates, uno de los últimos refugios urbanos contra la locura, la irracionalidad y el cultivo del odio. Y aunque creo tener la respuesta al acertijo del simpático adivinador de la canción infantil, prefiero hacer un piadoso empleo del silencio periodístico.

En una de ésas, tengamos salud y vida para presenciar algún milagro que nos devuelva la iniciativa plena para encaminar a esta magullada sociedad argentina por la poco transitada carretera que nos lleve hacia la justicia social.

Daniel Chaves
dafachaves@gmail.com