Acerca de las evaluaciones y las calificaciones (¿efecto “colateral” de la pandemia?)

Con titulares importantes o extensas consideraciones televisivas, hace pocos días, muchos medios han comentado las decisiones del Consejo Federal de Educación.

Si no supiésemos que toda la realidad se va cargando, día a día, de ideología, esta difusión de un hecho político podría quedar así. Pero en el fondo de la historia de nuestra educación (y no solamente nacional, sino al menos sudamericana), resuenan muchas voces que trataremos de interpretar.

Desde los tiempos coloniales, en nuestra América hispánica, la educación estuvo a cargo de hombres dispuestos a transmitir ideas (y por lo tanto, impulsar decisiones) que sostuvieran el orden imperante. Las formas de trabajo y el aprovechamiento de la naturaleza y de la voluntad de “los otros”. Para eso era (es) la educación. ¿Para eso? ¿Solamente para eso? ¿Esencialmente, para eso?

Claro, para un sistema político-económico, esa es la tarea. De allí nace esa desesperación por la eficiencia. Y la necesidad de valorar (calificar) el rendimiento de los individuos. Números tan fríos como los fríos números con los que se califica. Que también determina una forma de “clasificar”.  Los pibes “diez”, por ejemplo. No apunta al crecimiento o desarrollo integral de cada persona. Y mucho menos a la conformación de una sociedad equilibrada, justa, solidaria, fraterna…

Esas cosas no le interesan al “mercado”.

Entonces volvamos a las calificaciones y a la evaluación.

Ya hemos pasado por este asunto de la evaluación. Y aclarado que, para ciertas escuelas pedagógicas, evaluar es medir la correspondencia entre lo que exige el educador y lo que logra el educando. Más precisamente, el “encaje” entre lo enseñado y lo aprendido. De allí que en esta línea de pensamiento, reproductivista, también se está evaluando al enseñante. Si la coincidencia entre una y otra perspectiva es alta, se es buen docente. Y estás aprobado: nada importa lo que haya sucedido en el proceso vivido por ambas personas. Ni el que se pueda haber dado o no en el grupo, porque la enseñanza es, aunque sean muchos en la bolsa, una cuestión individual.

Del que enseña, cuando lo hace. Y de cada uno de los que aprenden, cuando están en eso. Por eso tiene (tenía) sentido el “Cuadro de honor”, en una escuela que preparaba para la meritocracia, para disputar el mundo entre los elegidos.

Sucede que el mundo viene cambiando. Y definitivamente ha cambiado en estos tiempos especiales de la pandemia.

Ya somos much@s l@s que hemos comprendido que enseñar es otra cosa, porque aprender es otra cosa. Y lo que hay que aprender no es a confrontar, a enfrentar a los demás, sino a acompañar a tod@s en este  vivir complejo. Complicado hoy, por el coronavirus.  Pero, definitivamente, complicado el día de mañana porque hará falta el Hombre Nuevo, la Mujer Nueva, el Ser Humano Nuevo.

Esto lo sabe y lo viene tratando de presentar el Ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta. Ante un universo que todavía no es un interlocutor preparado para aceptarlo. ¿Por qué? ¿Por qué son demasiad@s l@s docentes que no lo entienden así? ¿Por qué no les es aceptable a las familias este modo “nuevo”  de ver la escuela y la “preparación para la vida”?

En los últimos cincuenta años hemos pasado por diversos «sistemas de calificaciones». El “Suficiente” y el “Insuficiente” (dos categorías –estás adentro o te quedaste afuera…-); el “Alcanzó los objetivos” y  el “No alcanzó…” (ídem); “Muy satisfactorio” o “Satisfactorio” o “Poco satisfactorio”. Para los yanquis (nuestros maestros del norte: no olvidemos que hace unos ciento cincuenta años refirmamos esa noción, importando “las maestras norteamericanas”), están las letras: “A” (para los “brillantes”); “B” (ta güeno….); “C” (llegaste justo); “D” (así  no zafás…).

Pero en el fondo, nada cambia en “la educación”. Siempre hay uno-que-sabe (y define por penales) y los que se la rebuscan tratando de “estar a tono”. O “de brillar, mi amor”.

Y es ese el docente que se fue criando,  en todos esos tiempos. Desde el autoritarismo más “guampudo”, hasta las formas más tiernas del “no-me-quedó-autoridad”.

Pero si ya este mundo (y el de los argentin@s en particular) no necesitan eso, ¿qué hacemos?

En principio, está bien. No habrá calificaciones. En los niveles primario y secundario. Obviamente, la Universidad y el Profesorado no seguirán el ejemplo.

Y está claro por qué. No estamos preparad@s. Ni l@s que enseñan,  ni l@s estudiantes, ni la comunidad en sí.

No estamos dispuestos a pensar en otras formas de convivencia y de construcción social.

Todavía queremos “el patrón” (ese que, en definitiva, sostiene a los que “se quedan con todo” y hoy pelean para que nadie les toque nada). Y funcionan en el sentido de él. Que no es siquiera el que hasta hace unos seis siglos sostenían los amautas. Los antiguos maestros (los sabios, en realidad) que “ilustraban” a las clases altas del imperio incaico. Con la salvedad de que esos maestros “formaban” a los integrantes de una elite que se hacía responsable de la “supervivencia” de toda la población del Tahuantinsuyo. Del bienestar colectivo, digamos.

Lo que para una sociedad “clasista” (dirían hoy l@s compañer@s más “avanzados”), hace tantos siglos, funcionaba. Aunque venía en decadencia, seguramente.

Por eso, cuando finalizando el primer cuarto del siglo XX, José Carlos Mariátegui funda “Amauta” (revista cultural peruana, de corta pero fructífera vida), toma aquella noción de “maestro”, capaz de ponerse sobre sus espaldas el porvenir de TOD@S sus herman@s.

Hoy, creo, no hace falta eso. Sino, bastante más  . . .

Habrá que renunciar al poder, a “la autoridad”, que brinda poder “poner la nota”. Poder “calificar”. Poder “clasificar” a l@s demás. Habrá que profesionalizarse más (en el sentido de adquirir una mayor capacidad para desempeñarse “todo terreno”), pero, esencialmente, será necesario ser totalmente “trabajadores de la educación”.

Veamos que, casi casualmente, han quedado “tocándose” en el texto, dos “poder”. El de dominador; y el de las posibilidades.

Vayamos por éstas. En el mundo post-pandemia, seguramente, harán falta los que “abran posibilidades nuevas”.

Edmundo Mario Zanini
eduardo.zanini@huellas-suburbanas.info