
07 Mar ¡Abajo las armas… y también las polarizaciones!
Cuando el mundo se radicaliza en términos binarios, sangre inocente es derramada con mucha mayor asiduidad. Cuando el diálogo sencillo entre conciudadanos se resuelve con chicanas, bajezas varias y una sistemática negativa a compartir una conversación respetuosa, que perfectamente puede devenir en afable a pesar de diferencias de concepto, entonces las sociedades están en otro nuevo declive, uno más en su larga lista, y queda poco más que esperar hasta sentir qué tan bajo continúa esa caída colectiva, tanto sociocultural, moral, financiera como cognitivamente hablando.
Me dijo un gran amigo, días atrás: “A destino incierto, lo único real que queda es la pasión de luchar”. Muy cierta es esa poética convocatoria a una resistencia de nunca terminar, en etapas cuyo devenir no avizora nada positivo para las grandes mayorías del orbe, que son los mismos “condenados de la tierra” de siempre, los que no reciben beneficio alguno de las pulseadas y disparates varios de ese puñado de grandes potencias que persisten en su disputa, de a ratos canivalesca y de a ratos carnavalesca, por el control de este pequeño y hermoso planeta que nos cobija… supuestamente, a todos por igual.
Y en ello, “la ilusión”
Citando a Sigmund Freud, no es otra cosa sino “el porvenir de una ilusión”. La necesidad en una porción no ya mayoritaria pero sí numerosa de nuestra sociedad, ese querer aferrarse a la ilusión de los mensajes que vaticinan crecimiento sostenido y una supuesta bonanza gradual y generalizada, que premiará por igual a los primeros y a los últimos. Ilusión o cínica quimera que, como todos sabemos, nunca llega efectivamente hasta las capas más bajas de la escala social. Y también sabemos que, cuando desembarcan las “misiones coloniales” del FMI para “supervisar” (dirigir a “cara e´ perro” diría algún paisano mucho más entendido en la praxis cotidiana que cualquiera de nosotrxs) cómo manejan sus cuentitas nacionales los vasallos deudores, para asegurarse el cobro de sus tributos, la fantasía entonces deviene en dura realidad, y aquellos que optaban por usar las anteojeras distorsivas de una ilusión enmarcada en el folclore militante de varias décadas atrás, no pueden, no quieren o no deben asimilar la única verdad, que es esa realidad ingrata y molesta ante los ojos del resto… y cuando digo “resto” obviamente me refiero a esa mayoría silenciosa, mayormente trabajadora y sufrida, que la mira desde afuera pero en las malas, se llevan la gran parte de la bosta acumulada por decisiones ajenas a ellos.
Y todavía conviene política y comunicacionalmente cosechar los dividendos de las polarizaciones, aunque exacerbar las mismas tal como lo hacen a diario conlleve hacia una pendiente sin descansos, rumbo a una mayor descomposición de la convivencia ciudadana acá y en cualquier otra latitud donde se aplique idéntica o parecida fórmula.
Si alguien halla en todo esto, beneficios tangibles para la construcción democrática y la elevación integral de la ciudadanía en un marco de respeto y tolerancia, me avisan y en la próxima editorial añado ese concepto…
Puentes, se necesitan
Si queremos resistir y vencer a este escenario global dominante, debemos hacer el esfuerzo de contribuir a tender puentes entre distintos espacios, incluso antagónicos entre sí, para fortalecer un proyecto signado por la convivencia democrática por encima de los objetivos del entramado de poder real, controlador de los grandes multimedios creadores de realidades “a la carta” e impulsores del sentido común a escala de masas. No queda mucho más por hacer para el gran conjunto de la sociedad desmovilizada, a menos que se re-movilizara fruto de algún sorpresivo emergente (que, de momento, no existe) que traiga un proyecto sólido de país justo y solidario en nuestro caso nacional específico. Claro que luego esas hipotéticas buenas intenciones, muy probablemente queden estranguladas por la etapa de profundas miserias que empujan hacia atrás desde los planos internacionales.
El pueblo en las calles es una hermosa postal de libre expresión, y algunas veces logra concretar pequeñas grandes victorias populares, adquisición de nuevos derechos… siempre y cuando el gobierno de turno sea permeable a atender tales expresiones democráticas, y no decida soltarle los borcegos a repartir palo y gas pimienta sin tapujos.
Por cierto, las personas también se cansan, a la larga, de ir siempre al frente, máxime cuando descubren, no pocas veces, que muchos de sus supuestos referentes permanecen seguros y confortables en la retaguardia… acaso negociando contraprestaciones de uso personal, ¡Vaya uno a dilucidarlo!
Miro hacia Europa del este y su horroroso derramamiento de sangre, siempre evitable; luego también observo a Medio Oriente, a Palestina, a las represiones salvajes en Yemen, o a los constantes excesos en Colombia, también huelga señalarlo en Nicaragua con su “legión” indiscriminada de encarceladxs, o al lejano oriente de Myanmar… y a tantas otras latitudes que no forman parte de las agendas multimediáticas, y a modo de síntesis levanto un concepto que enarbola en esta edición mi ex profesora de Ética profesional –ni más ni menos- y gran amiga, Edith Le Bas: “No puede existir la concreción plena de Paz por intermedio de la guerra. No se puede pensar en el respeto por la vida… desde la exaltación de la muerte”.
En ciertas circunstancias, el horror requeriría de un prolongado y amargo silencio. Pero en nuestra tarea comunicacional, mal que nos pese, el show debe continuar. Aunque cada vez sean más los que transitan sus días con las convicciones de quienes van con los ojos vendados, los oídos tapados y la boca demasiado abierta para balbucear barbaridades.