
12 Dic A PASO DE VENCEDORES
«¡Zambos del carajo! ¡Al frente están los godos puñeteros! El que manda la batalla es Antonio José de Sucre, que como ustedes saben, no es ningún cabrón. Conque así, apretarse los cojones y… ¡a ellos!».
La Batalla de Ayacucho fue el último gran enfrentamiento dentro de las campañas terrestres de las guerras de independencia hispanoamericanas (1809-1826) y significó el final definitivo del dominio colonial español en América del sur. La batalla se desarrolló en la Pampa de Quinua o Ayacucho, Perú, el 9 de diciembre de 1824. Alrededor de 80 Granaderos argentinos participaron en la victoria, junto a colombianos, venezolanos, peruanos y chilenos. Esto nos demuestra que el Gran Libertador tenía como denominador común la hermandad de toda Latinoamérica en toda la composición de su ejército. El ethos cultural atravesaba a todos por igual, creando una ideología, un modo de pensar y obrar que iba más allá de las miserias o mezquindades humanas, haciendo analogía entre el siglo XIX y comienzos de este siglo este legado que dejaron nuestros libertadores y en especial Simón Bolívar, ese hombre que era él y su jamelgo un solo ser, lo acompañó hasta el lecho de su muerte.
Hoy asistimos a un triunfo más de la Revolución Bolivariana, quien un hijo dilecto como el comandante Hugo Chávez Frías tomó la posta de ese noble gesto de la arenga que hizo ese grupo de soldados en la batalla de Ayacucho. El mismo fue la expresión más acabada de esa lucha sin cuartel, de los que no tenían voz, de los desposeídos, de los desclasados, mulatos, zambos, indios y cuarterones que la más rancia oligarquía los denostaba constantemente en su afán de mantener sus privilegios a cambio de la explotación a sangre y fuego, el motor de la historia se puso en marcha en esa indómita Latinoamérica morena que hoy más que nunca ruge y brama haciendo temblar el suelo de la oligarquía vernácula. La parca se lo llevó pero no pudo borrar su obra, su pensamiento y su revolución que había comenzado, la misma se extendió como un reguero de pólvora desde el Río Bravo a Tierra del Fuego y Malvinas Argentinas; eligió su heredero, fue un simple trabajador que lo dejó al frente de tan magna responsabilidad conducir no tan sólo el destino de la Patria sino ser el faro que irradie la luz hacia los pueblos latinoamericanos, el verbo se hizo carne y hoy el presidente Nicolás Maduro dio una lección más de lo que es la democracia en los países periféricos y al mundo le demostró que en Venezuela no hay una dictadura, hay un pueblo consciente de su destino que lo forja día a día con sus avances y retrocesos, que constantemente tiene que luchar en dos frentes, el frente interno, la oligarquía cipaya y sus adláteres y el imperialismo y las democracias del mundo civilizado que se cansaron de vituperar y someterlos a las más grandes ignominias para tratar de disciplinarlos y no pudieron.
La savia fértil que penetra a la Latinoamérica se renueva constantemente con frutos preñados de esperanzas como Evo Morales en Bolivia, con Lenin Moreno en Ecuador, Raúl Castro en las grandes Antillas, las Granadinas y Barbados y que falta soldarlas; otras republiquetas, que están balcanizadas por un nuevo neoliberalismo conservador y expresadas en fieles lacayos y genuflexos a los intereses que por años azota a un puñado de países, quienes se vanaglorian de ser la moral, la ética, cuando están todos enlodados en el fango de la corrupción.
Es menester que quede sellada la frase del libertador como huella mnémica de los pueblos. Como dijo el Gran Simón Bolívar:
“Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos, y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”
(Mensaje a los pueblos de Colombia, 10 dic. 1830; Vol. II, P. 1282; Obras Completas de Simón Bolívar).
Mesa Provincial Severo Chumbita
Ricardo Solohaga, Jorge Medina, Cristian Martinez, Jorge Reales, Juan pablo Navarro, Pablo Marcial, Analia Gundin, Silvia Ferreyra.